Resultaba difícil determinar si el chico que le recibió tenía una estampa de
seriedad o de melancolía. Quizás era un conjunto de ambas, pero bajo su traje y
su actitud de profesionalidad, su mirada declaraba un indudable manifiesto con
respecto a su trabajo. Probablemente le sacaba cuatro o cinco años...
Aparentaba la edad habitual en la que te enfrentas al desengaño del funcionamiento
real de las cosas. Formar parte de una de las manos ejecutoras que hacen
posible ese funcionamiento puede suponer un trago difícil de asumir.
Dicen que
los médicos establecen un escudo para separar su trabajo de la implicación
personal que puede desarrollar con un paciente. Evitar prudentemente cualquier
lazo estrecho que los vincule emocionalmente. Trabajar en los recursos humanos
de una ETT debía, a priori, exigir el mismo ejercicio. Barajear a diario los
currículums vitae que, al fin y al cabo, no contienen otra cosa que las
esperanzas depositadas por cientos de personas, sólo puede encallecer la
moralidad. A este chico, sin duda, le faltaban aún kilómetros para desligarse
de parte de esa moralidad. Kilómetros para afrontar con indiferencia todas las
caras que van y vienen a diario. La cara de ese día es posible que tardara más
tiempo en olvidarla.
—Buenos días
Adrián, me llamo Mario Ortega, hablamos por teléfono ayer— dijo tendiéndole la
mano.
—Buenos días
Mario, encantado —dijo a su vez Adrián estrechándole la mano con firmeza.
—Oye, qué
puntualidad, ¿eh?
—Por
supuesto, es lo mínimo —añadió una mueca que reforzara el apretón de manos.
—Muy bien,
pues acompáñame a una sala —dijo con una cordial sonrisa mientras apuntaba
hacia una puerta del pasillo con la mano que sujetaba una carpeta y un bloc de
notas—, por aquí. ¿No te importa que te tutee, no? —comentaba durante su avance—
Yo es que lo prefiero en estos casos.
—En absoluto
—contestó Adrián tratando de ofrecer una sonrisa sincera y equiparable a la de
su entrevistador.
La oficina
no tenía ningún particular a destacar. Mismas paredes modulares, mismos falsos
techos, misma luz blanca de fluorescente, misma moqueta gris, en esencia,
teñida de un color corporativo que en ese momento no recordaba. En la sala de
reuniones, una larga mesa y doce incómodas sillas acolchadas, albergaba un
portátil conectado a un proyector apagado. El ambiente estaba cargado por el ir
y venir de gente, y la ausencia de ventilación propia de dichos edificios.
—Siéntate,
por favor —dijo Mario en un tono que trataba de emitir confianza. Una vez que
Adrián tomó asiento en una de las sillas centrales, procedió a sentarse en
frente—. Bien Adrián, te voy a contar un poco en qué consisten las funciones
del puesto que queremos cubrir, así como las condiciones que tenemos pactadas
con el cliente. Perdóname si voy muy rápido, pero tengo una reunión en quince
minutos, de estas que salen imprevistas, ya sabes... —otra vez la sonrisa de
complicidad previa a continuar con la exhibición de su competencia discursiva
de alta velocidad—. Como te comenté por teléfono, somos una empresa
especializada en outsourcing y consultoría y tenemos un pequeño grupo
prestando servicios administrativos en IberServ. Ahora mismo necesitamos
sustituir un perfil un poco específico; principalmente sería ocuparse de la
documentación, el papeleo... —añadía gesticulando aburrimiento— Ah, y también
hay una estantería de revistas y libros que la gente del departamento
tecnológico consulta de vez en cuando. Habría que tenerlo todo un poco
controlado, para agilizarles el trabajo y tal, así como realizar informes y
ocuparse de alguna digitalización... —el discurso aparentaba originalidad,
hasta parecería espontáneo a los ojos de quien no suele enfrentarse a la
situación—. Sería un contrato por obra y servicio, ahora mismo no hay una
duración determinada para el proyecto, pero de momento el cliente está contento
con el trabajo del grupo y el servicio lo van a seguir necesitando
indefinidamente —dijo alargando una pausa mientras consultaba los impresos que
llevaba en su carpeta—. Bueno, como hemos visto en tu currículum, has tenido
experiencia en muchos ámbitos. ¿Me podrías hacer un extracto para resumir tu
experiencia en puestos similares? —miró al reloj por primera vez antes de
devolverle la mirada.
—Eh, sí,
claro. —contestó Adrián sintiendo que se encontraba en una posición más cómoda
de la que el momento precisaba— Trabajé nueve meses como auxiliar
administrativo en la Fundación CNIC, fundamentalmente suministrando información
específica a investigadores, algo que veo que guarda mucha similitud con el
puesto que me comentabas —pausó quizás en exceso— ¿Te puedo tutear, verdad?
—Sí, por
supuesto —dijo obviando rápidamente la incomodidad del momento—. Veo que eres
licenciado en filosofía, y más adelante hiciste un módulo de informática.
Menudo cambio, ¿no? —aplicando un tono más estrecho y sincero.
—Sí... —su
mirada volvía a enfrentarse, aburrida, a una pregunta recurrente—. Suelo decir
que estudié lo que quería y elegí otra vía en la que profesionalizarme. Aunque
no me quedé simplemente ahí...
—Efectivamente,
veo que tienes mucha formación complementaria, mucha experiencia en distintos
campos... Un perfil multidisciplinar, vaya —otra mirada al reloj delataba su
impaciencia—.
—Eso es lo
me gusta pensar... —dijo Adrián en un arrebato de sinceridad—.
—¿Sólo te
gusta pensarlo? —empezaba a resultar molesto el abuso de la sonrisa, socarrona
ya, sin duda—. Afírmalo sin más, hombre. Es difícil aprovechar tan bien el
tiempo.
La
entrevista se vio interrumpida por el poco melodioso repiqueteo de unos
nudillos contra la puerta. Sin espera de una respuesta, irrumpió en la sala un
hombre bajo, prácticamente calvo a excepción de una nuca cana, llevando unas
gafas de diseño con montura fina y la denotada intención de evidenciar que no
eran válidas para todo tipo de carteras.
—Mario
tenemos la reunión, ¿llevas lo que te pedí?
—Sí, lo
tengo en mi portátil —se pausó mirando a Adrián, consciente de la pleitesía que
habían adquirido las notas de su voz—. Ahora mismo estábamos terminando con la
entrevista...
El hombre
dirigió su mirada a Adrián, mientras sus facciones se tornaban en un gesto de
fastidio. La puerta seguía abierta, dejando entrar el creciente bullicio de la
oficina. Se volvió hacia Mario:
—¿Pero esto
no estaba cerrado?
Mario debió
cruzarse con la mueca perpleja de Adrián antes de contestar apurado.
—Aún
faltaban por entrevistar a algunos seleccionados, y...
—Vale, vale —interrumpió
nuevamente el recién llegado como algo habitual en su actitud—. Hacemos una
cosa, vete a por el portátil y espérame en la sala. No sea que hoy les dé por
ser puntuales —tornándose hacia a Adrián, pero manteniéndose cercano a la
puerta—. Ya terminó yo con la entrevista.
—Eh, muy
bien.
Mario se
levantó y, en un arrebato de lucidez, puso fin al desinterés con el que estaba
siendo tratado Adrián.
—Adrián, te
presento a Miguel Ángel Viñas, es el director de área.
El tal
Miguel Ángel se puso una máscara de hombre afable en cada paso que avanzaba,
mientras Adrián, a su vez, se levantaba para saludarlo sin olvidar la reciente ausencia
de escrúpulos.
—Encantado —dijo
Adrián.
—Muy buenas —concedió
el hombre durante el apretón de manos y se dirigió nuevamente a Mario, que se
preparaba para irse—: Mario, quédate mejor. Continúa con la entrevista mientras
echo un vistazo al currículum.
Sentándose
en el asiento más cercano a la puerta, y presidiendo la mesa, el señor Viñas
ojeaba rápidamente los papeles de Mario.
—Sí, claro —volviendo
a ocupar su posición, Mario prosiguió dubitativo—: Me comentabas, Adrián, que
ya habías trabajado como administrativo, ¿no es así?
—Sí, además
de en la fundación CNIC, estuve realizando tareas prácticamente iguales a las
que solicitáis en una empresa química en Alcobendas. En cuanto a aptitudes,
domino todas las aplicaciones de ofimática, nivel alto en Excel, he usado
software de gestión de proyectos...
—Muy bien,
muy bien —volvió a interrumpir el director de área, tras haber manifestado gran
variedad de gestos despectivos mientras leía el currículum y con la intención
de zanjar el asunto—. Dinos, ¿qué es lo que puedes ofrecer por la empresa?
Esa misma
mañana mientras se dirigía a esa oficina ubicada en el otro lado de la ciudad,
costeándose una vez más el transporte, Adrián había pactado consigo mismo un
acuerdo sin ser plenamente consciente de ello. Lo había meditado demasiado en
los últimos meses, el hastío había amasado por sí mismo un plan, como un sueño
intermitente que le iba ahogando. Pero no fue hasta ese preciso instante, con
esa maldita pregunta que había oído demasiadas veces, cuando la decisión fue
clara, liberándole del peso creciente de su desazón. Aunque sardónica, se le
dibujó una sonrisa.
—Dígame, ¿y
qué es lo que la empresa puede ofrecerme a mí?
Seguramente
poco acostumbrados a mediar en un tira y afloja, jefe y subordinado
enmudecieron mientras sus labios se separaban tímidamente. Adrián prosiguió con
una tranquilidad desafiante:
—¿Un
contrato temporal de setecientos euros brutos al mes?, ¿una disimulada amenaza
de que si no hago las horas que hagan falta, habrá muchos ahí fuera interesados
en mi puesto?, ¿o quizás una absoluta desconsideración hacia mi persona,
siempre y cuando disfruten de los beneficios de mi contratación?
Al señor
Viñas le debió parecer divertida la pequeña muestra de dignidad, ya que
anticipó una risita con tono de chanza antes de contestar.
—Con esa
actitud, ya te digo que es difícil que encajes aquí.
—Si no le
importa, me va a tratar de usted. Y con esta actitud lo único que he conseguido
en la vida han sido trabajos plagados de abusos y humillación —esta vez el tono
de Adrián iba cargado de algo más que de desafío.
—Bueno, la
entrevista ha terminado. Te voy a tener que pedir que te vayas —dijo el señor
Viñas levantándose e invitándole a salir con la mano.
—No, le pido
a usted que se aparte de mi camino a la salida.
La
perplejidad de Mario por la ruptura de la rutina, lo evidenciaba su silencio
mientras seguía a Adrián con la mirada en su partida.
Salió del
metro para abrigarse, por fin, en el barrio. El mismo barrio que le vio crecer,
parecía mirarle ahora con una premonitoria nostalgia. A pesar de su
determinación, la tristeza lo embargó, y en lugar de dirigirse directamente a
casa, caminó en dirección contraria.
En su reproductor de música, como por obra de una sincronización astral, sonaba La M.O.D.A[1]:
« [...] El camino no va dónde tú quieres llegar,
como Jack Kerouac, siempre contra el viento.
Aquí nunca es buen momento.»
Caminó sin
rumbo, ensimismándose con cada pequeño detalle que engloba la personalidad de
ese concreto hábitat urbano. Las telarañas de cables y tuberías de gas que
escalaban las fachadas de las distintas colonias, como testimonio de su edad,
parecían completamente nuevas a sus ojos.
«¿Cuando
habían cerrado esa panadería?» pensó al toparse con el local vacío en ese cruce
de la calle Maqueda, el mismo en el que años atrás compraba globos de agua para
jugar en el parque hasta el atardecer en los veranos de su niñez. Otra generación
de chavales, 10 años más joven que él ahora, frecuentaban ahora el parque y los
portales en menor número. Algunos parecen esperar su momento entre porros,
cerveza y fútbol. El estudio les parecía inútil, y la construcción dejó de
darles cobijo hace años. Viven esperando a que pase algo… «¿Qué será del barrio, qué será de ellos?, ¿qué será de todos nosotros
cuando descubran que nada va a pasar?».
Casi le
parecía egoísta la decisión que había tomado. Su padre le abrazó fuerte, su
madre no hizo ningún esfuerzo por evitar que las lágrimas cayeran. Los amigos
perennes apostaron por el “hasta pronto” para ignorar a sus fantasmas.
Partiendo
hacia el aeropuerto, una última mirada. Se prometió volver, siempre y
cuando las personas volvieran a importar.
«Adiós. Espero que algún día vuelva a haber sitio para nosotros» , se dijo para sus adentros. En su reproductor sonaba "Ready to start"[2] de Arcade Fire.
¿Estamos listos para empezar de nuevo?
«Adiós. Espero que algún día vuelva a haber sitio para nosotros» , se dijo para sus adentros. En su reproductor sonaba "Ready to start"[2] de Arcade Fire.
¿Estamos listos para empezar de nuevo?