jueves, 28 de mayo de 2015

[Microrrelato] Errantes



Resultaba difícil determinar si el chico que le recibió tenía una estampa de seriedad o de melancolía. Quizás era un conjunto de ambas, pero bajo su traje y su actitud de profesionalidad, su mirada declaraba un indudable manifiesto con respecto a su trabajo. Probablemente le sacaba cuatro o cinco años... Aparentaba la edad habitual en la que te enfrentas al desengaño del funcionamiento real de las cosas.  Formar parte de una de las manos ejecutoras que hacen posible ese funcionamiento puede suponer un trago difícil de asumir. 

   Dicen que los médicos establecen un escudo para separar su trabajo de la implicación personal que puede desarrollar con un paciente. Evitar prudentemente cualquier lazo estrecho que los vincule emocionalmente. Trabajar en los recursos humanos de una ETT debía, a priori, exigir el mismo ejercicio. Barajear a diario los currículums vitae que, al fin y al cabo, no contienen otra cosa que las esperanzas depositadas por cientos de personas, sólo puede encallecer la moralidad. A este chico, sin duda, le faltaban aún kilómetros para desligarse de parte de esa moralidad. Kilómetros para afrontar con indiferencia todas las caras que van y vienen a diario. La cara de ese día es posible que tardara más tiempo en olvidarla.

—Buenos días Adrián, me llamo Mario Ortega, hablamos por teléfono ayer— dijo tendiéndole la mano.
—Buenos días Mario, encantado —dijo a su vez Adrián estrechándole la mano con firmeza.
—Oye, qué puntualidad, ¿eh?
—Por supuesto, es lo mínimo —añadió una mueca que reforzara el apretón de manos.
—Muy bien, pues acompáñame a una sala —dijo con una cordial sonrisa mientras apuntaba hacia una puerta del pasillo con la mano que sujetaba una carpeta y un bloc de notas—, por aquí. ¿No te importa que te tutee, no? —comentaba durante su avance— Yo es que lo prefiero en estos casos.
—En absoluto —contestó Adrián tratando de ofrecer una sonrisa sincera y equiparable a la de su entrevistador.

   La oficina no tenía ningún particular a destacar. Mismas paredes modulares, mismos falsos techos, misma luz blanca de fluorescente, misma moqueta gris, en esencia, teñida de un color corporativo que en ese momento no recordaba. En la sala de reuniones, una larga mesa y doce incómodas sillas acolchadas, albergaba un portátil conectado a un proyector apagado. El ambiente estaba cargado por el ir y venir de gente, y la ausencia de ventilación propia de dichos edificios.

—Siéntate, por favor —dijo Mario en un tono que trataba de emitir confianza. Una vez que Adrián tomó asiento en una de las sillas centrales, procedió a sentarse en frente—. Bien Adrián, te voy a contar un poco en qué consisten las funciones del puesto que queremos cubrir, así como las condiciones que tenemos pactadas con el cliente. Perdóname si voy muy rápido, pero tengo una reunión en quince minutos, de estas que salen imprevistas, ya sabes... —otra vez la sonrisa de complicidad previa a continuar con la exhibición de su competencia discursiva de alta velocidad—. Como te comenté por teléfono, somos una empresa especializada en outsourcing y consultoría y tenemos un pequeño grupo prestando servicios administrativos en IberServ. Ahora mismo necesitamos sustituir un perfil un poco específico; principalmente sería ocuparse de la documentación, el papeleo... —añadía gesticulando aburrimiento— Ah, y también hay una estantería de revistas y libros que la gente del departamento tecnológico consulta de vez en cuando. Habría que tenerlo todo un poco controlado, para agilizarles el trabajo y tal, así como realizar informes y ocuparse de alguna digitalización... —el discurso aparentaba originalidad, hasta parecería espontáneo a los ojos de quien no suele enfrentarse a la situación—. Sería un contrato por obra y servicio, ahora mismo no hay una duración determinada para el proyecto, pero de momento el cliente está contento con el trabajo del grupo y el servicio lo van a seguir necesitando indefinidamente —dijo alargando una pausa mientras consultaba los impresos que llevaba en su carpeta—. Bueno, como hemos visto en tu currículum, has tenido experiencia en muchos ámbitos. ¿Me podrías hacer un extracto para resumir tu experiencia en puestos similares? —miró al reloj por primera vez antes de devolverle la mirada.

—Eh, sí, claro. —contestó Adrián sintiendo que se encontraba en una posición más cómoda de la que el momento precisaba— Trabajé nueve meses como auxiliar administrativo en la Fundación CNIC, fundamentalmente suministrando información específica a investigadores, algo que veo que guarda mucha similitud con el puesto que me comentabas —pausó quizás en exceso— ¿Te puedo tutear, verdad?
—Sí, por supuesto —dijo obviando rápidamente la incomodidad del momento—. Veo que eres licenciado en filosofía, y más adelante hiciste un módulo de informática. Menudo cambio, ¿no? —aplicando un tono más estrecho y sincero.
—Sí... —su mirada volvía a enfrentarse, aburrida, a una pregunta recurrente—. Suelo decir que estudié lo que quería y elegí otra vía en la que profesionalizarme. Aunque no me quedé simplemente ahí...
—Efectivamente, veo que tienes mucha formación complementaria, mucha experiencia en distintos campos... Un perfil multidisciplinar, vaya —otra mirada al reloj delataba su impaciencia—.
—Eso es lo me gusta pensar... —dijo Adrián en un arrebato de sinceridad—.
—¿Sólo te gusta pensarlo? —empezaba a resultar molesto el abuso de la sonrisa, socarrona ya, sin duda—. Afírmalo sin más, hombre. Es difícil aprovechar tan bien el tiempo.
   La entrevista se vio interrumpida por el poco melodioso repiqueteo de unos nudillos contra la puerta. Sin espera de una respuesta, irrumpió en la sala un hombre bajo, prácticamente calvo a excepción de una nuca cana, llevando unas gafas de diseño con montura fina y la denotada intención de evidenciar que no eran válidas para todo tipo de carteras.
—Mario tenemos la reunión, ¿llevas lo que te pedí?
—Sí, lo tengo en mi portátil —se pausó mirando a Adrián, consciente de la pleitesía que habían adquirido las notas de su voz—. Ahora mismo estábamos terminando con la entrevista...
El hombre dirigió su mirada a Adrián, mientras sus facciones se tornaban en un gesto de fastidio. La puerta seguía abierta, dejando entrar el creciente bullicio de la oficina. Se volvió hacia Mario:
—¿Pero esto no estaba cerrado?
Mario debió cruzarse con la mueca perpleja de Adrián antes de contestar apurado.
—Aún faltaban por entrevistar a algunos seleccionados, y...
—Vale, vale —interrumpió nuevamente el recién llegado como algo habitual en su actitud—. Hacemos una cosa, vete a por el portátil y espérame en la sala. No sea que hoy les dé por ser puntuales —tornándose hacia a Adrián, pero manteniéndose cercano a la puerta—. Ya terminó yo con la entrevista.
—Eh, muy bien.
Mario se levantó y, en un arrebato de lucidez, puso fin al desinterés con el que estaba siendo tratado Adrián.
—Adrián, te presento a Miguel Ángel Viñas, es el director de área.
El tal Miguel Ángel se puso una máscara de hombre afable en cada paso que avanzaba, mientras Adrián, a su vez, se levantaba para saludarlo sin olvidar la reciente ausencia de escrúpulos.
—Encantado —dijo Adrián.
—Muy buenas —concedió el hombre durante el apretón de manos y se dirigió nuevamente a Mario, que se preparaba para irse—: Mario, quédate mejor. Continúa con la entrevista mientras echo un vistazo al currículum.
Sentándose en el asiento más cercano a la puerta, y presidiendo la mesa, el señor Viñas ojeaba rápidamente los papeles de Mario.
—Sí, claro —volviendo a ocupar su posición, Mario prosiguió dubitativo—: Me comentabas, Adrián, que ya habías trabajado como administrativo, ¿no es así?
—Sí, además de en la fundación CNIC, estuve realizando tareas prácticamente iguales a las que solicitáis en una empresa química en Alcobendas. En cuanto a aptitudes, domino todas las aplicaciones de ofimática, nivel alto en Excel, he usado software de gestión de proyectos...
—Muy bien, muy bien —volvió a interrumpir el director de área, tras haber manifestado gran variedad de gestos despectivos mientras leía el currículum y con la intención de zanjar el asunto—. Dinos, ¿qué es lo que puedes ofrecer por la empresa?

   Esa misma mañana mientras se dirigía a esa oficina ubicada en el otro lado de la ciudad, costeándose una vez más el transporte, Adrián había pactado consigo mismo un acuerdo sin ser plenamente consciente de ello. Lo había meditado demasiado en los últimos meses, el hastío había amasado por sí mismo un plan, como un sueño intermitente que le iba ahogando. Pero no fue hasta ese preciso instante, con esa maldita pregunta que había oído demasiadas veces, cuando la decisión fue clara, liberándole del peso creciente de su desazón. Aunque sardónica, se le dibujó una sonrisa.
—Dígame, ¿y qué es lo que la empresa puede ofrecerme a mí?
Seguramente poco acostumbrados a mediar en un tira y afloja, jefe y subordinado enmudecieron mientras sus labios se separaban tímidamente. Adrián prosiguió con una tranquilidad desafiante:
—¿Un contrato temporal de setecientos euros brutos al mes?, ¿una disimulada amenaza de que si no hago las horas que hagan falta, habrá muchos ahí fuera interesados en mi puesto?, ¿o quizás una absoluta desconsideración hacia mi persona, siempre y cuando disfruten de los beneficios de mi contratación?
Al señor Viñas le debió parecer divertida la pequeña muestra de dignidad, ya que anticipó una risita con tono de chanza antes de contestar.
—Con esa actitud, ya te digo que es difícil que encajes aquí.
—Si no le importa, me va a tratar de usted. Y con esta actitud lo único que he conseguido en la vida han sido trabajos plagados de abusos y humillación —esta vez el tono de Adrián iba cargado de algo más que de desafío.
—Bueno, la entrevista ha terminado. Te voy a tener que pedir que te vayas —dijo el señor Viñas levantándose e invitándole a salir con la mano.
—No, le pido a usted que se aparte de mi camino a la salida.
La perplejidad de Mario por la ruptura de la rutina, lo evidenciaba su silencio mientras seguía a Adrián con la mirada en su partida.

   Salió del metro para abrigarse, por fin, en el barrio. El mismo barrio que le vio crecer, parecía mirarle ahora con una premonitoria nostalgia. A pesar de su determinación, la tristeza lo embargó, y en lugar de dirigirse directamente a casa, caminó en dirección contraria. 

   En su reproductor de música, como por obra de una sincronización astral, sonaba La M.O.D.A[1]:

« [...] El camino no va dónde tú quieres llegar,
como Jack Kerouac, siempre contra el viento.
Aquí nunca es buen momento.»
   Caminó sin rumbo, ensimismándose con cada pequeño detalle que engloba la personalidad de ese concreto hábitat urbano. Las telarañas de cables y tuberías de gas que escalaban las fachadas de las distintas colonias, como testimonio de su edad, parecían completamente nuevas a sus ojos.
   «¿Cuando habían cerrado esa panadería?» pensó al toparse con el local vacío en ese cruce de la calle Maqueda, el mismo en el que años atrás compraba globos de agua para jugar en el parque hasta el atardecer en los veranos de su niñez. Otra generación de chavales, 10 años más joven que él ahora, frecuentaban ahora el parque y los portales en menor número. Algunos parecen esperar su momento entre porros, cerveza y fútbol. El estudio les parecía inútil, y la construcción dejó de darles cobijo hace años. Viven esperando a que pase algo… «¿Qué será del barrio, qué será de ellos?, ¿qué será de todos nosotros cuando descubran que nada va a pasar?».
   Casi le parecía egoísta la decisión que había tomado. Su padre le abrazó fuerte, su madre no hizo ningún esfuerzo por evitar que las lágrimas cayeran. Los amigos perennes apostaron por el “hasta pronto” para ignorar a sus fantasmas.
   Partiendo hacia el aeropuerto, una última mirada. Se prometió volver, siempre y cuando las personas volvieran a importar.
   «Adiós. Espero que algún día vuelva a haber sitio para nosotros» , se dijo para sus adentros. En su reproductor sonaba "Ready to start"[2] de Arcade Fire.

   ¿Estamos listos para empezar de nuevo?



[1] La Maravillosa Orquesta del Alcohol. “Nómadas” ¿Quién nos va a salvar? Mús Records, 2013.
[2] Arcade Fire. “Ready to start”. The Suburbs. Mercury Records, 2010

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