lunes, 9 de octubre de 2017

[Reescribiendo El Despertar de la Fuerza] 2: Recuerdos y Poe Dameron





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El anciano le sirvió un amargo brebaje de raíces en un pequeño vaso artesanal de cerámica. Poe Dameron miró el tono violáceo de la humeante bebida y se vio obligado a darle un trago para no resultar descortés. Tal y como esperaba, el sabor a rayos de la infusión le hizo torcer el gesto pero según avanzaba hasta su estómago liberó una sensación refrescante y aromática en su garganta que le animó a terminarse el vaso.
—Temo decirle que son muy pocos los que recuerdan a la Orden Jedi y menos aún los que creen en la Fuerza —le dijo Poe al anciano, que estaba aparentemente concentrado en la preparación de algún otro refrigerio para su invitado—. De hecho, si no fuera por la general, yo tampoco lo haría. Si ella cree que él puede ayudarnos en la lucha, haré lo que esté en mi mano por encontrarle.
—Estoy seguro de que ella te ha elegido por algo más que por tus habilidades en combate. Y seguro que te habrá dado más detalles de la naturaleza de esta misión —dijo el hombre de espaldas desde el otro extremo de la habitación. Se volvió—. Por eso, si te vas a embarcar en esta empresa, necesito saber si alcanzas a comprender su magnitud y las implicaciones que conlleva. Dime, joven Dameron, ¿a qué te refieres con que crees en la Fuerza?
A Poe le sorprendió ser tratado con recelo por quien consideraba un viejo aliado. Tampoco le agradaba demasiado que le siguieran considerando como al joven impetuoso que había sido antes de la Resistencia. Si algo había aprendido desde entonces era a conocer la forma en la que solían actuar las personas religiosas y en cómo podían llegar a anteponer ciertas cosas ante todo lo demás.
—Creo en lo que veo. Y he visto lo que ella es capaz de hacer. Con eso me vale.
—Sin duda resulta más fácil creer en lo que perciben los ojos. En eso, has tenido mucha suerte. Suerte de poder estar tan próximo a alguien como ella —dijo el anciano con un tono condescendiente— Pero te aseguro que sólo has empezado a rascar la superficie de algo mucho más grande. Algo inmenso.
Poe empezó a dudar si no debería haberse mostrado más diplomático y no supo qué decir a aquellas palabras sin empeorar la situación. A pesar de ello, el hombre no pareció querer seguir por aquel camino.
—Entonces, ¿ella no habla sobre los jedi entre la gente de la Resistencia? —preguntó.
Lor San Tekka se volvió llevando en su mano un plato con lo que parecían unas pastas de cereales. Tanto su arrugada piel como sus humildes vestimentas estaban desgastadas por las tormentas de arena y el calor diurno de aquel desolado planeta. Las noches eran frías, sin duda.
Entre lo poco que la oscuridad le había dejado distinguir a Poe de la aldea de Tuanul al aterrizar en Jakku, pudo divisar un pozo de extracción de agua en torno al cual se agrupaban las pequeñas y modestas construcciones y algunos árboles frutales protegidos con mallas de plastiminium junto a evaporadores de humedad. Todo indicaba la existencia de cámaras de cultivo subterráneo, aunque también identificó un rebaño de fantabus en el extremo oriental. Estos últimos debían ser uno de los principales sustentos locales, a vista del abrigo de lana que llevaba encima San Tekka. El hombre llegó a la mesa y descargó el plato sobre ella, luego se sentó tratando de ocultar una mueca de dolor, como si hubiera algo más profundo que las molestias físicas de la vejez. Aunque conservaba la misma figura y el mismo cabello y barba completamente canos, su estado había empeorado visiblemente desde la última vez que le vio.
La pregunta del hombre quedó flotando en la mente de Poe y el tiempo pareció detenerse. Un conjunto de imágenes del pasado que se conectaban unas a otras como una red de recuerdos parecían abordarlo en lo que analizaba el aspecto de su anfitrión.


Habían pasado nueve años desde aquel encuentro en Hosnian Prime. Lor San Tekka había acudido como invitado de la general a las jornadas intergalácticas de la constitución oficial de la Nueva República. En aquellos días el hombre solía lucir una fina túnica hapesiana teñida de un estrafalario tinte que, a ojos de la mayoría de seres, alternaba mágicamente entre el blanco y el negro en función de cómo le incidía la luz. Haces y sombras, luz y oscuridad… «Puede que no dedicara mucho tiempo a elaborar metáforas», pensó Poe en aquella ocasión. Pero a pesar de la elaborada puesta en escena de la que fue provisto de mano de estilistas y consejeros, que algunos senadores interesados en su causa habían puesto a su disposición, el hombre no consiguió encandilar demasiado. Además, como pudo comprobar el círculo más cercano a la general, el hombre no se sentía nada cómodo bajo aquella refinada fachada. San Tekka se había pasado la mayor parte de su vida viajando por todos los rincones de la galaxia, explorando cada pista que pudiera ser de utilidad para su “iglesia”. No era ningún experto en política ni en diplomacia y, en contra de lo que se podría pensar, su talento como orador dejaba mucho que desear. Él era un viajero, un arqueólogo, por lo que los atuendos, el protocolo y los excesos de los niveles superiores del aquel planeta-ciudad del Núcleo Interior le hacían sentirse fuera de lugar. Por si fuera poco, en aquel momento, el gozar del favor de determinadas personalidades relevantes, como el de la general, no le fue de ayuda para recibir nuevos apoyos.
La celebración de aquellas jornadas, cuyo fin principal era la conciliación, comenzaron con la proclamación de Hosnian Prime como nueva capital de la República. Todo ello con previa aprobación por referéndum de los sistemas miembros para su traslado desde Chandrila, la capital republicana en funciones. Se había construido un nuevo edificio para albergar el Nuevo Senado, a imagen y semejanza del Senado Galáctico de Coruscant. Una enorme bóveda circular rodeada por los escaños móviles sobre repulsorpods de cada delegación, a partir de la cual se extendían los despachos, salas de reuniones y demás dependencias de la titánica edificación con forma de seta. Durante varias semanas, dada la magnitud del evento que aspiraba a ser el precedente de una nueva era, este nuevo senado acogió una serie de debates sobre el estado de diversos temas de vital importancia para la inminente transición de gobierno.
De entre los infinitos asuntos que se trataron durante esos días por parte de todas las delegaciones planetarias de los mundos que se habían adherido a la Nueva República, e incluso algunos del Remanente Imperial invitados en calidad de observadores, San Tekka tuvo la responsabilidad de abrir un tema que reabrió viejas heridas: los jedi. Como máximo representante de la llamada Iglesia de la Fuerza, había dedicado su vida a salvaguardar la memoria de los jedi, recopilando toda la información y reliquias posibles de la extinta orden. Aunque siguió sin éxito la pista de algunos supervivientes de la purga del Emperador, fue desde que se revelara públicamente la existencia del último caballero jedi, tras Endor, cuando San Tekka decidió aunar sus esfuerzos para que una nueva generación de jedi tuviera un vínculo activo con el nuevo sistema político. Su intervención en aquellas jornadas fue correspondida con indiferencia y en algunos casos con abierta disconformidad. La delegación de Bothawui lideró un grupo que se posicionó abiertamente en contra, formado en su mayoría por antiguos mundos separatistas. Sólo unos pocos planetas, fundamentalmente poblados por razas longevas, recibieron positivamente la propuesta de Lor San Tekka. Pero no los suficientes. La insistente propaganda del Emperador en su época de oscuridad había funcionado a la perfección y el recuerdo de la Orden Jedi resultaba amargo para gran parte de la galaxia.
Por aquel entonces Poe era uno de los reclutas más jóvenes de la Flota Aeroespacial de la República. La Resistencia aún no se había constituido como tal y la general seguía siendo miembro de excepción del Nuevo Senado. Los esfuerzos y los recursos dedicados a que la buena voluntad de esta Nueva República encauzase las idílicas pretensiones de la antigua, no parecían haber dado sus frutos. Seis años después de la batalla de Endor, la antigua líder de la Alianza Rebelde, Mon Mothma, participó activamente en la elaboración y negociaciones del Concordato Galáctico con los restos imperiales del núcleo, poniendo fin a la Guerra Civil Galáctica. Mothma se convirtió por unanimidad en la primera Canciller de la provisional Nueva República. Una República que comenzó a instituirse muy lentamente. La vorágine y el desconcierto que supuso la reconstrucción de la democracia entre los cientos de sistemas adheridos, junto a la unanimidad en cuanto a una postura antibelicista, fue tendiendo selectivamente a alejar del poder ejecutivo y administrativo a la cúpula de la Antigua Rebelión. El mandato de Mothma se iba agotando mientras que la Nueva República aún se enfrentaba a una lista infinita de tareas sin terminar y asuntos pendientes por tratar.
El verdadero problema llegó cuando los restos imperiales se dividieron. Nadie, al menos desde el sector republicano, sabe a ciencia cierta qué fue lo que agitó la colmena. Tras un aparente velo de estabilidad, los restos imperiales ocultaban un ambiente de elevada crispación entre los altos mandos militares. Resentidos por la rendición y el desmantelamiento del Imperio a manos de agentes burocráticos que empezaban a ver con buenos ojos la colaboración y el libre comercio con la Nueva República, un grupo de militares perpetró un golpe de estado fallido destinado a derrocar a los herederos administrativos de Palpatine en el Palacio Imperial. Se desató una guerra civil en Coruscant que acabó extendiéndose al resto de sistemas del Núcleo durante meses. En medio de la confusión, la Primera Orden se alzó de mano de un misterioso personaje conocido como Snoke. Los herederos de la Armada Imperial se unieron a este nuevo líder y se trasladaron al sector de las Regiones Desconocidas, desestimando postergar un conflicto armado contra los sistemas que seguían considerándose imperiales. Moffs, grandes almirantes y señores de la guerra. Hombres y mujeres que deberían haber sido juzgados y condenados por sus crímenes al finalizar la guerra, y sin embargo, se habían ocultado durante años detrás de sobornos, mentiras, falsas identidades y una proto-República demasiado indulgente; todos ellos pasaron a unirse a una nueva facción de dudosas intenciones y una avivada sed de venganza.