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El
anciano le sirvió un amargo brebaje de raíces en un pequeño vaso artesanal de
cerámica. Poe Dameron miró el tono violáceo de la humeante bebida y se vio
obligado a darle un trago para no resultar descortés. Tal y como esperaba, el
sabor a rayos de la infusión le hizo torcer el gesto pero según avanzaba hasta
su estómago liberó una sensación refrescante y aromática en su garganta que le
animó a terminarse el vaso.
—Temo
decirle que son muy pocos los que recuerdan a la Orden Jedi y menos aún los que
creen en la Fuerza —le dijo Poe al anciano, que estaba aparentemente
concentrado en la preparación de algún otro refrigerio para su invitado—. De
hecho, si no fuera por la general, yo tampoco lo haría. Si ella cree que él
puede ayudarnos en la lucha, haré lo que esté en mi mano por encontrarle.
—Estoy
seguro de que ella te ha elegido por algo más que por tus habilidades en
combate. Y seguro que te habrá dado más detalles de la naturaleza de esta
misión —dijo el hombre de espaldas desde el otro extremo de la habitación. Se
volvió—. Por eso, si te vas a embarcar en esta empresa, necesito saber si
alcanzas a comprender su magnitud y las implicaciones que conlleva. Dime, joven
Dameron, ¿a qué te refieres con que crees en la Fuerza?
A
Poe le sorprendió ser tratado con recelo por quien consideraba un viejo aliado.
Tampoco le agradaba demasiado que le siguieran considerando como al joven
impetuoso que había sido antes de la Resistencia. Si algo había aprendido desde
entonces era a conocer la forma en la que solían actuar las personas religiosas
y en cómo podían llegar a anteponer ciertas cosas ante todo lo demás.
—Creo
en lo que veo. Y he visto lo que ella es capaz de hacer. Con eso me vale.
—Sin
duda resulta más fácil creer en lo que perciben los ojos. En eso, has tenido
mucha suerte. Suerte de poder estar tan próximo a alguien como ella —dijo el
anciano con un tono condescendiente— Pero te aseguro que sólo has empezado a
rascar la superficie de algo mucho más grande. Algo inmenso.
Poe
empezó a dudar si no debería haberse mostrado más diplomático y no supo qué
decir a aquellas palabras sin empeorar la situación. A pesar de ello, el hombre
no pareció querer seguir por aquel camino.
—Entonces,
¿ella no habla sobre los jedi entre la gente de la Resistencia? —preguntó.
Lor
San Tekka se volvió llevando en su mano un plato con lo que parecían unas
pastas de cereales. Tanto su arrugada piel como sus humildes vestimentas
estaban desgastadas por las tormentas de arena y el calor diurno de aquel
desolado planeta. Las noches eran frías, sin duda.
Entre
lo poco que la oscuridad le había dejado distinguir a Poe de la aldea de Tuanul
al aterrizar en Jakku, pudo divisar un pozo de extracción de agua en torno al
cual se agrupaban las pequeñas y modestas construcciones y algunos árboles
frutales protegidos con mallas de plastiminium junto a evaporadores de humedad.
Todo indicaba la existencia de cámaras de cultivo subterráneo, aunque también
identificó un rebaño de fantabus en el extremo oriental. Estos últimos debían
ser uno de los principales sustentos locales, a vista del abrigo de lana que
llevaba encima San Tekka. El hombre llegó a la mesa y descargó el plato sobre
ella, luego se sentó tratando de ocultar una mueca de dolor, como si hubiera
algo más profundo que las molestias físicas de la vejez. Aunque conservaba la
misma figura y el mismo cabello y barba completamente canos, su estado había
empeorado visiblemente desde la última vez que le vio.
La
pregunta del hombre quedó flotando en la mente de Poe y el tiempo pareció
detenerse. Un conjunto de imágenes del pasado que se conectaban unas a otras
como una red de recuerdos parecían abordarlo en lo que analizaba el aspecto de
su anfitrión.
Habían
pasado nueve años desde aquel encuentro en Hosnian Prime. Lor San Tekka había
acudido como invitado de la general a las jornadas intergalácticas de la
constitución oficial de la Nueva República. En aquellos días el hombre solía
lucir una fina túnica hapesiana teñida de un estrafalario tinte que, a ojos de
la mayoría de seres, alternaba mágicamente entre el blanco y el negro en
función de cómo le incidía la luz. Haces y sombras, luz y oscuridad… «Puede que
no dedicara mucho tiempo a elaborar metáforas», pensó Poe en aquella ocasión. Pero
a pesar de la elaborada puesta en escena de la que fue provisto de mano de
estilistas y consejeros, que algunos senadores interesados en su causa habían
puesto a su disposición, el hombre no consiguió encandilar demasiado. Además,
como pudo comprobar el círculo más cercano a la general, el hombre no se sentía
nada cómodo bajo aquella refinada fachada. San Tekka se había pasado la mayor
parte de su vida viajando por todos los rincones de la galaxia, explorando cada
pista que pudiera ser de utilidad para su “iglesia”. No era ningún experto en
política ni en diplomacia y, en contra de lo que se podría pensar, su talento
como orador dejaba mucho que desear. Él era un viajero, un arqueólogo, por lo
que los atuendos, el protocolo y los excesos de los niveles superiores del
aquel planeta-ciudad del Núcleo Interior le hacían sentirse fuera de lugar. Por
si fuera poco, en aquel momento, el gozar del favor de determinadas
personalidades relevantes, como el de la general, no le fue de ayuda para
recibir nuevos apoyos.
La
celebración de aquellas jornadas, cuyo fin principal era la conciliación,
comenzaron con la proclamación de Hosnian Prime como nueva capital de la
República. Todo ello con previa aprobación por referéndum de los sistemas
miembros para su traslado desde Chandrila, la capital republicana en funciones.
Se había construido un nuevo edificio para albergar el Nuevo Senado, a imagen y
semejanza del Senado Galáctico de Coruscant. Una enorme bóveda circular rodeada
por los escaños móviles sobre repulsorpods de cada delegación, a partir de la
cual se extendían los despachos, salas de reuniones y demás dependencias de la
titánica edificación con forma de seta. Durante varias semanas, dada la
magnitud del evento que aspiraba a ser el precedente de una nueva era, este
nuevo senado acogió una serie de debates sobre el estado de diversos temas de
vital importancia para la inminente transición de gobierno.
De
entre los infinitos asuntos que se trataron durante esos días por parte de
todas las delegaciones planetarias de los mundos que se habían adherido a la
Nueva República, e incluso algunos del Remanente Imperial invitados en calidad
de observadores, San Tekka tuvo la responsabilidad de abrir un tema que reabrió
viejas heridas: los jedi. Como máximo representante de la llamada Iglesia de la
Fuerza, había dedicado su vida a salvaguardar la memoria de los jedi,
recopilando toda la información y reliquias posibles de la extinta orden.
Aunque siguió sin éxito la pista de algunos supervivientes de la purga del
Emperador, fue desde que se revelara públicamente la existencia del último
caballero jedi, tras Endor, cuando San Tekka decidió aunar sus esfuerzos para
que una nueva generación de jedi tuviera un vínculo activo con el nuevo sistema
político. Su intervención en aquellas jornadas fue correspondida con
indiferencia y en algunos casos con abierta disconformidad. La delegación de
Bothawui lideró un grupo que se posicionó abiertamente en contra, formado en su
mayoría por antiguos mundos separatistas. Sólo unos pocos planetas,
fundamentalmente poblados por razas longevas, recibieron positivamente la
propuesta de Lor San Tekka. Pero no los suficientes. La insistente propaganda
del Emperador en su época de oscuridad había funcionado a la perfección y el
recuerdo de la Orden Jedi resultaba amargo para gran parte de la galaxia.
Por
aquel entonces Poe era uno de los reclutas más jóvenes de la Flota Aeroespacial
de la República. La Resistencia aún no se había constituido como tal y la
general seguía siendo miembro de excepción del Nuevo Senado. Los esfuerzos y
los recursos dedicados a que la buena voluntad de esta Nueva República
encauzase las idílicas pretensiones de la antigua, no parecían haber dado sus
frutos. Seis años después de la batalla de Endor, la antigua líder de la Alianza
Rebelde, Mon Mothma, participó activamente en la elaboración y negociaciones
del Concordato Galáctico con los restos imperiales del núcleo, poniendo fin a
la Guerra Civil Galáctica. Mothma se convirtió por unanimidad en la primera
Canciller de la provisional Nueva República. Una República que comenzó a
instituirse muy lentamente. La vorágine y el desconcierto que supuso la
reconstrucción de la democracia entre los cientos de sistemas adheridos, junto
a la unanimidad en cuanto a una postura antibelicista, fue tendiendo
selectivamente a alejar del poder ejecutivo y administrativo a la cúpula de la
Antigua Rebelión. El mandato de Mothma se iba agotando mientras que la Nueva
República aún se enfrentaba a una lista infinita de tareas sin terminar y
asuntos pendientes por tratar.
El
verdadero problema llegó cuando los restos imperiales se dividieron. Nadie, al
menos desde el sector republicano, sabe a ciencia cierta qué fue lo que agitó
la colmena. Tras un aparente velo de estabilidad, los restos imperiales ocultaban
un ambiente de elevada crispación entre los altos mandos militares. Resentidos
por la rendición y el desmantelamiento del Imperio a manos de agentes
burocráticos que empezaban a ver con buenos ojos la colaboración y el libre
comercio con la Nueva República, un grupo de militares perpetró un golpe de
estado fallido destinado a derrocar a los herederos administrativos de
Palpatine en el Palacio Imperial. Se desató una guerra civil en Coruscant que
acabó extendiéndose al resto de sistemas del Núcleo durante meses. En medio de
la confusión, la Primera Orden se alzó de mano de un misterioso personaje
conocido como Snoke. Los herederos de la Armada Imperial se unieron a este
nuevo líder y se trasladaron al sector de las Regiones Desconocidas,
desestimando postergar un conflicto armado contra los sistemas que seguían
considerándose imperiales. Moffs, grandes almirantes y señores de la guerra.
Hombres y mujeres que deberían haber sido juzgados y condenados por sus
crímenes al finalizar la guerra, y sin embargo, se habían ocultado durante años
detrás de sobornos, mentiras, falsas identidades y una proto-República
demasiado indulgente; todos ellos pasaron a unirse a una nueva facción de
dudosas intenciones y una avivada sed de venganza.