2
El
anciano le sirvió un amargo brebaje de raíces en un pequeño vaso artesanal de
cerámica. Poe Dameron miró el tono violáceo de la humeante bebida y se vio
obligado a darle un trago para no resultar descortés. Tal y como esperaba, el
sabor a rayos de la infusión le hizo torcer el gesto pero según avanzaba hasta
su estómago liberó una sensación refrescante y aromática en su garganta que le
animó a terminarse el vaso.
—Temo
decirle que son muy pocos los que recuerdan a la Orden Jedi y menos aún los que
creen en la Fuerza —le dijo Poe al anciano, que estaba aparentemente
concentrado en la preparación de algún otro refrigerio para su invitado—. De
hecho, si no fuera por la general, yo tampoco lo haría. Si ella cree que él
puede ayudarnos en la lucha, haré lo que esté en mi mano por encontrarle.
—Estoy
seguro de que ella te ha elegido por algo más que por tus habilidades en
combate. Y seguro que te habrá dado más detalles de la naturaleza de esta
misión —dijo el hombre de espaldas desde el otro extremo de la habitación. Se
volvió—. Por eso, si te vas a embarcar en esta empresa, necesito saber si
alcanzas a comprender su magnitud y las implicaciones que conlleva. Dime, joven
Dameron, ¿a qué te refieres con que crees en la Fuerza?
A
Poe le sorprendió ser tratado con recelo por quien consideraba un viejo aliado.
Tampoco le agradaba demasiado que le siguieran considerando como al joven
impetuoso que había sido antes de la Resistencia. Si algo había aprendido desde
entonces era a conocer la forma en la que solían actuar las personas religiosas
y en cómo podían llegar a anteponer ciertas cosas ante todo lo demás.
—Creo
en lo que veo. Y he visto lo que ella es capaz de hacer. Con eso me vale.
—Sin
duda resulta más fácil creer en lo que perciben los ojos. En eso, has tenido
mucha suerte. Suerte de poder estar tan próximo a alguien como ella —dijo el
anciano con un tono condescendiente— Pero te aseguro que sólo has empezado a
rascar la superficie de algo mucho más grande. Algo inmenso.
Poe
empezó a dudar si no debería haberse mostrado más diplomático y no supo qué
decir a aquellas palabras sin empeorar la situación. A pesar de ello, el hombre
no pareció querer seguir por aquel camino.
—Entonces,
¿ella no habla sobre los jedi entre la gente de la Resistencia? —preguntó.
Lor
San Tekka se volvió llevando en su mano un plato con lo que parecían unas
pastas de cereales. Tanto su arrugada piel como sus humildes vestimentas
estaban desgastadas por las tormentas de arena y el calor diurno de aquel
desolado planeta. Las noches eran frías, sin duda.
Entre
lo poco que la oscuridad le había dejado distinguir a Poe de la aldea de Tuanul
al aterrizar en Jakku, pudo divisar un pozo de extracción de agua en torno al
cual se agrupaban las pequeñas y modestas construcciones y algunos árboles
frutales protegidos con mallas de plastiminium junto a evaporadores de humedad.
Todo indicaba la existencia de cámaras de cultivo subterráneo, aunque también
identificó un rebaño de fantabus en el extremo oriental. Estos últimos debían
ser uno de los principales sustentos locales, a vista del abrigo de lana que
llevaba encima San Tekka. El hombre llegó a la mesa y descargó el plato sobre
ella, luego se sentó tratando de ocultar una mueca de dolor, como si hubiera
algo más profundo que las molestias físicas de la vejez. Aunque conservaba la
misma figura y el mismo cabello y barba completamente canos, su estado había
empeorado visiblemente desde la última vez que le vio.
La
pregunta del hombre quedó flotando en la mente de Poe y el tiempo pareció
detenerse. Un conjunto de imágenes del pasado que se conectaban unas a otras
como una red de recuerdos parecían abordarlo en lo que analizaba el aspecto de
su anfitrión.
Habían
pasado nueve años desde aquel encuentro en Hosnian Prime. Lor San Tekka había
acudido como invitado de la general a las jornadas intergalácticas de la
constitución oficial de la Nueva República. En aquellos días el hombre solía
lucir una fina túnica hapesiana teñida de un estrafalario tinte que, a ojos de
la mayoría de seres, alternaba mágicamente entre el blanco y el negro en
función de cómo le incidía la luz. Haces y sombras, luz y oscuridad… «Puede que
no dedicara mucho tiempo a elaborar metáforas», pensó Poe en aquella ocasión. Pero
a pesar de la elaborada puesta en escena de la que fue provisto de mano de
estilistas y consejeros, que algunos senadores interesados en su causa habían
puesto a su disposición, el hombre no consiguió encandilar demasiado. Además,
como pudo comprobar el círculo más cercano a la general, el hombre no se sentía
nada cómodo bajo aquella refinada fachada. San Tekka se había pasado la mayor
parte de su vida viajando por todos los rincones de la galaxia, explorando cada
pista que pudiera ser de utilidad para su “iglesia”. No era ningún experto en
política ni en diplomacia y, en contra de lo que se podría pensar, su talento
como orador dejaba mucho que desear. Él era un viajero, un arqueólogo, por lo
que los atuendos, el protocolo y los excesos de los niveles superiores del
aquel planeta-ciudad del Núcleo Interior le hacían sentirse fuera de lugar. Por
si fuera poco, en aquel momento, el gozar del favor de determinadas
personalidades relevantes, como el de la general, no le fue de ayuda para
recibir nuevos apoyos.
La
celebración de aquellas jornadas, cuyo fin principal era la conciliación,
comenzaron con la proclamación de Hosnian Prime como nueva capital de la
República. Todo ello con previa aprobación por referéndum de los sistemas
miembros para su traslado desde Chandrila, la capital republicana en funciones.
Se había construido un nuevo edificio para albergar el Nuevo Senado, a imagen y
semejanza del Senado Galáctico de Coruscant. Una enorme bóveda circular rodeada
por los escaños móviles sobre repulsorpods de cada delegación, a partir de la
cual se extendían los despachos, salas de reuniones y demás dependencias de la
titánica edificación con forma de seta. Durante varias semanas, dada la
magnitud del evento que aspiraba a ser el precedente de una nueva era, este
nuevo senado acogió una serie de debates sobre el estado de diversos temas de
vital importancia para la inminente transición de gobierno.
De
entre los infinitos asuntos que se trataron durante esos días por parte de
todas las delegaciones planetarias de los mundos que se habían adherido a la
Nueva República, e incluso algunos del Remanente Imperial invitados en calidad
de observadores, San Tekka tuvo la responsabilidad de abrir un tema que reabrió
viejas heridas: los jedi. Como máximo representante de la llamada Iglesia de la
Fuerza, había dedicado su vida a salvaguardar la memoria de los jedi,
recopilando toda la información y reliquias posibles de la extinta orden.
Aunque siguió sin éxito la pista de algunos supervivientes de la purga del
Emperador, fue desde que se revelara públicamente la existencia del último
caballero jedi, tras Endor, cuando San Tekka decidió aunar sus esfuerzos para
que una nueva generación de jedi tuviera un vínculo activo con el nuevo sistema
político. Su intervención en aquellas jornadas fue correspondida con
indiferencia y en algunos casos con abierta disconformidad. La delegación de
Bothawui lideró un grupo que se posicionó abiertamente en contra, formado en su
mayoría por antiguos mundos separatistas. Sólo unos pocos planetas,
fundamentalmente poblados por razas longevas, recibieron positivamente la
propuesta de Lor San Tekka. Pero no los suficientes. La insistente propaganda
del Emperador en su época de oscuridad había funcionado a la perfección y el
recuerdo de la Orden Jedi resultaba amargo para gran parte de la galaxia.
Por
aquel entonces Poe era uno de los reclutas más jóvenes de la Flota Aeroespacial
de la República. La Resistencia aún no se había constituido como tal y la
general seguía siendo miembro de excepción del Nuevo Senado. Los esfuerzos y
los recursos dedicados a que la buena voluntad de esta Nueva República
encauzase las idílicas pretensiones de la antigua, no parecían haber dado sus
frutos. Seis años después de la batalla de Endor, la antigua líder de la Alianza
Rebelde, Mon Mothma, participó activamente en la elaboración y negociaciones
del Concordato Galáctico con los restos imperiales del núcleo, poniendo fin a
la Guerra Civil Galáctica. Mothma se convirtió por unanimidad en la primera
Canciller de la provisional Nueva República. Una República que comenzó a
instituirse muy lentamente. La vorágine y el desconcierto que supuso la
reconstrucción de la democracia entre los cientos de sistemas adheridos, junto
a la unanimidad en cuanto a una postura antibelicista, fue tendiendo
selectivamente a alejar del poder ejecutivo y administrativo a la cúpula de la
Antigua Rebelión. El mandato de Mothma se iba agotando mientras que la Nueva
República aún se enfrentaba a una lista infinita de tareas sin terminar y
asuntos pendientes por tratar.
El
verdadero problema llegó cuando los restos imperiales se dividieron. Nadie, al
menos desde el sector republicano, sabe a ciencia cierta qué fue lo que agitó
la colmena. Tras un aparente velo de estabilidad, los restos imperiales ocultaban
un ambiente de elevada crispación entre los altos mandos militares. Resentidos
por la rendición y el desmantelamiento del Imperio a manos de agentes
burocráticos que empezaban a ver con buenos ojos la colaboración y el libre
comercio con la Nueva República, un grupo de militares perpetró un golpe de
estado fallido destinado a derrocar a los herederos administrativos de
Palpatine en el Palacio Imperial. Se desató una guerra civil en Coruscant que
acabó extendiéndose al resto de sistemas del Núcleo durante meses. En medio de
la confusión, la Primera Orden se alzó de mano de un misterioso personaje
conocido como Snoke. Los herederos de la Armada Imperial se unieron a este
nuevo líder y se trasladaron al sector de las Regiones Desconocidas,
desestimando postergar un conflicto armado contra los sistemas que seguían
considerándose imperiales. Moffs, grandes almirantes y señores de la guerra.
Hombres y mujeres que deberían haber sido juzgados y condenados por sus
crímenes al finalizar la guerra, y sin embargo, se habían ocultado durante años
detrás de sobornos, mentiras, falsas identidades y una proto-República
demasiado indulgente; todos ellos pasaron a unirse a una nueva facción de
dudosas intenciones y una avivada sed de venganza.
El
temor que Palpatine había infundado en el antiguo senado décadas atrás se había
cumplido: la galaxia había quedado fragmentada en entidades independientes. La
Nueva República, el rebautizado Remanente Imperial y la Primera Orden. Todas
autónomas. Y, sin embargo, sólo una parecía ajena al movimiento de las otras
dos... El Concordato Galáctico hubo de renegociarse tras entrar un nuevo
jugador en el tablero. A pesar de que la Primera Orden había puesto en marcha
su aparato bélico, rompiendo el principal término del primer concordato, las
nuevas y tensas negociaciones tan sólo alcanzaron un acuerdo que se materializó
en un “Tratado de No Agresión”. Por su parte, el Remanente Imperial de los
mundos del núcleo se obcecó en su independencia, dando un paso atrás en sus
intenciones de empezar a colaborar con la República.
Dentro
de la República predominó la falta de autocrítica. Para gran parte del ideario
colectivo, el desarrollo de los acontecimientos era sólo culpa de los que
seguían siendo leales a un Imperio que ya no era tal. Pero lo cierto es que fue
la ausencia de mecanismos de supervisión, en los meses que siguieron al fin de
la guerra, la incapacidad para imponer sanciones económicas o la omisión del
establecimiento de un gobierno afín dentro de los restos imperiales, lo que
detonó la creación de esa descarada insumisión llamada “Primera Orden”. Los
senadores republicanos parecieron decidir mirar para otro lado, siendo
deliberadamente inconscientes de la creciente producción militar de un enemigo
en potencia. En los últimos años los sectores neutrales habían cerrado de nuevo
sus fronteras, como si una nueva guerra fuera inminente, y el crimen organizado
del Espacio Hutt se volvió más indómito que nunca.
Todo
aquello fue demasiado para Mothma. La incapacidad del Nuevo Senado para hacer
cumplir las condiciones de los concordatos, una oposición ávida por entrar en
el gobierno, unidos a una repentina enfermedad degenerativa, la llevaron a
abandonar la política. Borsk Fey'lya, un bothan que había escalado hábilmente
los peldaños políticos del poder liderando la oposición, fue elegido nuevo
canciller y, actuando de acuerdo a sus promesas, su gobierno se centró
exclusivamente en lo concerniente al interior de las fronteras republicanas.
Ese fue el punto de inflexión en el que caos ya no tuvo vuelta atrás, la
Primera Orden recibió carta blanca para actuar a su antojo.
Poco
después, en el 26 DBY[1], el
mismo año que Hosnian Prime se proclamó como capital, Mon Mothma murió en su
residencia familiar de Chandrila. Y lo hizo llevando a rastras el fracaso en la
misión a la que había dedicado toda una vida: resucitar una República
democrática y fuerte. Su planeta, al igual que muchos otros, guardaron luto con
el máximo reconocimiento a su figura durante semanas. Para mayor desgracia de
los que habían colaborado con ella, muchos de los que habían formado parte de
la Rebelión sintieron que los ideales de la Alianza habían muerto en gran parte
junto a ella.
En
contrapartida, el mismo día en que la propuesta de Lor San Tekka fue rechazada,
toda la consternación acumulada durante años fue puesta de manifiesto por la
Senadora de Honor, la representante del pueblo refugiado de Alderaan, Leia
Organa Solo, que comenzó su discurso abierto en memoria de la presente pérdida
de Mon Mothma. La entonces senadora lanzó un ultimátum a la República sobre la
creciente amenaza de la Primera Orden, la misma que Mothma trató de frenar en
su etapa de canciller, y que había llegado el momento de exigir el desarme
total e inmediato de las Regiones Desconocidas. Poe Dameron recordaba la
vergonzosa indiferencia del Senado ante sus palabras. Leia aportó pruebas de la
construcción de astilleros y academias militares a lo largo de los sistemas del
Corredor Vaagari, la ruta hiperespacial hacia las Regiones Desconocidas que
estaba siendo bloqueada por estaciones y naves con pozos de gravedad. Mostró
además pruebas de que la Primera Orden había ocupado Csilla y Lwhekk, así como
otros sistemas neutrales cercanos a su radio de acción.
Mundos
remotos, territorios sin importancia… Los senadores no querían hacer un océano
de, lo que consideraban, una gota de agua. Algunos acusaron a la senadora de
querer provocar un conflicto intergaláctico. La Primera Orden bien podía
tomarse la obtención ilegal de toda aquella información como una hostilidad.
Pero Leia Organa estaba decidida a causar una reacción real por parte del
gobierno y prosiguió su alegato. La tormenta finalmente estalló cuando sugirió
que, de forma encubierta, algunos mundos del Remanente Imperial del Núcleo
apoyaban económicamente a la Primera Orden. Mientras la delegación corelliana
se mantuvo a un cauteloso margen, los representantes de Coruscant, Borleias,
Nueva Carida y Kuat protestaron enérgicamente por lo que consideraron un
ultraje. Otros muchos senadores se preocuparon entonces por una hipotética
ruptura de la paz por la que tanto se había trabajado y acusaron a la senadora
de agitadora. El entonces canciller Borsk Fey'lya, tuvo que llamar al orden y
pedir a la senadora Organa que pusiera fin a su “discurso”. Poe recordaba las
palabras con las que se retiró de la tarima central, antes de que silenciaran
su transmisor de voz: “Señores, tengan en cuenta un antiguo dicho: una mala paz
es todavía peor que la guerra”.
A
pesar de la bonanza económica, muchos eran conscientes de la mala gestión del
gobierno de Fey'lya en cuanto a los asuntos concernientes a defensa. Durante su
doble mandato consiguió el visto bueno del Senado para emprender la peor
estrategia que podía llevarse a cabo en ese momento: reforzar el desarme del
ejército republicano como gesto de buena voluntad. Media galaxia se agarraba al
periodo de paz como a un clavo ardiendo, pretendiendo que la Primera Orden
actuara de igual modo dentro del límite de sus fronteras. Pero muchos sabían
que no era así, y aquellos desalentados por el fallecimiento de Mon Mothma,
vieron resurgir la imagen olvidada de la esperanza. La de la princesa Leia de
Alderaan.
La
Resistencia comenzó un día después de aquel discurso, en una de las terrazas
del Nuevo Senado. Las llamadas “Jornadas de la Conciliación” no pudieron
calificarse de otra manera que de fracaso, especialmente para los que allí se
encontraban. Aunque hubo notables ausencias, como la del capitán general Ackbar
o la del general del aire Wedge Antilles, varios héroes militares y políticos
de la Rebelión se reunieron para debatir sobre un futuro al margen de la
República. Allí, Poe conoció por primera vez a muchos de ellos, como al vicealmirante
sullustiano Nieb Nunb y al comandante Airen Cracken, que habían combatido
juntos desde Endor. Los generales Try Taskeen y Dellis Tantor, héroes
condecorados. Al propio Lor San Tekka y otros representantes de cultos hacia
los jedi. Así como los senadores de varios sistemas: Muulchädar de Kashyyyk,
Mayles Umoba de Onderon, Petyr Variiert de Chandrila, Olya Dodonna de Commenor
(sobrina del difunto general Jan Dodonna), Tai-Lin Garr de Gatalenta o Siona
Lôoth de Bestine, entre otros. La única razón por la que Poe se encontraba
allí, en tal notable compañía, fue por la influencia de su madre, Shara Bey.
Recordar
la mirada llena de optimismo y vitalidad que su madre reflejaba aquel día le
resultaba amargo. Por aquel entonces destacada alféreza de la flota republicana,
y líder del Escuadrón Verde de cazas del tipo Ala-A Avanzado, Shara Bey llevaba
años dentro del círculo de confianza de la senadora Organa. Ella misma había
enseñado a Poe todo lo que había que saber sobre los cazas de combate desde que
tuvo edad para llegar a los controles de la cabina. Los simuladores se le
quedaron pequeños en cuestión de meses. Shara no le adiestró para ser un piloto
excelente, le preparó para ser el mejor de todos, y para sorpresa de su madre,
Poe compartió su desmedido amor por volar. Podían pasar horas a los mandos de
cualquier chatarra que pudiera volar, días asistiendo a ingenieros que
diseñaban nuevos prototipos de cazas y semanas en los hangares desmontando
naves pieza por pieza para implementar mejoras que agilizaran su vuelo
atmosférico. Desde pequeño le dejó claro que quería llegar más lejos aún de lo
que ella hubiera imaginado.
Cualquier
cosa era poco para mostrarle que no le afectaba el hecho de que su padre les
hubiera abandonado, años atrás. No habían vuelto a saber de la suerte de Kes
Dameron desde que partiera hacia el Borde Exterior como voluntario en misiones
de escolta de las naves republicanas. Allí siempre había necesidad de
protección frente a piratas y demás amenazas con epicentro en Nar Shaddaa.
Ocurrió cuando Poe tenía diez años, y aunque su madre hizo todo lo posible por
mantenerse impasible y fuerte, él sabía lo profundamente herida que había
quedado. Por aquel entonces Kes Dameron ostentaba el rango de teniente primero
dentro del ejército republicano. Fue uno de los héroes condecorado de la
Alianza. Había conocido a Shara Bey por primera vez en Dantooine, cuando los
primeros pasos de la Rebelión aún pendían de un hilo. Se enamoraron. Su
historia fue otra de tantas de las que se dieron en la guerra, tras las
trincheras. Eran felices… Y lo siguieron siendo después de que Poe naciera. Él
era feliz con su mujer y su hijo... Poe reaccionó ante el recuerdo de su padre
con la misma indiferencia con la que Kes, de improviso, comenzara a tratarle
unos meses antes de dejar su hogar y a su familia. Su infancia había sido feliz
y plena, por lo que no tenía razones para culparle de nada más que de marcharse
sin darle ninguna explicación. Muchos niños habrían encajado aquel rechazo con
un sentimiento de culpabilidad o perdiendo la confianza en sí mismos, pero él,
a pesar de su corta edad, había concluido que el acto de su padre era a todas
luces irracional y cobarde, y decidió que no le afectaría. Las verdaderas
razones por las que Kes Dameron había actuado así eran propiedad exclusiva de
su madre. Las pocas veces que alguien cercano le había preguntado por ellas se
escudaba con evasivas, haciendo del subterfugio su bandera. Pero en la
intimidad, el mero recuerdo del paso de Kes por su vida, podía dejar a su madre
abatida en la tristeza durante días. No podía olvidarle por mucho que luchara
contra ello y se protegiera detrás de una cúpula casi infranqueable. Shara Bey
era la persona más fuerte que Poe conocía, por lo que siempre evitó ser el
causante de romper ese caparazón que encerraba tristeza, ira, decepción o lo
que fuera que albergara en su interior. Por mucho que le habría gustado
preguntar «¿Por qué?», jamás lo hizo. Y según fue creciendo, acabó fabricando
la misma coraza con la que se protegía su madre. Ambos se refugiaron en los
mandos de los cazas. Volando no había oportunidad para pensar en otra cosa. El
tiempo hizo el resto. Acabaron continuando la vida sin su padre, como si su
ausencia no hubiera supuesto nada. Y es que, como pudo comprobar Poe, se puede
vivir con una espina clavada en el pecho. Sólo hace falta mirar hacia otro
lado. Aun así siempre conservó la esperanza de que, llegado el momento,
tendrían una larga e íntima charla sobre Kes Dameron y sobre su repentina
huida. Muchas veces descubrió a su madre mirándole, como si ese momento hubiera
llegado. Pero siempre acababa retirándole la mirada, dejándolo para más
adelante… «Esperaste demasiado, mamá...», pensó Poe melancólico para sus
adentros.
Antes
de convertirse en el hombre que era ahora, Poe llegó a ser uno de los pilotos
más jóvenes en promocionar, con puntuaciones que escapaban a cualquier estándar
de evaluación. Había llevado las naves de examen a límites no conocidos hasta
entonces. Los droides astromecánicos no podían seguir el ritmo de sus órdenes
durante el pilotaje. A pesar de ello, sus proezas alcanzaban tal punto de
insensatez que algunos le consideraban un demente. Desde los controles de su
caza parecía jugar con la muerte como quien juega una partida de sabacc. Su
puntería era sólo superada por el número de naves siniestradas que dejaba a su
paso. Claro está que, hasta su llegada al ejército republicano, no habían sido
puestos a prueba tal cantidad de prototipos de sistemas de seguridad para
pilotos. Lo que no sabían aquellos que se apresuraban a tildarlo de loco, es
que había sido la propia Shara Bey quien le retaba a ir cada vez más lejos.
Ella solía decir: “para sobrevivir mañana, tienes que sentir el día de hoy como
si escaparas de una supernova”. Su madre pudo llegar a ver, más adelante, cómo
se convertía en el mejor piloto de la Resistencia y en uno de sus miembros más
destacados. Aquel día en Hosnian Prime, el último de las jornadas inaugurales
de la Nueva República, y a pesar de la gravedad de los acontecimientos, Shara
no pudo más que exhibir el inmenso orgullo que sentía por su hijo, siendo
felicitado por su precoz destreza por parte de personalidades de tan inmenso
calado. Personas a las que ella tanto admiraba y respetaba.
Poe
solía tener muy presente el pasado, pero por primera vez sentía que los años
empezaban a pesarle. Estar de nuevo en presencia de Lor San Tekka, a pesar de
encontrarse en un escenario tan distinto, le reabría muchos recuerdos. Y aunque
estos se empezaban a antojar lejanos y esquivos, el dolor de sus heridas permanecía
inalterable. No quería pensar en su madre y en sus pérdidas personales en ese
momento, pero aun así, el momento que compartió junto a ella en aquella terraza
era uno de esos recuerdos que se graban a fuego en la memoria y perduran, al
margen de la aflicción que puedan desatar.
Casi
había olvidado la pregunta del viejo San Tekka cuando se reencontró con su
mirada interrogante. «La general… Los jedi…», se obligó a recordar Poe como si
hubieran pasado horas.
—No.
Ella no suele hablar de eso. De los jedi... Ni de Skywalker... —contestó el
piloto de la Resistencia aún enfrascado en sus recuerdos. Unos recuerdos que,
con seguridad, también resultarían amargos para la general Organa.
—Entiendo...
—dijo San Tekka bajando la mirada, como si recordara algo con un ápice de
decepción.
El
momento del acto de clausura de aquellas jornadas, nueve años atrás, fue
cuidadosamente elegido. Presidiendo el grupo que se hallaba en aquella terraza,
gestando los cimientos de lo que acabaría siendo la Resistencia, la senadora Leia
Organa Solo miraba con un gesto cargado de lastimosa intensidad a la pantalla
de dimensiones titánicas que se había desplegado junto al Senado. En ese
momento, sujetaba la mano de un anciano sentado en una silla flotante de
repulsión magnética. Poe no había reparado en su presencia hasta que su madre
le reveló su identidad. Era el ex-capitán general Carlist Rieekan. Retirado
hace años, y a pesar de que la edad, la incapacidad para caminar y la demencia
senil habían menguado la figura de uno de los grandes generales de la Rebelión,
Rieekan se mostraba en ese momento con una dignidad y un semblante de
solemnidad impropios de esa última etapa de su vida. La imagen captada por las
avanzadas cámaras del satélite astronómico Grebleip IV fue retransmitida en directo
a través de la HoloRed. El Senado y la galaxia entera contemplaban la imagen
ampliada que la luz de la estrella Alderaan hacía llegar al planeta Hosnian
Prime justo en esos momentos. Tal y como un grupo de astrofísicos había
pronosticado, el planeta de la segunda órbita del sistema se cruzó en la
trayectoria de la estrella y un pequeño punto circular se hizo visible en
pantallas y retransmisores holográficos de todos los rincones. Poe pudo sentir
enmudecer a miles de millones de voces que examinaban las imágenes. Tan sólo
unos segundos después, y antes de abandonar el círculo solar, el pequeño punto
negro se desvaneció. Como un eco funesto del pasado, acababan de presenciar la
destrucción del planeta Alderaan a manos del monstruoso superláser de la Estrella
de la Muerte. Una imagen que la luz había tardado treinta y cinco años en
llevar hasta Hosnian Prime, y ahora desaparecería para siempre. Con su
silencio, rendían homenaje a los millones de vidas que se perdieron aquel día
en que una guerra estaba a punto de cambiar de rumbo. La imagen de Riekkan,
cogido de la mano de quien fue la heredera al trono de Alderaan, fue el punto
final de aquellas desafortunadas jornadas. Dos de los últimos hijos de Alderaan
compartieron su gesto y sus lágrimas con el mundo. Era importante negarse a
olvidar aquel monstruoso genocidio.
Mientras
tanto, unos metros abajo, en otra de las terrazas del senado, unos vítores y
burlas rompieron el silencio espectral. Algunas de las delegaciones del
Remanente Imperial celebraban abiertamente el recuerdo del momento más glorioso
del Imperio. Incluso tuvieron la desfachatez de hacer estallar unos fuegos
artificiales. Todos los antiguos miembros de la Rebelión les miraron con
semblantes de incredulidad y frustración. Fue Lor San Tekka, quien también
había perdido a numerosos adeptos en Jedha, el primero en romper el silencio
condenando aquellas acciones con indignación. Airen Cracken no pudo contener su
rabia y comenzó a exigir silencio a voces asomado peligrosamente desde la
cornisa. La indiferencia y la obstinación de los del Remanente le llevaron a
proferir todo tipo de insultos y amenazas, mientras que varios hombres tuvieron
que sujetar al general Tantor, que, sin importarle las consecuencias, iba
derecho a hacerse con un speeder para irrumpir en una de las terrazas de
aquellos simpatizantes del Imperio. Sin duda alguna, aquella calaña consiguió
lo que quería y los ánimos se caldearon. Las fuerzas de seguridad tuvieron que
sofocar el acalorado enfrentamiento que continuó en los pasillos del Senado. Al
día siguiente una condena de los hechos ante la opinión pública y una
amonestación parecieron zanjar el asunto. No hubo ningún gesto de disculpa por
parte del Remanente, ni siquiera por parte de la delegación corelliana, a pesar
de que no se encontraban presentes en la refriega. Poe Dameron, aquel joven y
orgulloso piloto, supo desde aquel día que una nueva guerra sería sólo cuestión
de tiempo.
Años
después, allí se encontraba, en Jakku. Él convertido en comandante de la
Milicia de Cazas Estelares de la Resistencia y Lor San Tekka en un envejecido
recuerdo que estaba a punto de darle la llave para empezar la misión
posiblemente más importante de su vida.
—Es
comprensible que no quiera hablar de ello, teniendo en cuenta por lo que ha
pasado —dijo San Tekka, que seguía centrando la conversación en la general—.
Pero si vas a iniciar la búsqueda del último de los jedi, más te vale
conocerlos un poco mejor. Debes de ser consciente del peligro y la gravedad que
implica la circunstancia de que sea el último y
la razón por la que permanece oculto.
—Usted
le conoce...—comenzó a afirmar Poe, conteniendo la pregunta que finalmente no
pudo evitar hacerle—. ¿Por qué nunca le apoyó a usted en su causa? ¿Acaso no
quería que los jedi volvieran a instituirse con la República?
Shara
Bey sí llegó a conocerle. Coincidieron en los astilleros de Mon Calamari y más
tarde en Endor. Incluso tuvo la oportunidad de hablar con él en varias
ocasiones algún tiempo después. Pero, ni lo que le contó su madre ni la
posición de Poe dentro de la Resistencia, le ayudaron a conocer más de lo que
toda la galaxia ya conocía sobre el mito ligado al nombre de Luke Skywalker. Su
fama ya había conseguido propagar la llama de la Rebelión cuando destruyó la
primera Estrella de la Muerte. Cientos de jóvenes se unieron a la Alianza
inspirados por aquel granjero del Borde Exterior que había conseguido derribar
la joya del Emperador. Pero no fue hasta la caída de Palpatine cuando las
sospechas y las habladurías trascendieron hasta más allá de las filas rebeldes
y se convirtieron en un hecho de conocimiento público: Luke Skywalker era un
jedi. Ya entonces muchos se mostraron escépticos con el que hasta ese momento
había sido leyenda. La idea de que un caballero jedi volviera a estar tan cerca
de las altas esferas... Había muchos intereses en contra, y alianzas que podían
peligrar por su presencia en las negociaciones. Sin embargo, Skywalker nunca
entró en el foco de atención y siempre se posicionó en un prudente segundo
plano. Tras la firma del primer Concordato Galáctico, renunció discretamente a
su rango militar para iniciar la búsqueda de aprendices con los que poder
constituir una Academia Jedi.
Puede
que, en su día, San Tekka abandonara Hosnian Prime fracasando en su empresa de
devolver a los jedi a su antigua posición, pero la labor de este no fue pasada
por alto por el entonces maestro jedi. Siempre mantuvieron una respetuosa
relación de colaboración, y la comunicación entre ambos era frecuente.
—Es
difícil llegar a comprender la responsabilidad que ese hombre ha cargado sobre
sus hombros... —comenzó Tekka—. El
destino de una orden milenaria que mantuvo la paz en una galaxia que permaneció
íntegra y próspera durante generaciones recayó sobre él. Y a decir verdad... No
tenía la más mínima idea de lo que debía hacer. Llegué hasta él aquí, en Jakku,
sobre los restos humeantes de la última gran flota del Imperio, cuando seguía
combatiendo en las filas rebeldes. Los míos y yo llevabábamos tiempo
buscándole. Desde que perdimos nuestro templo en Jedha, estuvimos errando por
la galaxia durante décadas. Cuando le encontramos en este mismo paraje,
empuñando un sable láser ante una sección entera de soldados de asalto que se
había rendido nada más verle, decidimos que asentaríamos aquí un nuevo enclave
para nuestra organización, el lugar donde fuimos testigos del poder del último
jedi…
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