lunes, 31 de julio de 2017

[Reescribiendo El Despertar de la Fuerza] 1: Créditos iniciales y FN-2187

Comienzo mi incursión amateur en el mundo del fan fiction, con una  versión alternativa de El Despertar de la Fuerza. He decidido hacerlo sin haber leído aún las nuevas novelas canon, aunque sí con el apoyo de bastante información oficial que se ha ido confirmando tras el estreno de la película. Sin embargo, fundamentalmente baso estos relatos en mi experiencia con la película, y haciendo uso de una ambigüedad en cuantos a los cánones (el Disney y el antiguo) que considero útil, tratando de ofrecer una versión alternativa más contextualizada y cerrada. En resumidas cuentas, trato de rescatar todos aquellos elementos del antiguo canon de videojuegos, cómics y novelas, sin llegar a crear un conflicto real con el nuevo. Matizo: es una visión personal de este universo.

En esta primera entrada*, me centraré en el arranque del largometraje. Uno de los defectos que maticé en mi reseña de la película, era la ausencia de contexto y empaque dentro del universo Star Wars y la situación de la galaxia, por tanto, he vuelto a redactar los créditos iniciales y a continuación, aunque creo que el personaje no lo necesita, me centro en el punto de vista de Finn, dando pinceladas sobre quién es Phasma y quiénes eran sus compañeros de escuadra. En entradas posteriores abordaré la perspectiva de Lor San Tekka y Poe Dameron, alguna información de refuerzo con respecto a la Iglesia de la Fuerza y los Whills y sobre qué ocurrió con la Nueva Academia Jedi. Ambas corrientes se fusionan con el ataque de las tropas de asalto, la muerte de FN-2003 (no exactamente a manos de Poe) y la puesta en escena de Kylo Ren. Considerando innecesario realizar cambios sustanciales en el siguiente sector de la película (BB-8, fuga de Poe Dameron, encuentro de Finn y Rey y el Halcón), profundizaré más en lo que no se sabe de Hux, Ren y Snoke, para más adelante cambiar por completo el desarrollo de la historia con la aparición de Han Solo y Chewie, Leia y la situación con Maz Kanata. A partir de entonces todo lo he concebido sustancialmente diferente, incluyendo un desenlace (quizás) más contundente.

Puede que nunca llegue a nada de eso, porque, al fin y al cabo, estoy abarcando el escribir la totalidad de una novela y eso requiere una implicación a jornada completa (de la que no dispongo). Esa es la razón de que este “capítulo” esté sobrecargado de información: no creo que pudiera terminarlo entero y completamente desarrollado. Han ido pasando los meses, y estamos casi a las puertas del Episodio VIII y se deja intuir en la información que va fluyendo que mi particular visión de esta nueva trilogía dista bastante de lo que se está haciendo. Con todo, al menos, espero compartir este primer capítulo con el que me he divertido mucho escribiendo, cambiándolo, dándole la vuelta y que, como amateur que soy, seguramente su estructura resulte caótica; pero espero que le pueda gustar a alguien.


(*) Nota: Las siguientes líneas se corresponden con un fan fiction que narra una versión alternativa de Star Wars Episodio VII - El Despertar de la Fuerza, con el único afán de servir como entretenimiento expandido.

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Hace mucho tiempo, en una galaxia muy, muy lejana....



STAR WARS


Episodio VII


EL DESPERTAR DE LA FUERZA




Han pasado treinta años desde la Batalla de Endor y la derrota del Emperador. El Imperio se ha ido desintegrando ante el avance de la Alianza Rebelde y la constitución de una NUEVA REPÚBLICA GALÁCTICA que ha instaurado nuevamente la paz.

Sin embargo, una nueva amenaza conocida como la PRIMERA ORDEN, ha surgido de entre los Restos Imperiales con renovadas tropas, aniquilando de forma encubierta a la nueva generación de Jedis instruidos por Luke Skywalker, quien se ha retirado al exilio.

Amenazada y sin la protección de los Caballeros Jedi, la República es testigo del nacimiento de un grupo conocido como la RESISTENCIA liderado por la general Leia Organa, quienes vigilan los pasos de este nuevo enemigo que opera bajo la órdenes del misterioso Líder Supremo Snoke.


Uno de los pilotos más destacados de la Resistencia es enviado en una misión secreta a el planeta Jakku, donde un viejo aliado ha descubierto una pista sobre el paradero de Skywalker, trazando el camino para garantizar la paz y la justicia en la galaxia. Y reestablecer un nuevo equilibrio en la Fuerza...




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1


            Una sombra en forma de cuña eclipsó la superficie de la primera luna de Jakku. El Finalizador, destructor clase Insurgente, el buque insignia de la Primera Orden, estaba listo y en perfecto funcionamiento para actuar. En su veneración por el antiguo Imperio Galáctico, todo el personal militar y técnico de la nave se encontraba disciplinariamente en estado de alerta. Incontables cazas TIE se apilaban en enormes estructuras mecánicas que los sostenían y que, en caso necesario, permitirían desplegar un escuadrón en cuestión de segundos. En parte, esta maquinaria recordaba a la cadena de montaje en la que fueron construidos, con su nuevo y mejorado diseño, en los astilleros encubiertos de las Regiones Desconocidas.
A la sombra de las torres de cazas, adheridas a los gruesos muros de duracero, el hangar del destructor era un hervidero de mecánicos, pilotos y soldados marchando en orden cerrado en torno a los cuatros transportes blindados ubicados en el centro de la enorme sala. La sección del soldado de asalto designado como "FN-2187", embarcaba en su tercera misión no simulada. Por lo que les habían hecho saber en el informe preliminar, su misión era la de inspeccionar un Ala-X avistado por los escáneres junto a un pequeño poblado aislado en el planeta desértico.
Los datos de Inteligencia que los llevaban allí, añadían además, que no se esperaba un enfrentamiento con fuerzas hostiles, así que, con suerte, ni siquiera tendrían que hacer uso de sus blásters. «Aterrizar, asegurar el perímetro y esperar órdenes. Fácil. Tranquilo. Coser y cantar», pensó el joven soldado de asalto mientras las rampas de los transbordadores comenzaban a desplegarse. Casi se podía sentir la excitación. Había pasado más tiempo que de costumbre desde su última misión.
La imagen de una enorme armadura plateada con una capa carmesí en el umbral del hangar pasó inadvertida hasta que un mecánico se sobresaltó y dejó caer su hidrollave. Muchos se volvieron por el impacto de la herramienta con el suelo, y los que no, fueron avisados por sus camaradas con codazos y leves avisos torpemente disimulados. La nueva presencia inundó la sala y, para todos los que allí se encontraban, se convirtió en el centro de la galaxia. Instintivamente todos los soldados encuadraron sus posiciones en cuatro líneas de dos filas, se pusieron en firme y dedicaron un saludo militar a su capitana. El resto del personal se colocó detrás, manteniendo el mismo orden aunque, casi con seguridad, aliviados por el hecho de permanecer a una distancia prudencial de su superior. FN-2187 sintió como si el tiempo se hubiera detenido.
Tras la pausa que precedió a su entrada, en la que seguramente evaluó cada detalle de la estancia, la capitana Phasma avanzó con un gesto de conformidad seguida de sus tenientes. Sorprendía la agilidad con la que la hercúlea mujer se movía, ya que el sonido de cada imponente paso sobre la superficie metálica evidenciaba la magnitud del peso de la gruesa armadura blindada unido al de su robusto cuerpo. Al llegar al acceso del que sería su transporte, dio media vuelta. Una segunda pausa precedió a su voz fría y autoritaria.
—Descansen —dijo, dirigiéndose más a la nada que a los visores de los cascos de sus soldados—. Como saben, estamos en Jakku. Aquí el antiguo Imperio Galáctico sufrió la derrota definitiva. Hoy las cosas son muy diferentes y la balanza está de nuestro favor. Ya saben lo que tienen que hacer. Están autorizados a disparar con fuego letal a cualquier amenaza que surja. Quiero una extracción limpia, que no se convierta en una escaramuza con bajas amigas —añadió las últimas palabras con el desdén propio de un profesor que no pudiera evitar que sus alumnos le decepcionaran—. Bien, adelante. —dijo, mientras se volvía y ascendía por la rampa de la nave. El resto de soldados ajustaron sus blásters y la imitaron casi con júbilo, especialmente aquellos que no tenían que compartir el vehículo con ella.
Unos minutos después, la atmósfera de Jakku golpeaba con fuerza a la nave del flanco izquierdo en su descenso a superficie y la brusca oscilación para equilibrar el vuelo devolvía a FN-2187 a la realidad. Tuvo que sujetarse con todas sus fuerzas al asidero para no caer contra la red de seguridad que cubría la pared. En ese momento cayó en la cuenta de que el orden de los acontecimientos no se estaba desarrollando como él había esperado. Hacía tiempo que las cosas no deberían ser así.
«Lo que habían rastreado era un Ala-X. ¡Un Ala-X, maldita sea! El símbolo de la Antigua Rebelión». —Las dudas comenzaban a minar la exaltación con la que empezó el día, cuando les comunicaron que se preparan para una misión—. «No era una casualidad: sólo el enemigo usa esos cazas. ¿Cómo podía ser tan estúpido? Por supuesto que tendría que entrar en combate».
En el mejor de los casos, el poblado estaría infestado de simpatizantes de la República que contarían con algunas armas para defenderse. En el peor, si el informante que había llevado allí a la Primera Orden se equivocaba, se encontrarían con soldados de élite de la Resistencia, y si alguno de ellos quedaba vivo para contarlo, se rompería definitivamente el Tratado de No Agresión con la República.
            FN-2187 se obligó a centrarse en la misión. No debían rondarle esos asuntos por la cabeza. Si la Primera Orden tenía que entrar en guerra antes de lo previsto, que así fuera. No se podían cuestionar las órdenes. Las órdenes son su vida. La Orden es su vida. Instintivamente volvió a recitar en su interior el juramento de lealtad bajo el que había sido adiestrado: «El fin último de las tropas de asalto es el cumplimiento de su deber. Su deber es la Primera Orden. Nada se interpone ante la Primera Orden, indivisible bajo el mandato del líder supremo. ¡El orden galáctico regresará y prevalecerá!».
Embargado por un extraño sentimiento de orgullo y superioridad, alimentado por una necesidad de formar parte de algo más grande que él y que todos los que le rodeaban, no vio venir que la astilla que tenía clavada en lo más hondo de su ser hiciera acto de aparición en ese preciso momento. De su interior manó un conocido susurro infantil cargado de un impropio sarcasmo: «¿El “orden” de quién...? ¿Cuándo “elegiste” unirte a ellos? ¿Acaso no lo recuerdas?».
Había pasado bastante tiempo desde la última vez que la oía. Tanto que en ocasiones creía haberla olvidado. La voz siempre acaba volviendo a él, como una punzada de remordimiento, rabia y confusión; como una ola gigante que caía súbitamente derribando todo lo que le habían inculcado desde los ocho años. Esta vocecita le había cuestionado durante mucho tiempo las razones que movían a sus compañeros, a sus superiores, a los que le habían llevado allí. En ocasiones se sobresaltaba y se descubría a sí mismo mirando a su alrededor en alguna sesión formativa o incluso durante las horas de descanso, como si el niño se hubiera materializado y le hablara. Sin embargo, el oleaje fue cesando con el tiempo. Lo que no podía ser otra cosa que su conciencia, algo para lo que no les entrenaban para tener, pareció rendirse y enterrarse en algún lugar profundo, y esos extraños episodios de debate interior fueron absorbidos por el entrenamiento militar. La llama que le encendía el corazón fue apagándose con el tiempo, pero en ese momento, en ese justo y preciso momento, había vuelto desatando un incendio. «¿No lo recuerdas?», volvió a instigarle la voz del niño, de forma más clara y cercana esta vez, como si le estuviera hablando en la nuca.
Se sintió sobresaltado. Aquello no debería estar ocurriendo. Había pasado tiempo desde la última vez y lo creía controlado. Por aquel entonces tenía miedo de estar volviéndose loco, de que la cosa iría a peor y que lo expulsarían del servicio. Pero ahora le resultaba diferente. Era incapaz de pasar por alto esas palabras. Lo cierto es que cada día le resultaba más difícil recordar el rostro de sus padres. No recordaba tampoco el nombre de sus vecinos, ni el de las extrañas criaturas fofas y de seis patas que criaban como ganado. Ni siquiera recordaba el nombre del planeta ni del poblado en el que vivía. Pero lo que sí recordaba era el día en que el sonido de los motores de propulsión de una lanzadera blindada rompieron la tranquilidad de aquella pequeña colonia. No debía recordarlo pero, a diferencia de la mayoría de los que fueron reclutados a la fuerza, lo recordaba. Recordaba lo que allí pasó como si hubiera sido el día anterior. Puede que aquel oficial pensara que era más pequeño de lo que en realidad era y que lo olvidaría fácilmente, o puede que, por error, no hubieran programado para él algún borrado de memoria protocolario. O puede que simplemente fuera el miedo a no resultarles útil lo que le hubiera ayudado a ocultarlo durante años en las distintas evaluaciones psicológicas a las que fue sometido. A ojos de la Primera Orden, era un soldado de asalto como cualquier otro.
«Sí. Lo recuerdo», contestó en su interior a esa vocecita que no era sino él de pequeño. La misma voz que tenía aquel día en que le arrebataron de su familia, la voz de su conciencia.
No recibiría una respuesta. Nunca pasaba. Pero una ira latente empezó a aflorar en su pecho. A pesar de los aparentemente nobles propósitos de la Primera Orden y de lo que aspiraban a hacer, no podía evitar odiarles por lo que le hicieron. «¿Por qué tuvieron que hacerlo así? —pensaba FN-2187— Cuando hubiera alcanzado la mayoría edad, se habría enrolado de buena gana. De pequeño sentía que no tenía la menor intención de quedarse en aquel planeta…»
«¿Crees de verdad que sus propósitos son nobles o es que te han enseñado a pensar eso?», regresó una vez más la voz del niño mordiéndole por dentro. Recordó cómo sus padres se opusieron cuando les dijeron que se llevarían a los niños para darles un futuro mejor. La frustración le embargaba. El fuego consumió la aldea, que se convirtió en cenizas. Su respiración se aceleró para contener su cólera, pero no podía permitirse entrar en un estado de ansiedad en ese momento. Se encontraba al borde de una misión y tenía que controlarse.
«¡Ahora no! La misión... El entrenamiento», pensó, tratando de quitarse todo eso de la cabeza. Tal y como le habían instruido, recurrió a sencillos ejercicios de meditación para calmarse y centrarse en la misión. Entrar sereno en combate le ayudaría a focalizarse, a detectar más fácilmente la posición e intenciones de sus objetivos. Sin embargo, por mucho que insistía en respirar pausada y profundamente, su nerviosismo no cejaba. El ambiente a su alrededor tampoco ayudaba. La nave daba bandazos y descendía mecida por las turbulencias atmosféricas. Parecía que hubieron pasado años desde la última vez que habían estado con los pies estabilizados con la gravedad artificial del Finalizador. Una sucesión de imágenes empezó a reproducirse en su cabeza y se vio obligado a apretar los dientes. Las alas de la lanzadera, con su apariencia de cuchillas afiladas, plegándose sobre los ejes de sus costados. El tren de aterrizaje descubriéndose antes de tocar el suelo para adaptarse al terreno y sostener el casco de la nave. Los soldados de asaltos bajando por la rampa como un trueno blanco... Ahora era él uno de los que se encontraba en una lanzadera y no al revés.
FN-2187 clavó entonces su mirada en el receptor inalámbrico del casco del soldado que tenía delante y se quedó petrificado al instante al recordar que los demás podrían estar escuchando sus angustiadas respiraciones. Desde el momento en que subían a bordo del transporte durante una misión, todo el pelotón quedaba conectado al mismo canal de comunicaciones. Cada sargento escuchaba a su pelotón y al resto de sargentos. Del mismo modo ocurría con los tenientes, que estaban en comunicación con los sargentos y sus homólogos del mismo rango. Phasma, por su parte, solicitó disponer de un canal abierto, de modo que todos escuchaban sus órdenes y ella tenía carta blanca para acceder al interior de los cascos de los casi doscientos subordinados que tenía a sus órdenes. La perspectiva de que su capitana le pudiera estar escuchando en ese momento de debilidad le aterró sobremanera. Se dio cuenta de que llevaba varios segundos aguantando la respiración y comenzó a recuperar el aliento poco a poco, de la forma más silenciosa posible. Muy despacio lanzó algunas miradas furtivas para determinar si alguien le estaba mirando. Los virajes del vehículo seguían causando estragos al equilibrio de los soldados y nadie parecía haber clavado su atención en él. Al poco, dedujo que su ataque de ansiedad habría pasado inadvertido y, con el sobresalto, parecía haberse recompuesto de su estado de nerviosismo. Decidió que las distracciones podrían resultar útiles, mientras miraba de soslayo a las armaduras blancas que le rodeaban.
Muy pocos de los que empezaron la instrucción fueron finalmente seleccionados para unirse a la compañía de élite de la capitana Phasma. De entre todos ellos, cuatro fueron los últimos en unirse a la que se conocía como “Compañía Zillo”, nombre tomado de la bestia mitológica de Malastare, cuya existencia sólo era conocida por la destrucción que dejaba a su paso.
FN-2000 (Ceros), la soldado con la mejor puntería de la compañía. Reservada, discreta, una perfecta máquina de matar en las sombras. Pero no era su reputación lo que impedía a 2187 tener una conversación con ella sin acabar tartamudeando palabras sin sentido como si fuera un aqualish, sino más bien, su indudable y magnético atractivo. Ceros tenía el pelo moreno y corto, unos ojos rasgados de un color negro tan oscuro como el espacio profundo, como el que podía contemplarse en algunas coordenadas remotas de las Regiones Desconocidas, y una figura esbelta tallada tras los duros años de entrenamiento. A diferencia del Imperio, la Primera Orden no prohibía de forma directa las relaciones sentimentales o sexuales entre cadetes fuera de servicio. Claro está, que el interminable entrenamiento estaba cuidadosamente planificado para que no se diera lugar a tales actividades. Tampoco se mostraban demasiado explícitos en las clases de anatomía, que estaban más centradas en ilustrar los órganos vitales a los que había que disparar. Pero todo ello no evitaba la atracción que, el instinto y la concentración de hormonas inherente a la juventud, hacían surgir irremediablemente entre ellos, convirtiéndose en un rival adicional a batir en las evaluaciones. Incluso para Ceros. Aunque los pensamientos de ella no se dirigían a él…
FN-2199 (Nueves), el chico estrella. El soldado que cualquier oficial de la Primera Orden querría tener a sus órdenes. Un portento físico, pelo rubio, de mandíbula fuerte y ligeramente pronunciada, ojos entornados y un pecho tan ancho y duro como el de un speeder de mercancías. Nueves valoraba por encima de todo evidenciar su compromiso con la causa y recibir el reconocimiento de sus superiores. Para ello debía ocultar una desmedida crueldad que practicaba de forma casi enfermiza con aquellos compañeros de armas que no le caían en gracia. Anhelaba sacar las máximas puntuaciones y destacar en todos los ejercicios. Quizás por eso era incapaz de ver el interés que Ceros mostraba por él. En opinión de 2187, Nueves era una carcasa vacía incapaz de distinguirse de un soldado clon. Aunque, en honor a la verdad, no conocía a nadie que hubiera visto a un clon… Quería pensar que los clones, al menos, no tenían un sádico lado oscuro. A Ceros no parecía importarle todo aquello, y le sacaba de quicio.
El penúltimo fue él, Ocho-Siete, el apodo que en un alarde de originalidad se había ganado entre sus homólogos. Tez oscura, ni alto ni bajo, fuerte y con gran resistencia. Destacaba en el uso del bláster a corto y medio alcance. "Un recluta equilibrado y competente", en palabras de sus instructores. Nada nuevo bajo el sol. Un número más para añadir a una estadística cuando cause baja. «¿Llorará alguien por ti cuando caigas en el frente de batalla?», su yo infantil volvía para perturbarle. «Puede que él sí lo hiciera...», pensó Ocho-Siete mirando nuevamente al soldado que tenía delante.
Slip, FN-2003. Él fue el último en promocionar. Slip, el desliz. Slip, el traspié. Slip, su compañero… Y amigo... O al menos eso quería creer.
Aunque él trataba torpemente de maquillarlo, diciendo que lo llamaban así porque era considerado un rival "resbaladizo", Slip se ganó su nombre con alguna que otra metedura de pata en momentos clave de los exámenes en simulación de combate. No es que fuera un recluta patoso, es que, en opinión de Ocho-Siete, simplemente tenía mala suerte. Era capaz de hacer un ejercicio perfectamente ejecutado hasta que, en el momento más insospechado pero más relevante, simplemente “patinaba” y lo arruinaba todo. Era tan importante para él convertirse en soldado de asalto, que su ansiedad parecía jugarle malas pasada y cometía errores que le impedían promocionar. Cada evaluación final que no conseguía superar era publicitada con detalles por Nueves en los comedores, duchas y demás zonas comunes de los cadetes. A pesar de ser casi tres años menor que él, Nueves solía intimidarle a menudo, acercándose cuando nadie podía verlos y susurrándole cosas despreciables. A veces le llenaba el uniforme de alguna sustancia viscosa que encontraba en las cocinas. Nunca se atrevió a pegarle, aunque lo deseara con todas sus fuerzas. Ambos tenían la misma formación de combate por lo que, aunque Nueves era más fuerte, Slip sabía defenderse y no quería arriesgarse a que investigaran una pelea entre reclutas si veían un corte o un moretón en el rostro de alguno de los dos. Seguramente le frustraba la indiferencia de Slip, que aguantaba estoicamente los abusos y nunca informó a su sargento. A pesar de ello, con la estricta doctrina de la Primera Orden en lo referente a ese tipo de actitudes, Nueves se las arreglaba para que sus “actividades” pasaran inadvertidas entre los instructores en primer lugar, y de los sargentos más adelante. Era lo suficientemente inteligente para no salirse demasiado del esquema. Por mucho que deseara encontrar pelea y demostrar su superioridad, era más grande el temor a llamar la atención por un asunto así. De hecho, todos conseguían dominar sus impulsos y mantener una férrea unidad de obediencia.
A veces a Ocho-Siete le resultaba inquietante la ciega fidelidad de la mayoría de los reclutas con la causa. Una causa que los había desprendido de sus familias cuando eran niños. Una doctrina que les exigía matar sin hacerse preguntas… Ocho-Siete siempre había mostrado fidelidad, pero en su fuero interno luchaba cada día entre la indecisión y la incertidumbre. Pero, ¿qué haría si un día se plantase? Ante la perspectiva de no tener alternativa, su credulidad acababa siendo demasiado grande.
Dudaba que Slip tuviera tales pensamientos, de hecho, puede que fuera uno de los más entusiastas con la empresa bélica en la que se encontraba implicado. Él era un huérfano del planeta Thyferra. Para los huérfanos siempre era más fácil. Cuando la Primera Orden le "adoptó", le dio un plato sobre la mesa y una promesa de grandes aventuras cumpliendo con emocionantes misiones. La situación de Thyferra, por aquel entonces, no resultaba muy alentadora para un niño sin familia ni hogar. Allí donde los últimos coletazos del Imperio hacían mella, fueron apareciendo los primeros agentes de la Nueva Orden para “hacerse cargo” de los más desafortunados. Tras casi sesenta años de conflictos bélicos, no era de extrañar que algunos les vieran como una especie de salvadores que acudían a ocuparse del pueblo (humano), mientras los grandes poderes de la galaxia se enfrentaban en una guerra inacabable de la que solo ellos parecían salir perjudicados.
Pero él sabía cuál era la cara oculta de la Primera Orden. Lo recordaba. Recordaba cuáles eran los métodos de reclutamiento a los que recurrían cuando otros fallaban. Pero nadie más parecía hacerlo. La realidad era que decenas de miles de soldados habían surgido de la nada, ante las mismas narices de la Nueva República. Soldados criados sin conciencia e ingenuos. Un ejército joven e impetuoso. Pensándolo bien, es como si les hubieran adiestrado permaneciendo en una niñez perpetua. Y el más ingenuo de esos críos, parecía ser Slip.
Slip... Puede que su sobrenombre fuera despectivo, y puede que no fuera el soldado más diestro, pero Slip tenía algo que Ocho-Siete siempre había envidiado: una identidad. La capacidad de ser reconocible entre el resto de niños, aún con su armadura puesta. Siempre ponía la otra mejilla ante la adversidad, a pesar de que lo que le habían enseñado era a usar los puños. Todos actuaban siguiendo el mismo guión, incluido él, aunque tuviera reservas. Slip no lo hacía, mostraba un exceso de curiosidad y de entusiasmo por todo. A veces le gustaría disfrutar de esa libertad.
Por otro lado, cuando Ocho-Siete pensaba que él era el único que conservaba recuerdos de su anterior vida, Slip le mostró en secreto que también recordaba su infancia antes de la Primera Orden. Durante sus largas patrullas en las cloacas de la base del proyecto Starkiller, los reclutas FN-2187 y FN-2003 charlaban largo y tendido. A veces sobre el nuevo armamento que la Orden había adquirido de algún misterioso proveedor. Otras sobre el glorioso periodo de armonía que el Emperador Palpatine había conseguido instaurar ante la adversidad, desenmascarando a la, mal llamada legendaria, Orden Jedi y mostrando a la galaxia su verdadero rostro. Hasta que un día Ocho-Siete se sorprendió cuando Slip comenzó a hablarle de su infancia.
Slip tenía la suerte de haberse formado una memoria selectiva, puede que como una forma de autodefensa, y sólo recordaba los momentos alegres de su niñez. Las excursiones a las praderas húmedas en los que comían grandes frutos ácidos y hongos de infinitas clases. Los otros niños y él jugando con knytix salvajes, unos insectos alargados del tamaño de un sabueso massiff que salían del interior de las selvas y de los lagos. Los grandes y blancos edificios de procesamiento de bacta donde trabajaban sus padres… Hasta ahí… Slip era incapaz de recordar los bombardeos de la Alianza cuando el moff local se negó a entregar el planeta. Ocho-Siete no conocía los detalles de lo que ocurrió allí, como de lo que pasaba en esos momentos en el resto de la galaxia, pero sí sabía que Slip perdió a sus padres, aunque él fuera incapaz de hablar de ello. Como si nunca hubiera podido procesarlo y en su lugar hubiera un gran vacío. Por contra, Slip se había convertido en la clase de persona que siempre ve el vaso medio lleno. Y lo desbordaba cuando las cosas iban medianamente favorables.
Los soldados de asalto debían actuar de forma homogénea y el desarrollo de personalidad no contribuye a ello. La instrucción no fomenta especialmente la iniciativa. De hecho, la detección de un comportamiento que pudiera ser considerado individualista, era corregido. Sin embargo, Slip parecía jugar con esa actitud despreocupada y llamativa desde que lo conocía, y nunca había reparado en él ningún superior, más allá de ligeras reprimendas. Contemplando la impunidad ante el comportamiento de Nueves, Slip y los de otros reclutas, Ocho-Siete llegó a pensar que el ejército de la Primera Orden no parecía tan rígido y eficaz como se vanagloriaba. Pero un día descubrió que no todo era exactamente así.

            Había pasado un año desde que había entablado amistad con Slip. Por aquel entonces estaba más inquieto que nunca. Le quedaban seis meses para cumplir los veintiún años estándar, edad límite para acceder a las tropas de asalto. Disponen de tres años como máximo para mostrar lo que han estado toda una vida preparando, y se realizaban tres exámenes al año. En ese tiempo, les destinan a patrullas y puestos defensivos para que tomaran un primer contacto con el servicio. Por supuesto, no todos se presentaban a la primera oportunidad. Ocho-Siete había preferido esperar en su primer año de evaluación, centrándose en un entrenamiento intensivo para preparar su primera oportunidad.
A Slip se le acababa el tiempo. Prácticamente había acabado todos sus cartuchos. Si no lo conseguía pronto, dejaría de patrullar junto a Ocho-Siete en los niveles inferiores de la base del proyecto Starkiller y le destinarían de por vida a labores de mantenimiento, o a algo peor. Su mayor problema en la arena era su carácter impulsivo, que lo convertía demasiado rápido en un blanco fácil. De hecho, su situación no ayudaba a que se centrara. No era la primera vez que, en un exceso de confianza de Slip, Ocho-Siete había tenido que arriesgarse y cubrirle para que no cayera antes de tiempo en simulaciones de defensa de posición.
Se alegraron cuando les comunicaron que realizarían juntos el examen. El primero de Ocho-Siete y el último de Slip, para bien o para mal. Apenas quedaban reclutas por examinarse y la compañía Zillo estaba casi al completo. Sería una misión de simulación en escuadra junto a Nueves y Ceros.
Las cosas no fueron como él había esperado. Hacía tiempo que no debían ser así. Ese día tuvo que tomar una decisión. Una decisión sencilla que no pudo evitar tomar: la de ayudar a un amigo.
La arena recreaba una base de la Nueva República en un planeta rocoso, y su objetivo era infiltrarse con sigilo en el reactor para neutralizarlo. La realidad virtual había avanzado tanto, que la inmersión en la simulación era casi completa. El despliegue se hizo a través de una antigua cañonera de superficie, mediante rápel y descenso rápido con cables flexibles de aleación de cortosis. Normalmente una incursión de comandos especiales incluiría como equipamiento principal una mochila propulsora de sigilo de alta precisión, por lo que descender desde un vehículo estruendoso como aquel, era algo bastante fuera de lo habitual, casi arcaico, pero para lo que estaban plenamente capacitados. Quizás por la inesperada configuración de la arena, Slip se precipitó una vez más demasiado pronto. Su ansia por superar la evaluación le lanzó al combate con devoción, pero sin cerebro. Arriesgaba el todo por el todo. Si bien consiguió inutilizar dos torretas defensivas con un detonador termal antes incluso de tocar el suelo, el pasar por alto la necesidad de tomar una posición defensiva junto a sus compañeros le salió caro. Tan solo unos segundos después, cayó inmovilizado por uno de los droides aturdidores que estaban apostados en el cañón próximo a la entrada de la base. Slip se había quedado petrificado en el suelo. Seguía aferrado a su bláster mientras el droide pasaba por encima de él y alzaba su rojizo receptor visual para fijar un nuevo objetivo.
Un estruendoso enjambre de estos pequeños droides modificados emergió del cañón y avanzó diligente con sus patas metálicas insectoides. Aunque eran fáciles de abatir con sus blásters, incluso en ráfagas cortas de menor potencia, los tres que seguían en pie sabían que el uso de esa clase de droide tenía la única función de retrasarlos y dejarlos expuestos en la plataforma terrosa en la que habían aterrizado. Las torretas de la cañonera empezaron a escupir fuego para apoyarlos mientras tomaban posición. Disparaban contra ellos sin cesar, caían a decenas. Los que no estallaban en mil pequeñas piezas de metal, se retorcían y se desplomaban inmóviles. La única opción era esquivarlos de cualquier modo, evitando que les alcanzara uno de sus rayos aturdidores de corto alcance como el que había paralizado a Slip y continuar avanzando hasta la entrada.
En el momento en el que la cañonera se dispuso a abandonar la zona, alejando de ellos el fuego de apoyo, Nueves y Ceros se dispusieron a avanzar hacia el acceso principal, pero Ocho-Siete se detuvo junto a Slip. Sabía que si se quedaba allí, se presentarían refuerzos cuya amenaza sería mucho mayor que la de los molestos droides zumbadores, cuyo número no dejaba de aumentar, como si el oscuro desfiladero del que emergían fuera una colmena que hubieran agitado con violencia. Ocho-Siete miró al cuerpo rígido de Slip, como si pudiera ver su rostro y la expresión de desesperación que, seguro, se ocultaban detrás del casco. Seguramente esta era su última oportunidad. Estaba acabado… A menos que…
Recordó por otras simulaciones que el efecto del rayo aturdidor desaparecía en pocos minutos. Si conseguía contener a los droides, Slip se liberaría de la parálisis. FN-2187 tomó una decisión.
—¡Ceros! —gritó Ocho-Siete—. ¡Granada de iones!
Ceros y Nueves se volvieron atónitos a la escena que se estaba desarrollando en la zona de aterrizaje. Ocho-Siete había dejado el bláster a un lado y disparaba frenéticamente con su escopeta de pulso electromagnético. Los droides caían sin vida, esta vez a cientos. Las armas electromagnéticas no disponen de la capacidad de recarga del láser. Si seguía disparando así, se quedaría seco en segundos
—Ocho-Siete, ¿qué estás haciendo? —exclamó Ceros consternada.
—¡Necesitamos esa granada para la incursión! —gritó Nueves—. ¿Qué tratas de hacer? ¡Déjale y entra en la base!
—¡Podemos contenerlos hasta que se recupere! —contestó Ocho-Siete—. ¡Si no estamos los cuatro no podremos conseguirlo!
Nueves y Ceros se miraron dubitativos. Sabían que no era usual perder tan pronto a un miembro de la escuadra, y necesitarían todas las armas para entrar en la base. Ocho-Siete seguía derribando droides, barriendo de izquierda a derecha. Los droides iban reduciendo su número, pero el cansancio empezaba a pesarle en los brazos y la munición no duraría mucho.
Justo cuando creía que no podría aguantar más, vio cómo la granada de iones trazaba la curvatura de caída hacia el desfiladero, haciendo explosión en el borde del mismo, justo donde más droides se concentraban. Se derrumbaron al unísono, como mynocks en una cueva en la que se hubiera liberado dioxis. En menos de un minuto, volvieron a surgir nuevas proyecciones de droides, pero esta vez eran tres empuñando las armas y los mantuvieron a raya. Antes de que una nueva oleada hubiera permitido que recuperaran su número, Slip pareció volver a la vida entre espasmos.
—¿Estás bien? —le preguntó Ocho-Siete.
Slip agitó su cabeza mientras trataba de ponerse en pie torpemente.
—Prff —resopló Slip dando muestras de mareo—. No se lo deseo a nadie, pero… Estoy bien.
—¡Pues vamos! —les acució Ceros.
Slip recuperó su bláster y lo ciñó en el arnés magnético de su hombro izquierdo antes de desenfundar de su pernera la misma pequeña escopeta que estaban utilizando sus compañeros. Su equipación para esta misión no era la más completa, pero no se podía considerar ligera.
Los cuatro dispararon en formación de semicírculo mientras se iban aproximando de espaldas al acceso de la base subterránea. Justo en el momento en el que Ocho-Siete dejó su escopeta sin munición, pudieron escuchar cómo se activaba el bloqueo de seguridad de las compuertas y se activaba la alarma de la base con un estridente aullido. Aunque seguían haciendo blanco y desactivando los molestos caparazones con circuitos que seguían hostigándolos, habían quedado consternados. Ceros maldijo algo entre dientes, aunque con el estruendo de la alarma fue imposible distinguir sus palabras.
—¡Maldita sea Ocho-Siete, se supone que debíamos entrar con sigilo! —gritó Nueves haciéndose oír por encima de la ensordecedora señal. Seguía disparando sin perder de vista a sus blancos—. ¡La misión ha fracasado por tu culpa! ¡En cuanto salgamos de aquí, te voy a..!
—¡Cállate y seguidme aquí arriba! —dijo Ocho-Siete desde el techo de la entrada. Había subido tan rápido que el resto no se dio cuenta—. Esto no se ha acabado.
Ocho-Siete no se reconocía a sí mismo. Estaba improvisando. Sabía que las simulaciones eran más complejas de lo que parecían inicialmente. Aunque se esperaba de ellos que siguieran la ruta que se les había indicado y mostraran tanto sus habilidades físicas como su puntería, siempre había un “atajo” para completar la misión de una forma más creativa. Aunque no demasiado…
La simulación debió cambiar de nivel, porque de pronto los droides zumbadores habían desaparecido. La alarma seguía sonando, y sabían que los refuerzos estarían al caer. Ocho-Siete no tardó en localizar el conducto de ventilación, justo donde el duracero del bunker se internaba en el terreno terroso. Disparó sobre el cierre de la rejilla con su bláster y la levantó con la ayuda de Nueves, que no terminaba de comprender cuáles eran sus intenciones. Ceros y Slip les cubrían.
—¿Y ahora qué? —dijo Nueves—. Los ventiladores nos harían trizas y los conductos estarán bien protegido con escudos y con alambreras láser.
—Se supone que ya no tenemos que preocuparnos por el sigilo, ¿no? —dijo Ocho-Siete mientras le mostraba a Nueves un detonador termal, justo antes de activarlo y lanzarlo al interior de uno de los tubos. La esfera metálica pasó justo entre dos de las aspas del ventilador—. ¡Al suelo!
Ceros y Slip, aunque sorprendidos, no dudaron en ponerse a cubierto lanzándose hasta el borde del techo. Nueves, por contra, se quedó pasmado mirando al interior del conducto, como si no terminara de creer lo que Ocho-Siete acababa de hacer.
—La madre que lo... —antes de que Nueves acabara la frase, Ocho-Siete se lanzó sobre él y cayeron al suelo casi en el instante en que la explosión hizo saltar por los aires la base del conducto.
Cuando se hizo el silencio y tras comprobar que todo seguía en su sitio, excepto el ventilador de la salida de ventilación, Nueves se lo quitó de encima emitiendo un gruñido gutural.
—De nada, compañero recluta —dijo divertido Ocho-Siete levantándose. Se sintió aliviado al comprobar que el detonador había abierto un boquete considerable y que podrían continuar.
Aún salía humo y saltaban chispas cuando los cuatro se fueron internando en el estrecho tubo. No hubo tiempo de preparar un cable que les ayudara en el descenso, por lo que tuvieron que bajar apoyándose en sus extremidades y sujetándose en cada pequeño borde o saliente que la infraestructura les ofrecía. Ocho-Siete encabezaba el descenso, mientras que Slip cerraba el grupo en la posición más elevada. Tal y como predijo Nueves, se toparon con una rejilla láser en una bifurcación entre el primer nivel y el conducto que seguía descendiendo. El conducto que se desviaba en inclinación horizontal conducía al pasillo de entrada junto a las compuertas.
—Slip, ¿estás muy lejos de la abertura? —preguntó Ocho-Siete.
—No, ¿por qué? ¿Volvemos a salir?
—Escuchadme, los soldados republicanos estarán a punto de salir. Yo digo que dejemos que salgan y cerremos la puerta por dentro. —sugirió Ocho-Siete en un tono que dejaba entender que no había tiempo para debatir—. Slip, vuelve a salir y prepara unas granadas aturdidoras, espera a que salgan y complícales las cosas. Nosotros tres saldremos del conducto cuando estén concentrados en el exterior. Atentos a los intercomunicadores.
Aunque a Nueves le habría encantado contradecirle por estar llevando la voz cantante, Ceros y él asintieron. No tenían nada que perder, ni una idea mejor. Ocho-Siete se internó gateando por el conducto y pudo ver que el detonador había dañado la rejilla láser que les debería impedir llegar hasta ahí. No comentaría ese golpe de suerte con sus compañeros. En unos segundos alcanzó la rejilla metálica del fondo del conducto por la que entraba una fuerte luz blanca.
Tal y como imaginaba, era el pasillo de entrada, y justo en ese momento, unos veinte soldados de la República pasaban corriendo en dirección a la salida. Habían tardado demasiado y Ocho-Siete pudo ver el porqué; iban armados hasta los dientes: ametralladoras, fusiles de asalto, granadas… Iban preparados para desatar una pequeña guerra. El estruendo de su marcha casi eclipsaba al de la alarma. No podrían haberse enfrentado frontalmente a ellos ni en sueños, llevaban armaduras pesadas y parecían doblar su volumen con ellas.
Al desbloquear las compuertas se lanzaron hacia el exterior sin defender posiciones. Estaba claro que el nivel de la inteligencia artificial a la que se enfrentaban en la simulación no era demasiado elevada, pero poco le importaba a Ocho-Siete en ese momento. Esperó prudencialmente a que salieran todos y la desactivación de la alarma fue su llamada a la acción.
—Ahora Slip —dijo Ocho-Siete.
Una granada aturdidora pareció caer de las nubes y el estallido hizo cundir la confusión entre los soldados. Las granadas aturdidoras de alta tecnología con las que la Primera Orden equipaba a las tropas de asalto tenían un triple efecto. A la mezcla pirotécnica de compuestos químicos que provocaba un destello de quince millones de candelas se le unía a un impulso sónico que podía dejar inactivos unos tímpanos humanos durante varios minutos. De no haber llevado un casco con filtro de aire, los soldados republicanos se habrían topado también con la sorpresa de un gas concentrado de sustancias alcaloides extraídas de la raíz de un árbol feluciano, el cual les habría inducido a violentos vómitos y espasmos nerviosos. De momento, les valdría con la ceguera y la sordera momentánea.
Ocho-Siete disparó a uno de los extremos de la rejilla y la hizo ceder con un golpe con la culata del bláster. Cayó de pie desde el techo desde el largo pasillo y corrió hacia el control de las puertas. Estaba más lejos de lo que había pensado. Una segunda granada estalló en el exterior, junto a los soldados que ya estaban desorientados. A Ocho-Siete, a pesar de la distancia, se le aclaró alarmantemente la vista.
—Ya tienen suficiente Slip. Haz lo que puedas para obstruirles el paso y baja aquí—dijo Ocho-Siete jadeando mientras corría hacia el interruptor de las compuertas.
No tardó en comerse sus palabras, ya que en ese momento, algunos soldados rezagados se volvieron e hicieron señas en dirección a la puerta. Su visión no debía estar demasiado aturdida, ya que comenzaron a dispararle, a pesar de una evidente falta de puntería. El soldado de asalto, ligeramente mareado también, devolvía el fuego en su galopada. Un disparo le pasó muy cerca. Estuvo a punto de ponerse a cubierto cuando uno de los soldados republicanos se derrumbó al recibir ese mismo disparo certero en el cuello. «Ceros», comprendió Ocho-Siete mientras apretaba el paso con una sonrisa de alivio.
A los disparos de Ceros se les unió una nueva ráfaga del bláster de Nueves, que empezaron a hacer blanco en los soldados que se daban la vuelta y otros que se encontraban de rodillas completamente aturdidos por las granadas. Cuando comprendieron lo que pasaba, las compuertas se estaban cerrando. Los disparos que provenían del exterior quedaron amortiguados por ellas. Justo en el momento en el que el chirrido que emitía la puerta al sellarse acabó con un golpe seco, Ocho-Siete usó su arma contra la consola de cierre que acababa de accionar. El pequeño estallido provocó una humeante atmósfera iluminada por el fuego de los componentes electrónicos que ardían. Acto seguido se dejó caer, apoyando su espalda en el muro del corredor mientras jadeaba fuertemente, casi sin aliento, y comenzó a inspeccionar su armadura para cerciorarse de que no había recibido ningún disparo. Ceros y Nueves se le acercaron.
Antes de que abrieran boca, Slip rompió el silencio cuando descendió del techo con un sonoro golpe al tomar contacto con el suelo. Se tomó un momento para analizar la situación, mirando a sus compañeros, que estaban aún consternados.
—¿Acabamos lo que hemos venido a hacer o nos echamos una siesta a esperar lo que tardan esos en volver a entrar?—dijo socarrón.
Todos se echaron a reír. Más por alivio y por expulsar el nerviosismo que por lo gracioso de la situación. Ocho-Siete se puso en pie. Ahora todos sentían que podían conseguirlo. Volvieron a ponerse en marcha, con las armas preparadas. Posiblemente habría otra guarnición en el interior y se les habían acabado las tretas. El largo pasillo se extendía en una cuesta que parecía no tener fin. Apretaron el paso. Cuando en el otro extremo comenzaba a vislumbrarse una puerta metálica, Ocho-Siete comenzó a transformar instintivamente su júbilo en cautela.
—Atentos —dijo Nueves, tratando de llevar la batuta esta vez.
Súbitamente las luces se apagaron hasta alcanzar la negrura absoluta. Los cuatro se pararon. No sólo había desaparecido la luz, si no que el pasillo, la puerta, hasta el subsuelo del planeta imaginario se habían esfumado, como pudieron comprobar cuando una tenue luz ultravioleta surgió por encima de sus cabezas.
«Se acabó —pensó Ocho-Siete mientras se quedaba mirando a FN-2003—. Hemos fallado... Ni siquiera nos dejan terminar. Sólo nos hacía falta un poco más…».
Slip parecía a punto de desmayarse por la enorme decepción, y cuando la voz de Phasma se manifestó con un eco espectral proporcionado por la enorme estancia vacía del simulador, sus palabras no contribuyeron a que cambiara de estado.
—El ejercicio de simulación ha concluido. Preséntense de inmediato en el acceso principal de la sala —dijo con tono irritado a través del sistema de comunicación.
Por primera vez, el vaso dejó de estar medio lleno para Slip. El vaso acababa de romperse y con él sus esperanzas por convertirse en un auténtico soldado de asalto. Los cuatro avanzaban con desgana, derrotados. Ocho-Siete se acercó a Slip sin saber muy bien lo que decir.
—Slip... —le dijo caminando a su lado—. Habrá más oportunidades. No pueden permitirse prescindir de ningún soldado. Más después de toda una vida de instrucción y…
—Déjalo Ocho-Siete —lo interrumpió Slip apenado y ausente, como si hubiera despertado de un sueño—. Estoy acabado. He cometido demasiados errores.
—¡Y el de hoy lo vas a lamentar, imbécil! —irrumpió Nueves en la conversación. —. ¡Por vuestra culpa tendré una mancha en mi historial!
—¿Por qué no te callas Nueves? —se volvió Ocho-Siete furioso—. ¿Es que no ves que puede que él no tenga otra oportunidad?
Ocho-Siete sabía que estaba dándole esperanzas banas a su amigo. La Nueva Orden necesitaba tantos soldados como trabajadores y sus reglas eran tan férreas como su indolencia. Pero le irritaba profundamente la falta de tacto de Nueves, incapaz de ver más allá de su ombligo.
—¡A mí me da igual lo que os pase a este o a ti! —la voz de Nueves pasó del enfado a un ira despectiva que Ocho-Siete no fue capaz de encajar. Lanzando una mirada a ambos les señaló acusador—. ¡No deberían dejar entrar en las tropas de asalto a gente como vosotros! Espero veros muy pronto limpiando las letrinas de los que valemos para esto.
Se habían detenido. Las risas optimistas de hacía tan sólo unos minutos habían sido fugaces. Ahora la tensión podía palparse a diez parsecs. Ocho-Siete y Nueves se encontraban cara a cara debatiendo qué hacer a continuación. Slip y Ceros a un lado de cada uno. Un hilo muy fino estaba deteniendo el brazo de Ocho-Siete, que volvía a forzar su respiración por la cólera.
—Si vais a pegaros, adelante —intervino Ceros—. Pero hacerlo lejos de mí, porque las peleas se penalizan severamente y yo pienso promocionar en la próximo evaluación. Él único que puede empezar una pelea sin repercusiones es ese de ahí. Y esto te lo digo a ti, Ocho-Siete: deja de darle falsas esperanzas. Está con un pie fuera y todos los sabemos.
Ocho-Siete había pensado a veces que la única que podía superar a Phasma en cuanto a frialdad era Ceros, y ese día le demostró que era cierto. Más adelante, Ocho-Siete reflexionó que lo que hizo aquel día fue salvar a Nueves de una falta disciplinaria. Era increíble que el punto débil de una mujer tan extraordinaria fuera un patán de aquel calibre.
No hubo tiempo para que se sintieran estúpidos tras las palabras de Ceros. Sin darse cuenta, se encontraban ante la puerta de la estancia, la cual se abrió para sorpresa de todos, desvelando a Phasma junto a un conjunto de oficiales ataviados con sus impecables uniformes negros y azulados.
—¡Reclutas, firmes! —alzó la voz Phasma al verles desencajados. Los cuatro se pusieron en línea recta y alzaron su cuerpo con toda la altura que les permitían sus huesos—. Es mi deber informarles de que serán los últimos en incorporarse a la compañía Zillo. Les transmito mi enhorabuena, soldados.
Antes de que Slip soltara un “¿Qué?” de sorpresa, sus tres compañeros ahogaron su desconcierto.
—¡Gracias señora! —dijeron al unísono.

Uno de los días más lleno de emociones contradictorias de la vida de Ocho-Siete, parecía acabar con alegría y satisfacción. Pero fue así por el hilarante júbilo que desprendía Slip por los cuatro costados. Su conciencia le recordó que no sentía felicidad para sí mismo «Enhorabuena Ocho-Siete. Ya has llegado a soldado. Ahora podrás empezar a romper nuevas familias».
Los cuatro recibieron la aprobación para entrar en el servicio activo, ante la presencia del mismísimo general Hux, que les felicitó personalmente. Él había sido quien había sugerido finalizar la simulación antes de tiempo, porque consideró ganada la partida.
—Un gran ejercicio, FN-2187—dijo Armitage Hux con un gesto de aquiescencia. A pesar de mostrarse solemne, Ocho-Siete percibió indiferencia en su voz al leer su número de identificación—. La Primera Orden se beneficiara de soldados con… inventiva, como la que ha demostrado tener hoy.
El general era alto y delgado, de piel pálida y con un pelo de un color rojizo que destacaba bajo su gorra de oficial. Pero si algo llamaba la atención del hombre era su mirada ansiosa, los ojos de un depredador ávido por lanzarse a por su presa. A pesar de su eficaz puesta en escena, la realidad es que no aparentaba una edad mucho mayor que la de los reclutas. De todos era sabido que el general había alcanzado su rango gracias a la influencia de su padre, Brendol Hux. El comandante Hux, en sus primeros años como militar imperial, se especializó en las tácticas de guerra llevadas a cabo por los generales Jedi durante las llamadas Guerras Clon. Cuando se emitió desde Coruscant la orden de negociar la rendición con la Alianza Rebelde, fue uno de los primeros comandantes en desertar de los Restos Imperiales para empezar a germinar lo que acabaría siendo la Primera Orden. Poco más se sabía de un hombre que había hecho todo lo posible por conseguir que su hijo, educado con estricta doctrina militar, llegase a ser la cara visible de la vanguardia del “nuevo Imperio” que habían creado. Hasta donde Ocho-Siete llegaba a conocer, el comandante Brendol Hux no había abandonado las Regiones Desconocidas desde que los motores de la Primera Orden se pusieran en marcha.
A pesar de todas las influencias que su padre podía haber tenido, el joven general se había ganado la confianza de sus hombres con puntuales muestras de indulgencia y con unas sentidas arengas, cuyas palabras conseguían calar en el novicio ejército. Daba a todos esos oídos exactamente lo que querían oír, ensalzando la necesidad de rejuvenecer una galaxia que se encontraba enquistada en un pasado sin sentido y desgastada por los ecos de una guerra que había convertido a sus padres en refugiados o desdichados sin fortuna. Había conseguido transmitir a las nuevas tropas de asalto la misma voracidad de conflagración que él parecía anhelar. En parte Ocho-Siete creía en el discurso. Alguien debía tener la culpa de lo que les había llevado allí. Si sus padres habían acabado viviendo en una colonia de granjeros, era porque habían huido del fuego de la Guerra Civil. Había sido la Alianza Rebelde la que había bombardeado Thyferra y había dejado huérfano a Slip. ¿Y todo para qué? ¿Para qué todos esos seres alienígenas que defendían los rebeldes ocuparan los puestos que les correspondían a sus padres en los mundos del núcleo interior? Casi parecía creerse todo aquello. Casi… Pero él recordaba quiénes habían apretado el gatillo de las armas que acabaron con la vida de sus padres.
La “ceremonia” de su promoción, si es que pudiera considerarse como tal, acabó con la misma diligencia que su ejercicio de evaluación. Era normal que muchos vieran en Hux un reflejo del éxito al que aspiraban. Ese hombre, que no era mucho mayor que ellos, era uno de los pocos nexos con los altos cargos militares de la Primera Orden y tenía contacto directo con el mismo Líder Supremo. Muy pocos recibían tales honores. Sólo el general, la ingeniera jefe del proyecto Starkiller, una enigmática no-humana de piel azul y… Él. El hombre enmascarado. Uno de los llamados “Caballeros de Ren”, que sólo responden ante las órdenes directas del Líder. Aunque sólo había coincidido con él en contadas ocasiones, el mero recuerdo de su presencia hacía que Ocho-Siete se estremeciera...
—Soldados—dijo el general Hux, dirigiéndose a todos tras condecorar a Slip—. Hoy comienza su vigilia. La Nueva Orden les da la bienvenida de nuevo, ya no como reclutas, sino como parte de su brazo ejecutor. Estamos muy próximos a volver a conducir a esta galaxia por el buen camino y tendrán el inmenso honor de formar parte de este periodo de la historia. Sus habilidades serán sólo tan valiosas como sus actos. Retírense.
Las palabras perdían en su boca la fuerza y la solemnidad que debían tener sobre el papel. Ocho-Siete sospechaba que sus discursos eran escritos por otros y que toda esa agresiva cólera con la que los exaltaba, eran pura fachada. El general, sin lugar a dudas, tenía asuntos más urgentes que atender ese día, y no debía encontrarse de humor para representar su papel. Los oficiales se retiraron y sus compañeros y él procedieron a hacer lo mismo. Justo cuando creía que podría respirar tranquilo por primera vez en ese día, Phasma se le acercó por detrás.
—FN-2187 —le dijo con voz leve y contenida—. Preséntese en mis dependencias en cinco minutos.
Acto seguido desapareció por el corredor contiguo. Ocho-Siete miró a sus compañeros que se encaminaban a los barracones. Parecían exultantes y rebosantes de júbilo por la suerte que habían tenido, sobre todo Slip. Éste se volvió para devolver la mirada a Ocho-Siete con ánimo de compartir su entusiasmo.
—Ahora nos vemos en los barracones —le dijo Ocho-Siete. Sabía que el resto de la compañía ya se habrían enterado de la noticia y estarían esperándolos para comenzar la correspondiente celebración en el comedor—. Tengo que hacer una cosa...
Las reprimendas públicas de Phasma eran tan demoledoras como frecuentes, pero nunca se había solicitado su presencia en privado. Eso no era habitual y no le gustaba. Ante la expectativa de unos aposentos cómodos, provistos de mucho espacio y de algún que otro lujo, Ocho-Siete se sorprendió al entrar en una sala prácticamente igual a los dormitorios de literas de los reclutas. Aunque pudieran resultar iguales en cuanto a los acabados de las paredes y de disponer del mismo espacio y distribución, el ambiente del habitáculo recordaba al de una celda de las prisiones de Kessel. Aunque contaba con aseo individual, el espacio se encontraba prácticamente vacío y oscuro. Tres de los cuatro puntos de luz se encontraba aplastados a golpes y el cuarto parecía tener un filtro que le impedía iluminar con normalidad. No había cama, sólo un saco de dormir de campaña enrollado en el suelo. Los pocos enseres de que disponía, parecían estar dispuestos para una evacuación de emergencia. Cuando sus ojos se habituaron a la oscuridad, Ocho-Siete pudo distinguir en una de las esquinas unas barras de ejercicio instaladas en el techo y en el suelo, así como un saco de entrenamiento para el combate cuerpo a cuerpo. No pasó por alto las manchas de sangre seca repartidas por la superficie del saco, así como las marcas y arañazos que decoraban las paredes perpendiculares.
«¿Cómo puede la Nueva Orden tener a alguien así al mando de una compañía?», pensó Ocho-Siete. Phasma se encontraba de espaldas en el extremo de la habitación contemplando lo que parecía una antigua y desgastada bandera imperial. Se había quitado el casco, el cual sostenía en su brazo izquierdo.
—Cierre la puerta, FN-2187 —le dijo sin volverse—. Y acérquese.
Ocho-Siete advirtió que no había informado de su presencia a la capitana al personarse en la habitación. Aunque se había quedado ensimismado por la apariencia de su residencia, Phasma tampoco le dio tiempo a hacer el saludo. Soltó un pequeño suspiro de irritación. No había empezado bien.
—A sus órdenes, mi capitana —dijo Ocho-Siete enérgicamente, pulsando el cierre manual de la puerta y adentrándose en el lúgubre rincón. Una vez a su lado, Phasma permaneció en silencio mientras continuaba mirando la bandera, como si recreara un recuerdo con gran detalle—. ¿Quería verme?
Aunque pretendió mostrar un tono de afirmación y poner fin al incómodo silencio, el resultado como pregunta fue ridículo sobremanera. Phasma aprovechó el momento como un ave de rapiña.
—Verle a usted no es algo de mi personal agrado, soldado —espetó ella irritada. Por cómo pronunció “soldado”, supo al instante que había un gran desprecio en la palabra—. Está aquí porque tiene que responder ante sus actos.
Sin retirar la mirada de la desvencijada bandera, le devolvió todo el protagonismo al incómodo silencio que le había dado la bienvenida. El corazón de Ocho-Siete se había encogido y no sabía cómo actuar.
Al fin, Phasma salió de su trance y dirigió su atención al joven. Ocho-Siete no podía sostener su mirada durante mucho tiempo y ella lo sabía. Era una mujer de pelo corto y rubio, de mirada hosca, boca ancha y mentón pronunciado. Sus brillantes ojos azules podrían haber llegado a salvar su poco agraciado rostro, si no fuera por la terrible cicatriz que le cruzaba la cara desde la frente hasta su gruesa nariz.
—¿Ha oído hablar del planeta Carida, FN-2187? —preguntó la capitana acercando sus ojos, esta vez divertida, a los del soldado.
—Sólo sé que era el planeta donde la Academia Imperial formaba a las tropas de asalto, señora —contestó Ocho-Siete nervioso.
—No sólo a los soldados regulares, también se adiestraba a los comandos imperiales. La élite de la élite, destinados a misiones secretas del Emperador o al servicio de algunas de sus “Manos”... —dijo la capitana Phasma. Hizo una pausa como si tratara de pensar lo que iba a decir a continuación—. Yo fui la última de ellos. No fue ningún honor teniendo en cuenta que, para cuando terminó mi instrucción, ya no había Emperador al que servir. Sólo un atajo de moffs y almirantes ineptos incapaces de ponerse de acuerdo para hacer frente a una guerra.
«¿Por qué le contaba todo aquello?», pensó Ocho-Siete, que había acabado por bajar la vista ante el hostigamiento de su mirada acusadora. En los barracones se habían escuchado muchas historias sobre Phasma. Historias sobre una cazadora de recompensas de Nar Shaddaa, otras sobre una asesina a sueldo que cambiaba de señor Hutt según le convenía. La más variopinta era la que afirmaba que Phasma era en realidad un soldado oscuro y que debajo de su casco no había más que una calavera metálica llena de circuitos. Viendo su intimidad perturbadora, creía que todas y cada una de esas historias tenían parte de verdad.
—El moff Zifron era el encargado del sector Carida y creyó más inteligente refugiarse en un planeta lleno de reclutas inexpertos que atender a la llamada del gran moff Kaine para que el Imperio se replegara en el Borde Exterior —continuó Phasma—. Zifron se permitía licencias, no aplicaba la disciplina que el Emperador concibió para su ejército. Su ineptitud sólo era superada por su cobardía, ya que cuando la flota rebelde sitió el planeta, esa escoria rindió la Academia Imperial a la primera de cambio. Incluso le permitieron retirarse en libertad al Núcleo, con los Restos Imperiales, por haber evitado una batalla fatal. Sólo unos pocos decidimos luchar con todo lo que teníamos y bastante menos conseguimos romper el bloqueo y huir del planeta en una pequeña corbeta —una nueva pausa—.  La masacre que dejamos atrás no ha quedado reflejada en los libros de historia de la Nueva República. —Phasma se paseaba por la habitación sujetando firmemente su casco y jugueteando con la empuñadura de su arma—. Carida era muy odiada entre las filas de los rebeldes. Para muchos representaba el origen de las supuestas calamidades que sufrieron sus mundos. Las tropas de asalto dejaron de ser clones. Ya no eran aberraciones genéticas autómatas sin conciencia, eran soldados alistados en un bando contrario, y ese planeta era al que iban a ofrecer sus vidas y perder su identidad... Se convertían en el brazo ejecutor del Imperio. Con tantos frentes abiertos en la galaxia, nadie pudo controlar lo que pasaba a lo largo y ancho del planeta aquel día. Nunca hubo necesidad de desembarcar allí a las tropas rebeldes. Pero así se hizo, y algunos se lo pasaron en grande con el pretexto de evitar una guerra de desgaste.
Phasma se permitió dibujar una grotesca sonrisa sobre su faz antes de proseguir. Ocho-Siete no esperaba nada de aquello y su mente se encontraba bloqueada.
—Como si cincuenta años de conflictos intermitentes no hubieran desgastado cada rincón de la galaxia —rió entre dientes—. La guerra es sucia, “soldado” —volvió a enfatizar la palabra, esta vez en tono burlón—. La guerra no le hace a uno grandioso, ni convierte en valerosos y gentiles a los que vencen. Esta bandera me lo recuerda. —Phasma se volvió para volver a mirar la bandera y la tocó como si la acariciara. El escudo del Imperio Galáctico ondeó como un eco del pasado—. Para cuando los que conseguimos escapar llegamos al punto de reunión convocado por Kaine, ya no había Imperio por el que luchar. El Imperio terminó de morir en Jakku un año después de Endor. Mucho más rápido de lo que habría hecho si la desaparición del Emperador no hubiera roto la cadena de mando. Todo porque una panda de traidores indisciplinados fue incapaz de acatar las órdenes de sus superiores.
Ocho-Siete empezaba a comprender los derroteros de aquel relato. Phasma se volvió de nuevo, esta vez con una mirada trastornada que heló la sangre del muchacho.
—Refrésqueme la memoria, “soldado” —le dijo con un desquiciado murmullo antes de elevar la voz—. ¿Cuáles eran sus órdenes?
—Yo… No… —titubeaba Ocho-Siete sin lograr articular frase. El corazón se le había disparado—. ¿Qué?
—¡Las órdenes de su misión de examen, “soldado”! ¡¿Cuáles eran?! ¡Y diríjase a su superior como es debido! —le gritó como un animal salvaje al que hubieran desatado.
—¡Infiltrarse en la base enemiga! ¡Alcanzar el reactor! ¡Colocar cargas de detonación y solicitar extracción si era posible, señora! —alzó la voz Ocho-Siete con desesperación.
—Bien... —prosiguió Phasma regresando al tono calmado del principio—. Por lo visto, entre sus órdenes no se encontraba la de salvar a un compañero de su propia incompetencia.
—Mi capitana —trató de excusarse Ocho-Siete—. Trataba de impedir que la misión fracasara, señora. No podíamos permitirnos perder un hombre desde el principio de la simulación.
—Vaya, ¿entonces actuó por puro egoísmo? Sólo quería asegurar su promoción, claro.
—Mi intención era lograr cumplir con el objetivo de la misión, señora —Ocho-Siete recuperó un tono de voz normal, no así la compostura—. Un hombre menos nos habría dificultado mucho las cosas. Así se lo transmití al resto de la escuadra.
—Claro, sus compañeros... Dígame FN-2187, ¿por qué insinúa que FN-2000 y FN-2199 no están capacitados para completar una misión con un hombre menos?
—No he pretendido insinuar algo así señora, tuve una corazonada...
—¿La Primera Orden le ha enseñado a aplacar las ofensivas del enemigo con corazonadas, “soldado”? —le interrumpió Phasma de súbito, acabando con una macabra risotada.
—No, señora —un sudor frío comenzó a deslizarse por la frente de Ocho-Siete. Mirada al frente. Tratando de concentrarse en la nada, las manchas de sangre del saco se toparon en su trayectoria.
—¿Será una corazonada la que le proteja de la explosión de un detonador termal? ¿Las corazonadas derriban cazas y fragatas? Dígame, ¿sus corazonadas salvarán a su compañero FN-2003 de un disparo certero en la cabeza?
—No, señora —respondió Ocho-Siete sin poder ocultar por más tiempo su nerviosismo.
—Eso ya lo sé… —hizo una pausa—. Quiero que sepa que si hubiera dependido de mí, seguiría siendo recluta hasta que corrigiera su actitud errática. Y en lo que a mí respecta, su querido amigo se iría de vuelta a algún mundo de las Regiones Desconocidas a servir comidas en unos barracones el resto de su vida. Son los eslabones débiles los que hacen que los imperios se desmoronen. —se lo quedó mirando fijamente en silencio—. Dado que otros no comparten mi punto de vista sobre la disciplina, me veo obligada a tomar otras medidas. Le recomiendo que afile sus corazonadas, “soldado”. A partir de hoy, le hago responsable de las acciones de FN-2003 —su voz se volvía a intensificar—. De ahora en adelante, si su compañero vuelve a entorpecer a cualquier unidad de la compañía en el transcurso de una misión, usted responderá por él. Si su compañero provoca la muerte de otro soldado, será su nombre el que aparezca en el informe. Si la misión es despedazar a un ronto con un vibrocuchillo de cocina y FN-2003 provoca que se ralentice cinco segundo más de lo esperado, será su presencia la que requeriré para dar explicaciones. ¿Lo ha entendido?
—Entendido, capitana —logró articular Ocho-Siete casi sin aliento e implorando que le dejaran salir de allí cuanto antes.
Phasma le contuvo la mirada fría y azul durante unos segundos más.
—Bien —dijo al fin, calmada—. Quiero que entienda otra cosa, soldado. Soy una persona perseverante. Tardé nueve años en encontrar a Zifron. Estaba en una lujosa residencia en Abregado-Rae. Las últimas palabras que oyó fueron “el traidor paga”.
—Entendido, capitana —repitió Ocho-Siete. Un escalofrío le dijo que cada cosa que le había contado era la verdad.
—Retírese —dijo al fin y acto seguido comenzó a quitarse la armadura, sin importarle lo más mínimo la presencia del nuevo soldado de su compañía.
Ocho-Siete se dirigió a la puerta con paso ligero, y justo cuando estaba en el umbral su capitana volvió a hablar.
—No me malinterprete FN-2187—dijo sin mirarle mientras continuaba, esta vez, quitándose la ropa que ocultaba la armadura metálica—. Lo ha hecho bien, tiene habilidades. Sólo necesita creerse que es un soldado y que estamos en guerra. —su curtido cuerpo era una enorme mole de músculos definidos hasta el límite—. Muy pronto lo descubrirá.

La nave parecía estabilizarse en el descenso a Jakku. FN-2187, soldado raso. Destino inicial: Base de Investigación "Starkiller", Saneamiento y Seguridad. Tercera misión de combate. Su cabeza daba vueltas cuando el vehículo empezó a decelerar. Pudo percibirlo: disparos. El primer impacto láser se sintió a través del visor de transpariacero de su casco, y automáticamente sus compañeros y él retiraron el seguro de sus armas y volvieron a comprobar que el modo de disparo estaba en posición de desintegración. Su adiestramiento surtía efecto y todo su ser se concentró expectante en la rampa de despliegue. FN-2187, soldado raso... Desde dentro se podía escuchar la respuesta al fuego enemigo que escupía el cañón defensivo superior del transporte.
Había llegado el momento. La rampa descendió y nada de lo que había visto en las simulaciones tenía nada que ver con aquello. Una ráfaga de descargas láser les dio la bienvenida. Uno de sus compañeros recibió un disparo en la cara y su casco voló en pedazos, al igual que parte de su cara. Un disparo distinto alcanzó a otro en el pecho y un fuerte impulso le hizo caer hacia atrás con violencia, aunque no llegó a traspasar la armadura. La respuesta del fuego amigo derribó a la primera línea de atacantes, los cuales se encontraban incomprensiblemente desguarnecidos. Las tropas de asaltos se desplegaron frente a los transportes y avanzaron en formación de línea, disparando de forma letal a todo lo que se movía en el poblado. Les seguían los soldados con lanzallamas, que no tardaron en escupir líquido inflamable en llamas. De pronto, todo era fuego y confusión a su alrededor. Los breves instantes en los que no había un intercambio de disparos láser, la oscuridad parecía engullirlos. «¿Dónde está Slip?», se preguntaba Ocho-Siete. Pero no había tiempo para pensar, tenían que asegurar la posición y encontrar el Ala-X antes de que su piloto pudiera escapar. Una ametralladora láser protegida tras una trinchera surgió de la nada para comenzar a acribillarlos y tres armaduras blancas cayeron abatidas antes de que el resto pudiera echarse a tierra.
—¡Posiciones defensivas! —gritó de pronto la capitana Phasma, que se encontraba a escasos metros de Ocho-Siete.
Su irrupción en la escaramuza fue decisiva tras los primeros momentos de confusión. Tumbada boca arriba en el desnivel del terreno en el que se protegían, esperó pacientemente a que el fuego enemigo cambiara de dirección y se levantó como un rayo disparando con un lanzagranadas casi tan grande como ella. Hizo blanco a la primera y la posición enemiga atrincherada saltó por los aires, destruyendo la ametralladora. La visión de los cuerpos humanoides desintegrándose pareció llevar al éxtasis a Phasma, que avanzó de forma suicida hacia el enemigo.
—¡Que paguen su osadía con la vida! —anunció con un registro de voz enfervorecido que Ocho-Siete no había escuchado antes y el resto de pelotones salieron enaltecidos de sus improvisados refugios para seguirla.
Ocho-Siete corrió junto a ellos, pero en lugar de devolver los disparos, buscaba instintivamente un nuevo lugar en el que protegerse de los mismos, que volvían a surgir de entre los oscuros rincones del poblado. Divisó una pila de chatarra lo suficientemente alta como para cubrirlo y se dirigió hacia ella. A pocos metros, una mujer ataviada para soportar las inclemencias del desierto caía tras encajar una descarga láser en el hombro. Cuando Ocho-Siete estaba a diez pasos de su objetivo sintió que algo tiró de su pie y cayó de bruces en mitad de su esprint. El impacto le había dejado sin respiración y miró en rededor desorientado. Pudo distinguir un vibrocuchillo en el suelo y, justo al lado, su bláster, que había caído a escasos centímetros. Al extender el brazo para alcanzarlo, un ser de cabeza alargada y grandes fosas nasales, probablemente el mismo que le había derribado y el dueño del vibrocuchillo, se tiró encima de él tratando de inmovilizarlo. Desconocía la raza del alienígena, pero era definitivamente más fuerte que él. Forcejearon en el suelo, propinándose golpes siempre que podían y rodando de un lado a otro. El ser consiguió reducirle. Visto de cerca, su piel parecía pastosa y recubierta por una fina capa de pelusa. Una vez se aseguró de que no pudiera moverse, colocó sus rodillas sobre los brazos del joven soldado. Cruzando las piernas sobre su pecho, llevó sus manos al cuello de Ocho-Siete para comenzar a presionar su tráquea.
Al notar sus piernas liberadas, Ocho-Siete comenzó a patalear y propinar rodillazos sin éxito contra la espalda de su rival. Debía de estar desesperado para tratar de matar a un soldado de asalto así, pero si no conseguía zafarse de él cuanto antes, a todas luces lo conseguiría. El intento de estrangulamiento apenas había comenzado cuando el alienígena recibió un disparo por la espalda que le atravesó el pecho. Cayó muerto con lo que parecía un gesto atemorizado de sorpresa y los párpados abiertos de una forma físicamente imposible para un ser humano.
Ocho-Siete miró al soldado de asalto que estaba unos metro por delante, protegido por el montón de escombros al que se dirigía, cogió su arma rápidamente y se abalanzó junto a él. Sentado y apenas sin recobrar el aliento alzó la vista para dirigirse a su salvador.
—Gracias —dijo Ocho-Siete con voz entrecortada mientras cogía aire ansiosamente— Gracias.
—Algún día tenía que devolverte el favor —dijo Slip antes de asomarse al borde de los escombros y unirse a la andanada de disparos láser.
Ocho-Siete no pudo contener una carcajada nerviosa. Reencontrarse con Slip mejoró su ánimo y volvió a ponerse en pie de un salto. Hubiera querido abrazarlo, pero un disparo enemigo le contuvo. Ese había estado muy cerca.
La escena parecía la obra holográfica de algún sombrío artista que hubiera expuesto en un museo de Taris. Phasma disparaba sin cesar en el frente junto a uno de los tenientes y un soldado que, por su constitución, sólo podía tratarse de Nueves. Slip, agazapado como un felino que se disponía a cazar, esperaba el momento idóneo para avanzar. Pudo ver como otros dos enemigos caían alcanzados por dos diestros disparos lejanos, lo que significaba que Ceros había alcanzado una posición idónea para su rifle.
Todo parecía transcurrir a cámara lenta. Oía palabras inconexas en su intercomunicador sin llegar a entender lo que decían realmente. Sólo pudo escuchar una voz en ese momento. «Adelante, únete a ellos. Dispara y conviértete en el asesino que han querido que seas toda tu vida», dijo la voz del niño de ocho años cuyo verdadero nombre había olvidado. Sólo que, esta vez, el niño hablaba con su voz de adulto.
Miró atrás y contempló el desolador paisaje cubierto de cadáveres, escombros, llamas y restos humeantes. Un alienígena como el que le había atacado se retorcía de dolor a escasos metros emitiendo un sonido similar a un balido. Este era más grande que el otro, lo que significaba que el de antes puede que hubiera muerto sin llegar a la edad adulta.

Las cosas no estaban yendo como él había esperado. Hace tiempo que no deberían ser así. FN-2187 tomó una decisión: la de sobrevivir un día más.



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