Comienzo mi incursión amateur en el mundo del fan fiction, con una versión alternativa de El Despertar de la Fuerza. He decidido hacerlo sin haber leído aún las nuevas novelas canon, aunque sí con el apoyo de bastante información oficial que se ha ido confirmando tras el estreno de la película. Sin embargo, fundamentalmente baso estos relatos en mi experiencia con la película, y haciendo uso de una ambigüedad en cuantos a los cánones (el Disney y el antiguo) que considero útil, tratando de ofrecer una versión alternativa más contextualizada y cerrada. En resumidas cuentas, trato de rescatar todos aquellos elementos del antiguo canon de videojuegos, cómics y novelas, sin llegar a crear un conflicto real con el nuevo. Matizo: es una visión personal de este universo.
En esta primera entrada*, me centraré en el arranque del largometraje. Uno de los defectos que maticé en mi reseña de la película, era la ausencia de contexto y empaque dentro del universo Star Wars y la situación de la galaxia, por tanto, he vuelto a redactar los créditos iniciales y a continuación, aunque creo que el personaje no lo necesita, me centro en el punto de vista de Finn, dando pinceladas sobre quién es Phasma y quiénes eran sus compañeros de escuadra. En entradas posteriores abordaré la perspectiva de Lor San Tekka y Poe Dameron, alguna información de refuerzo con respecto a la Iglesia de la Fuerza y los Whills y sobre qué ocurrió con la Nueva Academia Jedi. Ambas corrientes se fusionan con el ataque de las tropas de asalto, la muerte de FN-2003 (no exactamente a manos de Poe) y la puesta en escena de Kylo Ren. Considerando innecesario realizar cambios sustanciales en el siguiente sector de la película (BB-8, fuga de Poe Dameron, encuentro de Finn y Rey y el Halcón), profundizaré más en lo que no se sabe de Hux, Ren y Snoke, para más adelante cambiar por completo el desarrollo de la historia con la aparición de Han Solo y Chewie, Leia y la situación con Maz Kanata. A partir de entonces todo lo he concebido sustancialmente diferente, incluyendo un desenlace (quizás) más contundente.
Puede que nunca llegue a nada de eso, porque, al fin y al cabo, estoy abarcando el escribir la totalidad de una novela y eso requiere una implicación a jornada completa (de la que no dispongo). Esa es la razón de que este “capítulo” esté sobrecargado de información: no creo que pudiera terminarlo entero y completamente desarrollado. Han ido pasando los meses, y estamos casi a las puertas del Episodio VIII y se deja intuir en la información que va fluyendo que mi particular visión de esta nueva trilogía dista bastante de lo que se está haciendo. Con todo, al menos, espero compartir este primer capítulo con el que me he divertido mucho escribiendo, cambiándolo, dándole la vuelta y que, como amateur que soy, seguramente su estructura resulte caótica; pero espero que le pueda gustar a alguien.
Puede que nunca llegue a nada de eso, porque, al fin y al cabo, estoy abarcando el escribir la totalidad de una novela y eso requiere una implicación a jornada completa (de la que no dispongo). Esa es la razón de que este “capítulo” esté sobrecargado de información: no creo que pudiera terminarlo entero y completamente desarrollado. Han ido pasando los meses, y estamos casi a las puertas del Episodio VIII y se deja intuir en la información que va fluyendo que mi particular visión de esta nueva trilogía dista bastante de lo que se está haciendo. Con todo, al menos, espero compartir este primer capítulo con el que me he divertido mucho escribiendo, cambiándolo, dándole la vuelta y que, como amateur que soy, seguramente su estructura resulte caótica; pero espero que le pueda gustar a alguien.
(*) Nota: Las siguientes líneas se corresponden con un fan fiction que narra una versión alternativa de Star Wars Episodio VII - El Despertar de la Fuerza, con el único afán de servir como entretenimiento expandido.
--- Descarga en PDF
--- Descarga en PDF
----------------------------------------------------------------------
Hace mucho tiempo, en una galaxia muy, muy lejana....
STAR WARS
Episodio VII
EL DESPERTAR DE LA FUERZA
Han pasado treinta años desde la Batalla de Endor y la derrota del Emperador. El Imperio se ha ido desintegrando ante el avance de la Alianza Rebelde y la constitución de una NUEVA REPÚBLICA GALÁCTICA que ha instaurado nuevamente la paz.
Sin embargo, una nueva amenaza conocida como la PRIMERA ORDEN, ha surgido de entre los Restos Imperiales con renovadas tropas, aniquilando de forma encubierta a la nueva generación de Jedis instruidos por Luke Skywalker, quien se ha retirado al exilio.
Amenazada y sin la protección de los Caballeros Jedi, la República es testigo del nacimiento de un grupo conocido como la RESISTENCIA liderado por la general Leia Organa, quienes vigilan los pasos de este nuevo enemigo que opera bajo la órdenes del misterioso Líder Supremo Snoke.
Uno de los pilotos más destacados de la Resistencia es enviado en una misión secreta a el planeta Jakku, donde un viejo aliado ha descubierto una pista sobre el paradero de Skywalker, trazando el camino para garantizar la paz y la justicia en la galaxia. Y reestablecer un nuevo equilibrio en la Fuerza...
---
1
Una sombra en forma de cuña eclipsó la superficie de la primera luna de Jakku. El Finalizador, destructor clase Insurgente, el buque insignia de la Primera Orden, estaba listo y en perfecto funcionamiento para actuar. En su veneración por el antiguo Imperio Galáctico, todo el personal militar y técnico de la nave se encontraba disciplinariamente en estado de alerta. Incontables cazas TIE se apilaban en enormes estructuras mecánicas que los sostenían y que, en caso necesario, permitirían desplegar un escuadrón en cuestión de segundos. En parte, esta maquinaria recordaba a la cadena de montaje en la que fueron construidos, con su nuevo y mejorado diseño, en los astilleros encubiertos de las Regiones Desconocidas.
A
la sombra de las torres de cazas, adheridas a los gruesos muros de duracero, el
hangar del destructor era un hervidero de mecánicos, pilotos y soldados
marchando en orden cerrado en torno a los cuatros transportes blindados
ubicados en el centro de la enorme sala. La sección del soldado de asalto designado
como "FN-2187", embarcaba en su tercera misión no simulada. Por lo
que les habían hecho saber en el informe preliminar, su misión era la de
inspeccionar un Ala-X avistado por los escáneres junto a un pequeño poblado
aislado en el planeta desértico.
Los
datos de Inteligencia que los llevaban allí, añadían además, que no se esperaba
un enfrentamiento con fuerzas hostiles, así que, con suerte, ni siquiera
tendrían que hacer uso de sus blásters. «Aterrizar, asegurar el perímetro y
esperar órdenes. Fácil. Tranquilo. Coser y cantar», pensó el joven soldado de
asalto mientras las rampas de los transbordadores comenzaban a desplegarse.
Casi se podía sentir la excitación. Había pasado más tiempo que de costumbre
desde su última misión.
La
imagen de una enorme armadura plateada con una capa carmesí en el umbral del
hangar pasó inadvertida hasta que un mecánico se sobresaltó y dejó caer su
hidrollave. Muchos se volvieron por el impacto de la herramienta con el suelo,
y los que no, fueron avisados por sus camaradas con codazos y leves avisos
torpemente disimulados. La nueva presencia inundó la sala y, para todos los que
allí se encontraban, se convirtió en el centro de la galaxia. Instintivamente
todos los soldados encuadraron sus posiciones en cuatro líneas de dos filas, se
pusieron en firme y dedicaron un saludo militar a su capitana. El resto del
personal se colocó detrás, manteniendo el mismo orden aunque, casi con
seguridad, aliviados por el hecho de permanecer a una distancia prudencial de
su superior. FN-2187 sintió como si el tiempo se hubiera detenido.
Tras
la pausa que precedió a su entrada, en la que seguramente evaluó cada detalle
de la estancia, la capitana Phasma avanzó con un gesto de conformidad seguida
de sus tenientes. Sorprendía la agilidad con la que la hercúlea mujer se movía,
ya que el sonido de cada imponente paso sobre la superficie metálica evidenciaba
la magnitud del peso de la gruesa armadura blindada unido al de su robusto
cuerpo. Al llegar al acceso del que sería su transporte, dio media vuelta. Una
segunda pausa precedió a su voz fría y autoritaria.
—Descansen
—dijo, dirigiéndose más a la nada que a los visores de los cascos de sus
soldados—. Como saben, estamos en Jakku. Aquí el antiguo Imperio Galáctico
sufrió la derrota definitiva. Hoy las cosas son muy diferentes y la balanza
está de nuestro favor. Ya saben lo que tienen que hacer. Están autorizados a
disparar con fuego letal a cualquier amenaza que surja. Quiero una extracción
limpia, que no se convierta en una escaramuza con bajas amigas —añadió las
últimas palabras con el desdén propio de un profesor que no pudiera evitar que
sus alumnos le decepcionaran—. Bien, adelante. —dijo, mientras se volvía y
ascendía por la rampa de la nave. El resto de soldados ajustaron sus blásters y
la imitaron casi con júbilo, especialmente aquellos que no tenían que compartir
el vehículo con ella.
Unos
minutos después, la atmósfera de Jakku golpeaba con fuerza a la nave del flanco
izquierdo en su descenso a superficie y la brusca oscilación para equilibrar el
vuelo devolvía a FN-2187 a la realidad. Tuvo que sujetarse con todas sus
fuerzas al asidero para no caer contra la red de seguridad que cubría la pared.
En ese momento cayó en la cuenta de que el orden de los acontecimientos no se
estaba desarrollando como él había esperado. Hacía tiempo que las cosas no
deberían ser así.
«Lo
que habían rastreado era un Ala-X. ¡Un Ala-X, maldita sea! El símbolo de la
Antigua Rebelión». —Las dudas comenzaban a minar la exaltación con la que
empezó el día, cuando les comunicaron que se preparan para una misión—. «No era
una casualidad: sólo el enemigo usa esos cazas. ¿Cómo podía ser tan estúpido?
Por supuesto que tendría que entrar en combate».
En
el mejor de los casos, el poblado estaría infestado de simpatizantes de la
República que contarían con algunas armas para defenderse. En el peor, si el
informante que había llevado allí a la Primera Orden se equivocaba, se
encontrarían con soldados de élite de la Resistencia, y si alguno de ellos
quedaba vivo para contarlo, se rompería definitivamente el Tratado de No
Agresión con la República.
FN-2187 se obligó a centrarse en la misión. No debían rondarle esos asuntos por la cabeza. Si la Primera Orden tenía que entrar en guerra antes de lo previsto, que así fuera. No se podían cuestionar las órdenes. Las órdenes son su vida. La Orden es su vida. Instintivamente volvió a recitar en su interior el juramento de lealtad bajo el que había sido adiestrado: «El fin último de las tropas de asalto es el cumplimiento de su deber. Su deber es la Primera Orden. Nada se interpone ante la Primera Orden, indivisible bajo el mandato del líder supremo. ¡El orden galáctico regresará y prevalecerá!».
FN-2187 se obligó a centrarse en la misión. No debían rondarle esos asuntos por la cabeza. Si la Primera Orden tenía que entrar en guerra antes de lo previsto, que así fuera. No se podían cuestionar las órdenes. Las órdenes son su vida. La Orden es su vida. Instintivamente volvió a recitar en su interior el juramento de lealtad bajo el que había sido adiestrado: «El fin último de las tropas de asalto es el cumplimiento de su deber. Su deber es la Primera Orden. Nada se interpone ante la Primera Orden, indivisible bajo el mandato del líder supremo. ¡El orden galáctico regresará y prevalecerá!».
Embargado
por un extraño sentimiento de orgullo y superioridad, alimentado por una
necesidad de formar parte de algo más grande que él y que todos los que le
rodeaban, no vio venir que la astilla que tenía clavada en lo más hondo de su
ser hiciera acto de aparición en ese preciso momento. De su interior manó un conocido
susurro infantil cargado de un impropio sarcasmo: «¿El “orden” de quién...? ¿Cuándo
“elegiste” unirte a ellos? ¿Acaso no lo recuerdas?».
Había
pasado bastante tiempo desde la última vez que la oía. Tanto que en ocasiones
creía haberla olvidado. La voz siempre acaba volviendo a él, como una punzada
de remordimiento, rabia y confusión; como una ola gigante que caía súbitamente
derribando todo lo que le habían inculcado desde los ocho años. Esta vocecita
le había cuestionado durante mucho tiempo las razones que movían a sus
compañeros, a sus superiores, a los que le habían llevado allí. En ocasiones se
sobresaltaba y se descubría a sí mismo mirando a su alrededor en alguna sesión
formativa o incluso durante las horas de descanso, como si el niño se hubiera
materializado y le hablara. Sin embargo, el oleaje fue cesando con el tiempo.
Lo que no podía ser otra cosa que su conciencia, algo para lo que no les
entrenaban para tener, pareció rendirse y enterrarse en algún lugar profundo, y
esos extraños episodios de debate interior fueron absorbidos por el
entrenamiento militar. La llama que le encendía el corazón fue apagándose con
el tiempo, pero en ese momento, en ese justo y preciso momento, había vuelto
desatando un incendio. «¿No lo recuerdas?», volvió a instigarle la voz del
niño, de forma más clara y cercana esta vez, como si le estuviera hablando en
la nuca.
Se
sintió sobresaltado. Aquello no debería estar ocurriendo. Había pasado tiempo
desde la última vez y lo creía controlado. Por aquel entonces tenía miedo de
estar volviéndose loco, de que la cosa iría a peor y que lo expulsarían del
servicio. Pero ahora le resultaba diferente. Era incapaz de pasar por alto esas
palabras. Lo cierto es que cada día le resultaba más difícil recordar el rostro
de sus padres. No recordaba tampoco el nombre de sus vecinos, ni el de las
extrañas criaturas fofas y de seis patas que criaban como ganado. Ni siquiera
recordaba el nombre del planeta ni del poblado en el que vivía. Pero lo que sí
recordaba era el día en que el sonido de los motores de propulsión de una
lanzadera blindada rompieron la tranquilidad de aquella pequeña colonia. No
debía recordarlo pero, a diferencia de la mayoría de los que fueron reclutados
a la fuerza, lo recordaba. Recordaba lo que allí pasó como si hubiera sido el
día anterior. Puede que aquel oficial pensara que era más pequeño de lo que en
realidad era y que lo olvidaría fácilmente, o puede que, por error, no hubieran
programado para él algún borrado de memoria protocolario. O puede que
simplemente fuera el miedo a no resultarles útil lo que le hubiera ayudado a
ocultarlo durante años en las distintas evaluaciones psicológicas a las que fue
sometido. A ojos de la Primera Orden, era un soldado de asalto como cualquier
otro.
«Sí.
Lo recuerdo», contestó en su interior a esa vocecita que no era sino él de
pequeño. La misma voz que tenía aquel día en que le arrebataron de su familia,
la voz de su conciencia.
No
recibiría una respuesta. Nunca pasaba. Pero una ira latente empezó a aflorar en
su pecho. A pesar de los aparentemente nobles propósitos de la Primera Orden y
de lo que aspiraban a hacer, no podía evitar odiarles por lo que le hicieron. «¿Por
qué tuvieron que hacerlo así? —pensaba FN-2187— Cuando hubiera alcanzado la
mayoría edad, se habría enrolado de buena gana. De pequeño sentía que no tenía
la menor intención de quedarse en aquel planeta…»
«¿Crees
de verdad que sus propósitos son nobles o es que te han enseñado a pensar
eso?», regresó una vez más la voz del niño mordiéndole por dentro. Recordó cómo
sus padres se opusieron cuando les dijeron que se llevarían a los niños para
darles un futuro mejor. La frustración le embargaba. El fuego consumió la
aldea, que se convirtió en cenizas. Su respiración se aceleró para contener su
cólera, pero no podía permitirse entrar en un estado de ansiedad en ese
momento. Se encontraba al borde de una misión y tenía que controlarse.
«¡Ahora
no! La misión... El entrenamiento», pensó, tratando de quitarse todo eso de la
cabeza. Tal y como le habían instruido, recurrió a sencillos ejercicios de
meditación para calmarse y centrarse en la misión. Entrar sereno en combate le ayudaría
a focalizarse, a detectar más fácilmente la posición e intenciones de sus
objetivos. Sin embargo, por mucho que insistía en respirar pausada y
profundamente, su nerviosismo no cejaba. El ambiente a su alrededor tampoco
ayudaba. La nave daba bandazos y descendía mecida por las turbulencias
atmosféricas. Parecía que hubieron pasado años desde la última vez que habían
estado con los pies estabilizados con la gravedad artificial del Finalizador. Una sucesión de imágenes
empezó a reproducirse en su cabeza y se vio obligado a apretar los dientes. Las
alas de la lanzadera, con su apariencia de cuchillas afiladas, plegándose sobre
los ejes de sus costados. El tren de aterrizaje descubriéndose antes de tocar
el suelo para adaptarse al terreno y sostener el casco de la nave. Los soldados
de asaltos bajando por la rampa como un trueno blanco... Ahora era él uno de
los que se encontraba en una lanzadera y no al revés.
FN-2187
clavó entonces su mirada en el receptor inalámbrico del casco del soldado que
tenía delante y se quedó petrificado al instante al recordar que los demás
podrían estar escuchando sus angustiadas respiraciones. Desde el momento en que
subían a bordo del transporte durante una misión, todo el pelotón quedaba
conectado al mismo canal de comunicaciones. Cada sargento escuchaba a su
pelotón y al resto de sargentos. Del mismo modo ocurría con los tenientes, que
estaban en comunicación con los sargentos y sus homólogos del mismo rango.
Phasma, por su parte, solicitó disponer de un canal abierto, de modo que todos
escuchaban sus órdenes y ella tenía carta blanca para acceder al interior de
los cascos de los casi doscientos subordinados que tenía a sus órdenes. La
perspectiva de que su capitana le pudiera estar escuchando en ese momento de
debilidad le aterró sobremanera. Se dio cuenta de que llevaba varios segundos
aguantando la respiración y comenzó a recuperar el aliento poco a poco, de la
forma más silenciosa posible. Muy despacio lanzó algunas miradas furtivas para
determinar si alguien le estaba mirando. Los virajes del vehículo seguían
causando estragos al equilibrio de los soldados y nadie parecía haber clavado
su atención en él. Al poco, dedujo que su ataque de ansiedad habría pasado
inadvertido y, con el sobresalto, parecía haberse recompuesto de su estado de
nerviosismo. Decidió que las distracciones podrían resultar útiles, mientras
miraba de soslayo a las armaduras blancas que le rodeaban.
Muy
pocos de los que empezaron la instrucción fueron finalmente seleccionados para
unirse a la compañía de élite de la capitana Phasma. De entre todos ellos,
cuatro fueron los últimos en unirse a la que se conocía como “Compañía Zillo”,
nombre tomado de la bestia mitológica de Malastare, cuya existencia sólo era
conocida por la destrucción que dejaba a su paso.
FN-2000
(Ceros), la soldado con la mejor puntería de la compañía. Reservada, discreta,
una perfecta máquina de matar en las sombras. Pero no era su reputación lo que
impedía a 2187 tener una conversación con ella sin acabar tartamudeando
palabras sin sentido como si fuera un aqualish, sino más bien, su indudable y
magnético atractivo. Ceros tenía el pelo moreno y corto, unos ojos rasgados de
un color negro tan oscuro como el espacio profundo, como el que podía
contemplarse en algunas coordenadas remotas de las Regiones Desconocidas, y una
figura esbelta tallada tras los duros años de entrenamiento. A diferencia del
Imperio, la Primera Orden no prohibía de forma directa las relaciones
sentimentales o sexuales entre cadetes fuera de servicio. Claro está, que el
interminable entrenamiento estaba cuidadosamente planificado para que no se
diera lugar a tales actividades. Tampoco se mostraban demasiado explícitos en
las clases de anatomía, que estaban más centradas en ilustrar los órganos
vitales a los que había que disparar. Pero todo ello no evitaba la atracción
que, el instinto y la concentración de hormonas inherente a la juventud, hacían
surgir irremediablemente entre ellos, convirtiéndose en un rival adicional a
batir en las evaluaciones. Incluso para Ceros. Aunque los pensamientos de ella
no se dirigían a él…
FN-2199
(Nueves), el chico estrella. El soldado que cualquier oficial de la Primera
Orden querría tener a sus órdenes. Un portento físico, pelo rubio, de mandíbula
fuerte y ligeramente pronunciada, ojos entornados y un pecho tan ancho y duro
como el de un speeder de mercancías. Nueves valoraba por encima de todo
evidenciar su compromiso con la causa y recibir el reconocimiento de sus
superiores. Para ello debía ocultar una desmedida crueldad que practicaba de
forma casi enfermiza con aquellos compañeros de armas que no le caían en
gracia. Anhelaba sacar las máximas puntuaciones y destacar en todos los
ejercicios. Quizás por eso era incapaz de ver el interés que Ceros mostraba por
él. En opinión de 2187, Nueves era una carcasa vacía incapaz de distinguirse de
un soldado clon. Aunque, en honor a la verdad, no conocía a nadie que hubiera
visto a un clon… Quería pensar que los clones, al menos, no tenían un sádico
lado oscuro. A Ceros no parecía importarle todo aquello, y le sacaba de quicio.
El
penúltimo fue él, Ocho-Siete, el apodo que en un alarde de originalidad se
había ganado entre sus homólogos. Tez oscura, ni alto ni bajo, fuerte y con
gran resistencia. Destacaba en el uso del bláster a corto y medio alcance.
"Un recluta equilibrado y competente", en palabras de sus instructores.
Nada nuevo bajo el sol. Un número más para añadir a una estadística cuando
cause baja. «¿Llorará alguien por ti cuando caigas en el frente de batalla?»,
su yo infantil volvía para perturbarle. «Puede que él sí lo hiciera...», pensó
Ocho-Siete mirando nuevamente al soldado que tenía delante.
Slip,
FN-2003. Él fue el último en promocionar. Slip, el desliz. Slip, el traspié.
Slip, su compañero… Y amigo... O al menos eso quería creer.
Aunque
él trataba torpemente de maquillarlo, diciendo que lo llamaban así porque era
considerado un rival "resbaladizo", Slip se ganó su nombre con alguna
que otra metedura de pata en momentos clave de los exámenes en simulación de
combate. No es que fuera un recluta patoso, es que, en opinión de Ocho-Siete,
simplemente tenía mala suerte. Era capaz de hacer un ejercicio perfectamente
ejecutado hasta que, en el momento más insospechado pero más relevante,
simplemente “patinaba” y lo arruinaba todo. Era tan importante para él
convertirse en soldado de asalto, que su ansiedad parecía jugarle malas pasada
y cometía errores que le impedían promocionar. Cada evaluación final que no
conseguía superar era publicitada con detalles por Nueves en los comedores,
duchas y demás zonas comunes de los cadetes. A pesar de ser casi tres años
menor que él, Nueves solía intimidarle a menudo, acercándose cuando nadie podía
verlos y susurrándole cosas despreciables. A veces le llenaba el uniforme de
alguna sustancia viscosa que encontraba en las cocinas. Nunca se atrevió a
pegarle, aunque lo deseara con todas sus fuerzas. Ambos tenían la misma
formación de combate por lo que, aunque Nueves era más fuerte, Slip sabía
defenderse y no quería arriesgarse a que investigaran una pelea entre reclutas
si veían un corte o un moretón en el rostro de alguno de los dos. Seguramente
le frustraba la indiferencia de Slip, que aguantaba estoicamente los abusos y
nunca informó a su sargento. A pesar de ello, con la estricta doctrina de la Primera
Orden en lo referente a ese tipo de actitudes, Nueves se las arreglaba para que
sus “actividades” pasaran inadvertidas entre los instructores en primer lugar,
y de los sargentos más adelante. Era lo suficientemente inteligente para no
salirse demasiado del esquema. Por mucho que deseara encontrar pelea y
demostrar su superioridad, era más grande el temor a llamar la atención por un
asunto así. De hecho, todos conseguían dominar sus impulsos y mantener una
férrea unidad de obediencia.
A
veces a Ocho-Siete le resultaba inquietante la ciega fidelidad de la mayoría de
los reclutas con la causa. Una causa que los había desprendido de sus familias
cuando eran niños. Una doctrina que les exigía matar sin hacerse preguntas…
Ocho-Siete siempre había mostrado fidelidad, pero en su fuero interno luchaba
cada día entre la indecisión y la incertidumbre. Pero, ¿qué haría si un día se
plantase? Ante la perspectiva de no tener alternativa, su credulidad acababa
siendo demasiado grande.
Dudaba
que Slip tuviera tales pensamientos, de hecho, puede que fuera uno de los más
entusiastas con la empresa bélica en la que se encontraba implicado. Él era un
huérfano del planeta Thyferra. Para los huérfanos siempre era más fácil. Cuando
la Primera Orden le "adoptó", le dio un plato sobre la mesa y una
promesa de grandes aventuras cumpliendo con emocionantes misiones. La situación
de Thyferra, por aquel entonces, no resultaba muy alentadora para un niño sin
familia ni hogar. Allí donde los últimos coletazos del Imperio hacían mella,
fueron apareciendo los primeros agentes de la Nueva Orden para “hacerse cargo”
de los más desafortunados. Tras casi sesenta años de conflictos bélicos, no era
de extrañar que algunos les vieran como una especie de salvadores que acudían a
ocuparse del pueblo (humano), mientras los grandes poderes de la galaxia se
enfrentaban en una guerra inacabable de la que solo ellos parecían salir
perjudicados.
Pero
él sabía cuál era la cara oculta de la Primera Orden. Lo recordaba. Recordaba
cuáles eran los métodos de reclutamiento a los que recurrían cuando otros
fallaban. Pero nadie más parecía hacerlo. La realidad era que decenas de miles
de soldados habían surgido de la nada, ante las mismas narices de la Nueva
República. Soldados criados sin conciencia e ingenuos. Un ejército joven e
impetuoso. Pensándolo bien, es como si les hubieran adiestrado permaneciendo en
una niñez perpetua. Y el más ingenuo de esos críos, parecía ser Slip.
Slip...
Puede que su sobrenombre fuera despectivo, y puede que no fuera el soldado más
diestro, pero Slip tenía algo que Ocho-Siete siempre había envidiado: una
identidad. La capacidad de ser reconocible entre el resto de niños, aún con su
armadura puesta. Siempre ponía la otra mejilla ante la adversidad, a pesar de
que lo que le habían enseñado era a usar los puños. Todos actuaban siguiendo el
mismo guión, incluido él, aunque tuviera reservas. Slip no lo hacía, mostraba
un exceso de curiosidad y de entusiasmo por todo. A veces le gustaría disfrutar
de esa libertad.
Por
otro lado, cuando Ocho-Siete pensaba que él era el único que conservaba
recuerdos de su anterior vida, Slip le mostró en secreto que también recordaba
su infancia antes de la Primera Orden. Durante sus largas patrullas en las
cloacas de la base del proyecto Starkiller, los reclutas FN-2187 y FN-2003
charlaban largo y tendido. A veces sobre el nuevo armamento que la Orden había
adquirido de algún misterioso proveedor. Otras sobre el glorioso periodo de
armonía que el Emperador Palpatine había conseguido instaurar ante la adversidad,
desenmascarando a la, mal llamada legendaria, Orden Jedi y mostrando a la
galaxia su verdadero rostro. Hasta que un día Ocho-Siete se sorprendió cuando
Slip comenzó a hablarle de su infancia.
Slip
tenía la suerte de haberse formado una memoria selectiva, puede que como una
forma de autodefensa, y sólo recordaba los momentos alegres de su niñez. Las
excursiones a las praderas húmedas en los que comían grandes frutos ácidos y
hongos de infinitas clases. Los otros niños y él jugando con knytix salvajes,
unos insectos alargados del tamaño de un sabueso massiff que salían del interior
de las selvas y de los lagos. Los grandes y blancos edificios de procesamiento
de bacta donde trabajaban sus padres… Hasta ahí… Slip era incapaz de recordar
los bombardeos de la Alianza cuando el moff local se negó a entregar el
planeta. Ocho-Siete no conocía los detalles de lo que ocurrió allí, como de lo
que pasaba en esos momentos en el resto de la galaxia, pero sí sabía que Slip
perdió a sus padres, aunque él fuera incapaz de hablar de ello. Como si nunca
hubiera podido procesarlo y en su lugar hubiera un gran vacío. Por contra, Slip
se había convertido en la clase de persona que siempre ve el vaso medio lleno.
Y lo desbordaba cuando las cosas iban medianamente favorables.
Los
soldados de asalto debían actuar de forma homogénea y el desarrollo de
personalidad no contribuye a ello. La instrucción no fomenta especialmente la
iniciativa. De hecho, la detección de un comportamiento que pudiera ser
considerado individualista, era corregido. Sin embargo, Slip parecía jugar con
esa actitud despreocupada y llamativa desde que lo conocía, y nunca había
reparado en él ningún superior, más allá de ligeras reprimendas. Contemplando
la impunidad ante el comportamiento de Nueves, Slip y los de otros reclutas,
Ocho-Siete llegó a pensar que el ejército de la Primera Orden no parecía tan
rígido y eficaz como se vanagloriaba. Pero un día descubrió que no todo era
exactamente así.
Había pasado un año desde que había entablado amistad con Slip. Por aquel entonces estaba más inquieto que nunca. Le quedaban seis meses para cumplir los veintiún años estándar, edad límite para acceder a las tropas de asalto. Disponen de tres años como máximo para mostrar lo que han estado toda una vida preparando, y se realizaban tres exámenes al año. En ese tiempo, les destinan a patrullas y puestos defensivos para que tomaran un primer contacto con el servicio. Por supuesto, no todos se presentaban a la primera oportunidad. Ocho-Siete había preferido esperar en su primer año de evaluación, centrándose en un entrenamiento intensivo para preparar su primera oportunidad.
A
Slip se le acababa el tiempo. Prácticamente había acabado todos sus cartuchos.
Si no lo conseguía pronto, dejaría de patrullar junto a Ocho-Siete en los
niveles inferiores de la base del proyecto Starkiller y le destinarían de por
vida a labores de mantenimiento, o a algo peor. Su mayor problema en la arena
era su carácter impulsivo, que lo convertía demasiado rápido en un blanco
fácil. De hecho, su situación no ayudaba a que se centrara. No era la primera
vez que, en un exceso de confianza de Slip, Ocho-Siete había tenido que
arriesgarse y cubrirle para que no cayera antes de tiempo en simulaciones de defensa
de posición.
Se
alegraron cuando les comunicaron que realizarían juntos el examen. El primero
de Ocho-Siete y el último de Slip, para bien o para mal. Apenas quedaban
reclutas por examinarse y la compañía Zillo estaba casi al completo. Sería una
misión de simulación en escuadra junto a Nueves y Ceros.
Las
cosas no fueron como él había esperado. Hacía tiempo que no debían ser así. Ese
día tuvo que tomar una decisión. Una decisión sencilla que no pudo evitar
tomar: la de ayudar a un amigo.
La
arena recreaba una base de la Nueva República en un planeta rocoso, y su
objetivo era infiltrarse con sigilo en el reactor para neutralizarlo. La
realidad virtual había avanzado tanto, que la inmersión en la simulación era
casi completa. El despliegue se hizo a través de una antigua cañonera de superficie,
mediante rápel y descenso rápido con cables flexibles de aleación de cortosis.
Normalmente una incursión de comandos especiales incluiría como equipamiento
principal una mochila propulsora de sigilo de alta precisión, por lo que
descender desde un vehículo estruendoso como aquel, era algo bastante fuera de
lo habitual, casi arcaico, pero para lo que estaban plenamente capacitados.
Quizás por la inesperada configuración de la arena, Slip se precipitó una vez
más demasiado pronto. Su ansia por superar la evaluación le lanzó al combate
con devoción, pero sin cerebro. Arriesgaba el todo por el todo. Si bien
consiguió inutilizar dos torretas defensivas con un detonador termal antes
incluso de tocar el suelo, el pasar por alto la necesidad de tomar una posición
defensiva junto a sus compañeros le salió caro. Tan solo unos segundos después,
cayó inmovilizado por uno de los droides aturdidores que estaban apostados en
el cañón próximo a la entrada de la base. Slip se había quedado petrificado en
el suelo. Seguía aferrado a su bláster mientras el droide pasaba por encima de
él y alzaba su rojizo receptor visual para fijar un nuevo objetivo.
Un
estruendoso enjambre de estos pequeños droides modificados emergió del cañón y
avanzó diligente con sus patas metálicas insectoides. Aunque eran fáciles de
abatir con sus blásters, incluso en ráfagas cortas de menor potencia, los tres
que seguían en pie sabían que el uso de esa clase de droide tenía la única
función de retrasarlos y dejarlos expuestos en la plataforma terrosa en la que
habían aterrizado. Las torretas de la cañonera empezaron a escupir fuego para
apoyarlos mientras tomaban posición. Disparaban contra ellos sin cesar, caían a
decenas. Los que no estallaban en mil pequeñas piezas de metal, se retorcían y
se desplomaban inmóviles. La única opción era esquivarlos de cualquier modo,
evitando que les alcanzara uno de sus rayos aturdidores de corto alcance como
el que había paralizado a Slip y continuar avanzando hasta la entrada.
En
el momento en el que la cañonera se dispuso a abandonar la zona, alejando de
ellos el fuego de apoyo, Nueves y Ceros se dispusieron a avanzar hacia el
acceso principal, pero Ocho-Siete se detuvo junto a Slip. Sabía que si se
quedaba allí, se presentarían refuerzos cuya amenaza sería mucho mayor que la de
los molestos droides zumbadores, cuyo número no dejaba de aumentar, como si el
oscuro desfiladero del que emergían fuera una colmena que hubieran agitado con
violencia. Ocho-Siete miró al cuerpo rígido de Slip, como si pudiera ver su
rostro y la expresión de desesperación que, seguro, se ocultaban detrás del
casco. Seguramente esta era su última oportunidad. Estaba acabado… A menos que…
Recordó
por otras simulaciones que el efecto del rayo aturdidor desaparecía en pocos
minutos. Si conseguía contener a los droides, Slip se liberaría de la
parálisis. FN-2187 tomó una decisión.
—¡Ceros!
—gritó Ocho-Siete—. ¡Granada de iones!
Ceros
y Nueves se volvieron atónitos a la escena que se estaba desarrollando en la
zona de aterrizaje. Ocho-Siete había dejado el bláster a un lado y disparaba
frenéticamente con su escopeta de pulso electromagnético. Los droides caían sin
vida, esta vez a cientos. Las armas electromagnéticas no disponen de la
capacidad de recarga del láser. Si seguía disparando así, se quedaría seco en
segundos
—Ocho-Siete,
¿qué estás haciendo? —exclamó Ceros consternada.
—¡Necesitamos
esa granada para la incursión! —gritó Nueves—. ¿Qué tratas de hacer? ¡Déjale y
entra en la base!
—¡Podemos
contenerlos hasta que se recupere! —contestó Ocho-Siete—. ¡Si no estamos los
cuatro no podremos conseguirlo!
Nueves
y Ceros se miraron dubitativos. Sabían que no era usual perder tan pronto a un
miembro de la escuadra, y necesitarían todas las armas para entrar en la base.
Ocho-Siete seguía derribando droides, barriendo de izquierda a derecha. Los
droides iban reduciendo su número, pero el cansancio empezaba a pesarle en los
brazos y la munición no duraría mucho.
Justo
cuando creía que no podría aguantar más, vio cómo la granada de iones trazaba
la curvatura de caída hacia el desfiladero, haciendo explosión en el borde del
mismo, justo donde más droides se concentraban. Se derrumbaron al unísono, como
mynocks en una cueva en la que se hubiera liberado dioxis. En menos de un
minuto, volvieron a surgir nuevas proyecciones de droides, pero esta vez eran
tres empuñando las armas y los mantuvieron a raya. Antes de que una nueva
oleada hubiera permitido que recuperaran su número, Slip pareció volver a la
vida entre espasmos.
—¿Estás
bien? —le preguntó Ocho-Siete.
Slip
agitó su cabeza mientras trataba de ponerse en pie torpemente.
—Prff
—resopló Slip dando muestras de mareo—. No se lo deseo a nadie, pero… Estoy
bien.
—¡Pues
vamos! —les acució Ceros.
Slip
recuperó su bláster y lo ciñó en el arnés magnético de su hombro izquierdo
antes de desenfundar de su pernera la misma pequeña escopeta que estaban
utilizando sus compañeros. Su equipación para esta misión no era la más
completa, pero no se podía considerar ligera.
Los
cuatro dispararon en formación de semicírculo mientras se iban aproximando de
espaldas al acceso de la base subterránea. Justo en el momento en el que
Ocho-Siete dejó su escopeta sin munición, pudieron escuchar cómo se activaba el
bloqueo de seguridad de las compuertas y se activaba la alarma de la base con
un estridente aullido. Aunque seguían haciendo blanco y desactivando los
molestos caparazones con circuitos que seguían hostigándolos, habían quedado
consternados. Ceros maldijo algo entre dientes, aunque con el estruendo de la
alarma fue imposible distinguir sus palabras.
—¡Maldita
sea Ocho-Siete, se supone que debíamos entrar con sigilo! —gritó Nueves
haciéndose oír por encima de la ensordecedora señal. Seguía disparando sin
perder de vista a sus blancos—. ¡La misión ha fracasado por tu culpa! ¡En
cuanto salgamos de aquí, te voy a..!
—¡Cállate
y seguidme aquí arriba! —dijo Ocho-Siete desde el techo de la entrada. Había
subido tan rápido que el resto no se dio cuenta—. Esto no se ha acabado.
Ocho-Siete
no se reconocía a sí mismo. Estaba improvisando. Sabía que las simulaciones
eran más complejas de lo que parecían inicialmente. Aunque se esperaba de ellos
que siguieran la ruta que se les había indicado y mostraran tanto sus
habilidades físicas como su puntería, siempre había un “atajo” para completar
la misión de una forma más creativa. Aunque no demasiado…
La
simulación debió cambiar de nivel, porque de pronto los droides zumbadores
habían desaparecido. La alarma seguía sonando, y sabían que los refuerzos
estarían al caer. Ocho-Siete no tardó en localizar el conducto de ventilación,
justo donde el duracero del bunker se internaba en el terreno terroso. Disparó
sobre el cierre de la rejilla con su bláster y la levantó con la ayuda de
Nueves, que no terminaba de comprender cuáles eran sus intenciones. Ceros y
Slip les cubrían.
—¿Y
ahora qué? —dijo Nueves—. Los ventiladores nos harían trizas y los conductos
estarán bien protegido con escudos y con alambreras láser.
—Se
supone que ya no tenemos que preocuparnos por el sigilo, ¿no? —dijo Ocho-Siete
mientras le mostraba a Nueves un detonador termal, justo antes de activarlo y
lanzarlo al interior de uno de los tubos. La esfera metálica pasó justo entre
dos de las aspas del ventilador—. ¡Al suelo!
Ceros
y Slip, aunque sorprendidos, no dudaron en ponerse a cubierto lanzándose hasta
el borde del techo. Nueves, por contra, se quedó pasmado mirando al interior
del conducto, como si no terminara de creer lo que Ocho-Siete acababa de hacer.
—La
madre que lo... —antes de que Nueves acabara la frase, Ocho-Siete se lanzó
sobre él y cayeron al suelo casi en el instante en que la explosión hizo saltar
por los aires la base del conducto.
Cuando
se hizo el silencio y tras comprobar que todo seguía en su sitio, excepto el
ventilador de la salida de ventilación, Nueves se lo quitó de encima emitiendo
un gruñido gutural.
—De
nada, compañero recluta —dijo divertido Ocho-Siete levantándose. Se sintió
aliviado al comprobar que el detonador había abierto un boquete considerable y
que podrían continuar.
Aún
salía humo y saltaban chispas cuando los cuatro se fueron internando en el
estrecho tubo. No hubo tiempo de preparar un cable que les ayudara en el
descenso, por lo que tuvieron que bajar apoyándose en sus extremidades y
sujetándose en cada pequeño borde o saliente que la infraestructura les
ofrecía. Ocho-Siete encabezaba el descenso, mientras que Slip cerraba el grupo
en la posición más elevada. Tal y como predijo Nueves, se toparon con una
rejilla láser en una bifurcación entre el primer nivel y el conducto que seguía
descendiendo. El conducto que se desviaba en inclinación horizontal conducía al
pasillo de entrada junto a las compuertas.
—Slip,
¿estás muy lejos de la abertura? —preguntó Ocho-Siete.
—No,
¿por qué? ¿Volvemos a salir?
—Escuchadme,
los soldados republicanos estarán a punto de salir. Yo digo que dejemos que
salgan y cerremos la puerta por dentro. —sugirió Ocho-Siete en un tono que
dejaba entender que no había tiempo para debatir—. Slip, vuelve a salir y
prepara unas granadas aturdidoras, espera a que salgan y complícales las cosas.
Nosotros tres saldremos del conducto cuando estén concentrados en el exterior.
Atentos a los intercomunicadores.
Aunque
a Nueves le habría encantado contradecirle por estar llevando la voz cantante,
Ceros y él asintieron. No tenían nada que perder, ni una idea mejor. Ocho-Siete
se internó gateando por el conducto y pudo ver que el detonador había dañado la
rejilla láser que les debería impedir llegar hasta ahí. No comentaría ese golpe
de suerte con sus compañeros. En unos segundos alcanzó la rejilla metálica del
fondo del conducto por la que entraba una fuerte luz blanca.
Tal
y como imaginaba, era el pasillo de entrada, y justo en ese momento, unos
veinte soldados de la República pasaban corriendo en dirección a la salida.
Habían tardado demasiado y Ocho-Siete pudo ver el porqué; iban armados hasta
los dientes: ametralladoras, fusiles de asalto, granadas… Iban preparados para
desatar una pequeña guerra. El estruendo de su marcha casi eclipsaba al de la
alarma. No podrían haberse enfrentado frontalmente a ellos ni en sueños,
llevaban armaduras pesadas y parecían doblar su volumen con ellas.
Al
desbloquear las compuertas se lanzaron hacia el exterior sin defender
posiciones. Estaba claro que el nivel de la inteligencia artificial a la que se
enfrentaban en la simulación no era demasiado elevada, pero poco le importaba a
Ocho-Siete en ese momento. Esperó prudencialmente a que salieran todos y la
desactivación de la alarma fue su llamada a la acción.
—Ahora
Slip —dijo Ocho-Siete.
Una
granada aturdidora pareció caer de las nubes y el estallido hizo cundir la
confusión entre los soldados. Las granadas aturdidoras de alta tecnología con
las que la Primera Orden equipaba a las tropas de asalto tenían un triple
efecto. A la mezcla pirotécnica de compuestos químicos que provocaba un
destello de quince millones de candelas se le unía a un impulso sónico que
podía dejar inactivos unos tímpanos humanos durante varios minutos. De no haber
llevado un casco con filtro de aire, los soldados republicanos se habrían
topado también con la sorpresa de un gas concentrado de sustancias alcaloides
extraídas de la raíz de un árbol feluciano, el cual les habría inducido a
violentos vómitos y espasmos nerviosos. De momento, les valdría con la ceguera
y la sordera momentánea.
Ocho-Siete
disparó a uno de los extremos de la rejilla y la hizo ceder con un golpe con la
culata del bláster. Cayó de pie desde el techo desde el largo pasillo y corrió
hacia el control de las puertas. Estaba más lejos de lo que había pensado. Una
segunda granada estalló en el exterior, junto a los soldados que ya estaban
desorientados. A Ocho-Siete, a pesar de la distancia, se le aclaró
alarmantemente la vista.
—Ya
tienen suficiente Slip. Haz lo que puedas para obstruirles el paso y baja
aquí—dijo Ocho-Siete jadeando mientras corría hacia el interruptor de las
compuertas.
No
tardó en comerse sus palabras, ya que en ese momento, algunos soldados
rezagados se volvieron e hicieron señas en dirección a la puerta. Su visión no
debía estar demasiado aturdida, ya que comenzaron a dispararle, a pesar de una
evidente falta de puntería. El soldado de asalto, ligeramente mareado también,
devolvía el fuego en su galopada. Un disparo le pasó muy cerca. Estuvo a punto
de ponerse a cubierto cuando uno de los soldados republicanos se derrumbó al
recibir ese mismo disparo certero en el cuello. «Ceros», comprendió Ocho-Siete
mientras apretaba el paso con una sonrisa de alivio.
A
los disparos de Ceros se les unió una nueva ráfaga del bláster de Nueves, que
empezaron a hacer blanco en los soldados que se daban la vuelta y otros que se
encontraban de rodillas completamente aturdidos por las granadas. Cuando
comprendieron lo que pasaba, las compuertas se estaban cerrando. Los disparos
que provenían del exterior quedaron amortiguados por ellas. Justo en el momento
en el que el chirrido que emitía la puerta al sellarse acabó con un golpe seco,
Ocho-Siete usó su arma contra la consola de cierre que acababa de accionar. El
pequeño estallido provocó una humeante atmósfera iluminada por el fuego de los
componentes electrónicos que ardían. Acto seguido se dejó caer, apoyando su
espalda en el muro del corredor mientras jadeaba fuertemente, casi sin aliento,
y comenzó a inspeccionar su armadura para cerciorarse de que no había recibido
ningún disparo. Ceros y Nueves se le acercaron.
Antes
de que abrieran boca, Slip rompió el silencio cuando descendió del techo con un
sonoro golpe al tomar contacto con el suelo. Se tomó un momento para analizar
la situación, mirando a sus compañeros, que estaban aún consternados.
—¿Acabamos
lo que hemos venido a hacer o nos echamos una siesta a esperar lo que tardan
esos en volver a entrar?—dijo socarrón.
Todos
se echaron a reír. Más por alivio y por expulsar el nerviosismo que por lo
gracioso de la situación. Ocho-Siete se puso en pie. Ahora todos sentían que
podían conseguirlo. Volvieron a ponerse en marcha, con las armas preparadas.
Posiblemente habría otra guarnición en el interior y se les habían acabado las
tretas. El largo pasillo se extendía en una cuesta que parecía no tener fin.
Apretaron el paso. Cuando en el otro extremo comenzaba a vislumbrarse una
puerta metálica, Ocho-Siete comenzó a transformar instintivamente su júbilo en
cautela.
—Atentos
—dijo Nueves, tratando de llevar la batuta esta vez.
Súbitamente
las luces se apagaron hasta alcanzar la negrura absoluta. Los cuatro se
pararon. No sólo había desaparecido la luz, si no que el pasillo, la puerta,
hasta el subsuelo del planeta imaginario se habían esfumado, como pudieron comprobar
cuando una tenue luz ultravioleta surgió por encima de sus cabezas.
«Se
acabó —pensó Ocho-Siete mientras se quedaba mirando a FN-2003—. Hemos
fallado... Ni siquiera nos dejan terminar. Sólo nos hacía falta un poco más…».
Slip
parecía a punto de desmayarse por la enorme decepción, y cuando la voz de
Phasma se manifestó con un eco espectral proporcionado por la enorme estancia
vacía del simulador, sus palabras no contribuyeron a que cambiara de estado.
—El
ejercicio de simulación ha concluido. Preséntense de inmediato en el acceso
principal de la sala —dijo con tono irritado a través del sistema de
comunicación.
Por
primera vez, el vaso dejó de estar medio lleno para Slip. El vaso acababa de
romperse y con él sus esperanzas por convertirse en un auténtico soldado de
asalto. Los cuatro avanzaban con desgana, derrotados. Ocho-Siete se acercó a
Slip sin saber muy bien lo que decir.
—Slip...
—le dijo caminando a su lado—. Habrá más oportunidades. No pueden permitirse
prescindir de ningún soldado. Más después de toda una vida de instrucción y…
—Déjalo
Ocho-Siete —lo interrumpió Slip apenado y ausente, como si hubiera despertado
de un sueño—. Estoy acabado. He cometido demasiados errores.
—¡Y
el de hoy lo vas a lamentar, imbécil! —irrumpió Nueves en la conversación. —.
¡Por vuestra culpa tendré una mancha en mi historial!
—¿Por
qué no te callas Nueves? —se volvió Ocho-Siete furioso—. ¿Es que no ves que
puede que él no tenga otra oportunidad?
Ocho-Siete
sabía que estaba dándole esperanzas banas a su amigo. La Nueva Orden necesitaba
tantos soldados como trabajadores y sus reglas eran tan férreas como su
indolencia. Pero le irritaba profundamente la falta de tacto de Nueves, incapaz
de ver más allá de su ombligo.
—¡A
mí me da igual lo que os pase a este o a ti! —la voz de Nueves pasó del enfado
a un ira despectiva que Ocho-Siete no fue capaz de encajar. Lanzando una mirada
a ambos les señaló acusador—. ¡No deberían dejar entrar en las tropas de asalto
a gente como vosotros! Espero veros muy pronto limpiando las letrinas de los
que valemos para esto.
Se
habían detenido. Las risas optimistas de hacía tan sólo unos minutos habían
sido fugaces. Ahora la tensión podía palparse a diez parsecs. Ocho-Siete y
Nueves se encontraban cara a cara debatiendo qué hacer a continuación. Slip y
Ceros a un lado de cada uno. Un hilo muy fino estaba deteniendo el brazo de
Ocho-Siete, que volvía a forzar su respiración por la cólera.
—Si
vais a pegaros, adelante —intervino Ceros—. Pero hacerlo lejos de mí, porque
las peleas se penalizan severamente y yo pienso promocionar en la próximo
evaluación. Él único que puede empezar una pelea sin repercusiones es ese de
ahí. Y esto te lo digo a ti, Ocho-Siete: deja de darle falsas esperanzas. Está
con un pie fuera y todos los sabemos.
Ocho-Siete
había pensado a veces que la única que podía superar a Phasma en cuanto a
frialdad era Ceros, y ese día le demostró que era cierto. Más adelante,
Ocho-Siete reflexionó que lo que hizo aquel día fue salvar a Nueves de una
falta disciplinaria. Era increíble que el punto débil de una mujer tan
extraordinaria fuera un patán de aquel calibre.
No
hubo tiempo para que se sintieran estúpidos tras las palabras de Ceros. Sin
darse cuenta, se encontraban ante la puerta de la estancia, la cual se abrió
para sorpresa de todos, desvelando a Phasma junto a un conjunto de oficiales
ataviados con sus impecables uniformes negros y azulados.
—¡Reclutas,
firmes! —alzó la voz Phasma al verles desencajados. Los cuatro se pusieron en
línea recta y alzaron su cuerpo con toda la altura que les permitían sus
huesos—. Es mi deber informarles de que serán los últimos en incorporarse a la
compañía Zillo. Les transmito mi enhorabuena, soldados.
Antes
de que Slip soltara un “¿Qué?” de sorpresa, sus tres compañeros ahogaron su
desconcierto.
—¡Gracias
señora! —dijeron al unísono.
Uno
de los días más lleno de emociones contradictorias de la vida de Ocho-Siete, parecía
acabar con alegría y satisfacción. Pero fue así por el hilarante júbilo que
desprendía Slip por los cuatro costados. Su conciencia le recordó que no sentía
felicidad para sí mismo «Enhorabuena Ocho-Siete. Ya has llegado a soldado.
Ahora podrás empezar a romper nuevas familias».
Los
cuatro recibieron la aprobación para entrar en el servicio activo, ante la
presencia del mismísimo general Hux, que les felicitó personalmente. Él había
sido quien había sugerido finalizar la simulación antes de tiempo, porque
consideró ganada la partida.
—Un
gran ejercicio, FN-2187—dijo Armitage Hux con un gesto de aquiescencia. A pesar
de mostrarse solemne, Ocho-Siete percibió indiferencia en su voz al leer su
número de identificación—. La Primera Orden se beneficiara de soldados con…
inventiva, como la que ha demostrado tener hoy.
El
general era alto y delgado, de piel pálida y con un pelo de un color rojizo que
destacaba bajo su gorra de oficial. Pero si algo llamaba la atención del hombre
era su mirada ansiosa, los ojos de un depredador ávido por lanzarse a por su
presa. A pesar de su eficaz puesta en escena, la realidad es que no aparentaba
una edad mucho mayor que la de los reclutas. De todos era sabido que el general
había alcanzado su rango gracias a la influencia de su padre, Brendol Hux. El
comandante Hux, en sus primeros años como militar imperial, se especializó en
las tácticas de guerra llevadas a cabo por los generales Jedi durante las
llamadas Guerras Clon. Cuando se emitió desde Coruscant la orden de negociar la
rendición con la Alianza Rebelde, fue uno de los primeros comandantes en
desertar de los Restos Imperiales para empezar a germinar lo que acabaría
siendo la Primera Orden. Poco más se sabía de un hombre que había hecho todo lo
posible por conseguir que su hijo, educado con estricta doctrina militar,
llegase a ser la cara visible de la vanguardia del “nuevo Imperio” que habían
creado. Hasta donde Ocho-Siete llegaba a conocer, el comandante Brendol Hux no
había abandonado las Regiones Desconocidas desde que los motores de la Primera
Orden se pusieran en marcha.
A
pesar de todas las influencias que su padre podía haber tenido, el joven general
se había ganado la confianza de sus hombres con puntuales muestras de
indulgencia y con unas sentidas arengas, cuyas palabras conseguían calar en el
novicio ejército. Daba a todos esos oídos exactamente lo que querían oír,
ensalzando la necesidad de rejuvenecer una galaxia que se encontraba enquistada
en un pasado sin sentido y desgastada por los ecos de una guerra que había
convertido a sus padres en refugiados o desdichados sin fortuna. Había
conseguido transmitir a las nuevas tropas de asalto la misma voracidad de
conflagración que él parecía anhelar. En parte Ocho-Siete creía en el discurso.
Alguien debía tener la culpa de lo que les había llevado allí. Si sus padres
habían acabado viviendo en una colonia de granjeros, era porque habían huido
del fuego de la Guerra Civil. Había sido la Alianza Rebelde la que había
bombardeado Thyferra y había dejado huérfano a Slip. ¿Y todo para qué? ¿Para qué
todos esos seres alienígenas que defendían los rebeldes ocuparan los puestos
que les correspondían a sus padres en los mundos del núcleo interior? Casi
parecía creerse todo aquello. Casi… Pero él recordaba quiénes habían apretado
el gatillo de las armas que acabaron con la vida de sus padres.
La
“ceremonia” de su promoción, si es que pudiera considerarse como tal, acabó con
la misma diligencia que su ejercicio de evaluación. Era normal que muchos vieran
en Hux un reflejo del éxito al que aspiraban. Ese hombre, que no era mucho
mayor que ellos, era uno de los pocos nexos con los altos cargos militares de
la Primera Orden y tenía contacto directo con el mismo Líder Supremo. Muy pocos
recibían tales honores. Sólo el general, la ingeniera jefe del proyecto
Starkiller, una enigmática no-humana de piel azul y… Él. El hombre enmascarado.
Uno de los llamados “Caballeros de Ren”, que sólo responden ante las órdenes
directas del Líder. Aunque sólo había coincidido con él en contadas ocasiones,
el mero recuerdo de su presencia hacía que Ocho-Siete se estremeciera...
—Soldados—dijo
el general Hux, dirigiéndose a todos tras condecorar a Slip—. Hoy comienza su
vigilia. La Nueva Orden les da la bienvenida de nuevo, ya no como reclutas,
sino como parte de su brazo ejecutor. Estamos muy próximos a volver a conducir
a esta galaxia por el buen camino y tendrán el inmenso honor de formar parte de
este periodo de la historia. Sus habilidades serán sólo tan valiosas como sus
actos. Retírense.
Las
palabras perdían en su boca la fuerza y la solemnidad que debían tener sobre el
papel. Ocho-Siete sospechaba que sus discursos eran escritos por otros y que
toda esa agresiva cólera con la que los exaltaba, eran pura fachada. El general,
sin lugar a dudas, tenía asuntos más urgentes que atender ese día, y no debía
encontrarse de humor para representar su papel. Los oficiales se retiraron y
sus compañeros y él procedieron a hacer lo mismo. Justo cuando creía que podría
respirar tranquilo por primera vez en ese día, Phasma se le acercó por detrás.
—FN-2187
—le dijo con voz leve y contenida—. Preséntese en mis dependencias en cinco
minutos.
Acto
seguido desapareció por el corredor contiguo. Ocho-Siete miró a sus compañeros
que se encaminaban a los barracones. Parecían exultantes y rebosantes de júbilo
por la suerte que habían tenido, sobre todo Slip. Éste se volvió para devolver
la mirada a Ocho-Siete con ánimo de compartir su entusiasmo.
—Ahora
nos vemos en los barracones —le dijo Ocho-Siete. Sabía que el resto de la
compañía ya se habrían enterado de la noticia y estarían esperándolos para
comenzar la correspondiente celebración en el comedor—. Tengo que hacer una
cosa...
Las
reprimendas públicas de Phasma eran tan demoledoras como frecuentes, pero nunca
se había solicitado su presencia en privado. Eso no era habitual y no le
gustaba. Ante la expectativa de unos aposentos cómodos, provistos de mucho
espacio y de algún que otro lujo, Ocho-Siete se sorprendió al entrar en una
sala prácticamente igual a los dormitorios de literas de los reclutas. Aunque
pudieran resultar iguales en cuanto a los acabados de las paredes y de disponer
del mismo espacio y distribución, el ambiente del habitáculo recordaba al de
una celda de las prisiones de Kessel. Aunque contaba con aseo individual, el
espacio se encontraba prácticamente vacío y oscuro. Tres de los cuatro puntos
de luz se encontraba aplastados a golpes y el cuarto parecía tener un filtro
que le impedía iluminar con normalidad. No había cama, sólo un saco de dormir
de campaña enrollado en el suelo. Los pocos enseres de que disponía, parecían
estar dispuestos para una evacuación de emergencia. Cuando sus ojos se
habituaron a la oscuridad, Ocho-Siete pudo distinguir en una de las esquinas
unas barras de ejercicio instaladas en el techo y en el suelo, así como un saco
de entrenamiento para el combate cuerpo a cuerpo. No pasó por alto las manchas
de sangre seca repartidas por la superficie del saco, así como las marcas y
arañazos que decoraban las paredes perpendiculares.
«¿Cómo
puede la Nueva Orden tener a alguien así al mando de una compañía?», pensó
Ocho-Siete. Phasma se encontraba de espaldas en el extremo de la habitación
contemplando lo que parecía una antigua y desgastada bandera imperial. Se había
quitado el casco, el cual sostenía en su brazo izquierdo.
—Cierre
la puerta, FN-2187 —le dijo sin volverse—. Y acérquese.
Ocho-Siete
advirtió que no había informado de su presencia a la capitana al personarse en
la habitación. Aunque se había quedado ensimismado por la apariencia de su
residencia, Phasma tampoco le dio tiempo a hacer el saludo. Soltó un pequeño
suspiro de irritación. No había empezado bien.
—A
sus órdenes, mi capitana —dijo Ocho-Siete enérgicamente, pulsando el cierre
manual de la puerta y adentrándose en el lúgubre rincón. Una vez a su lado,
Phasma permaneció en silencio mientras continuaba mirando la bandera, como si
recreara un recuerdo con gran detalle—. ¿Quería verme?
Aunque
pretendió mostrar un tono de afirmación y poner fin al incómodo silencio, el
resultado como pregunta fue ridículo sobremanera. Phasma aprovechó el momento
como un ave de rapiña.
—Verle
a usted no es algo de mi personal agrado, soldado —espetó ella irritada. Por
cómo pronunció “soldado”, supo al instante que había un gran desprecio en la
palabra—. Está aquí porque tiene que responder ante sus actos.
Sin
retirar la mirada de la desvencijada bandera, le devolvió todo el protagonismo
al incómodo silencio que le había dado la bienvenida. El corazón de Ocho-Siete
se había encogido y no sabía cómo actuar.
Al
fin, Phasma salió de su trance y dirigió su atención al joven. Ocho-Siete no
podía sostener su mirada durante mucho tiempo y ella lo sabía. Era una mujer de
pelo corto y rubio, de mirada hosca, boca ancha y mentón pronunciado. Sus
brillantes ojos azules podrían haber llegado a salvar su poco agraciado rostro,
si no fuera por la terrible cicatriz que le cruzaba la cara desde la frente
hasta su gruesa nariz.
—¿Ha
oído hablar del planeta Carida, FN-2187? —preguntó la capitana acercando sus
ojos, esta vez divertida, a los del soldado.
—Sólo
sé que era el planeta donde la Academia Imperial formaba a las tropas de
asalto, señora —contestó Ocho-Siete nervioso.
—No
sólo a los soldados regulares, también se adiestraba a los comandos imperiales.
La élite de la élite, destinados a misiones secretas del Emperador o al
servicio de algunas de sus “Manos”... —dijo la capitana Phasma. Hizo una pausa
como si tratara de pensar lo que iba a decir a continuación—. Yo fui la última
de ellos. No fue ningún honor teniendo en cuenta que, para cuando terminó mi instrucción,
ya no había Emperador al que servir. Sólo un atajo de moffs y almirantes
ineptos incapaces de ponerse de acuerdo para hacer frente a una guerra.
«¿Por
qué le contaba todo aquello?», pensó Ocho-Siete, que había acabado por bajar la
vista ante el hostigamiento de su mirada acusadora. En los barracones se habían
escuchado muchas historias sobre Phasma. Historias sobre una cazadora de
recompensas de Nar Shaddaa, otras sobre una asesina a sueldo que cambiaba de
señor Hutt según le convenía. La más variopinta era la que afirmaba que Phasma
era en realidad un soldado oscuro y que debajo de su casco no había más que una
calavera metálica llena de circuitos. Viendo su intimidad perturbadora, creía
que todas y cada una de esas historias tenían parte de verdad.
—El
moff Zifron era el encargado del sector Carida y creyó más inteligente
refugiarse en un planeta lleno de reclutas inexpertos que atender a la llamada
del gran moff Kaine para que el Imperio se replegara en el Borde Exterior
—continuó Phasma—. Zifron se permitía licencias, no aplicaba la disciplina que
el Emperador concibió para su ejército. Su ineptitud sólo era superada por su
cobardía, ya que cuando la flota rebelde sitió el planeta, esa escoria rindió
la Academia Imperial a la primera de cambio. Incluso le permitieron retirarse
en libertad al Núcleo, con los Restos Imperiales, por haber evitado una batalla
fatal. Sólo unos pocos decidimos luchar con todo lo que teníamos y bastante
menos conseguimos romper el bloqueo y huir del planeta en una pequeña corbeta
—una nueva pausa—. La masacre que
dejamos atrás no ha quedado reflejada en los libros de historia de la Nueva
República. —Phasma se paseaba por la habitación sujetando firmemente su casco y
jugueteando con la empuñadura de su arma—. Carida era muy odiada entre las
filas de los rebeldes. Para muchos representaba el origen de las supuestas
calamidades que sufrieron sus mundos. Las tropas de asalto dejaron de ser
clones. Ya no eran aberraciones genéticas autómatas sin conciencia, eran
soldados alistados en un bando contrario, y ese planeta era al que iban a
ofrecer sus vidas y perder su identidad... Se convertían en el brazo ejecutor
del Imperio. Con tantos frentes abiertos en la galaxia, nadie pudo controlar lo
que pasaba a lo largo y ancho del planeta aquel día. Nunca hubo necesidad de
desembarcar allí a las tropas rebeldes. Pero así se hizo, y algunos se lo
pasaron en grande con el pretexto de evitar una guerra de desgaste.
Phasma
se permitió dibujar una grotesca sonrisa sobre su faz antes de proseguir.
Ocho-Siete no esperaba nada de aquello y su mente se encontraba bloqueada.
—Como
si cincuenta años de conflictos intermitentes no hubieran desgastado cada
rincón de la galaxia —rió entre dientes—. La guerra es sucia, “soldado” —volvió
a enfatizar la palabra, esta vez en tono burlón—. La guerra no le hace a uno
grandioso, ni convierte en valerosos y gentiles a los que vencen. Esta bandera
me lo recuerda. —Phasma se volvió para volver a mirar la bandera y la tocó como
si la acariciara. El escudo del Imperio Galáctico ondeó como un eco del
pasado—. Para cuando los que conseguimos escapar llegamos al punto de reunión
convocado por Kaine, ya no había Imperio por el que luchar. El Imperio terminó
de morir en Jakku un año después de Endor. Mucho más rápido de lo que habría
hecho si la desaparición del Emperador no hubiera roto la cadena de mando. Todo
porque una panda de traidores indisciplinados fue incapaz de acatar las órdenes
de sus superiores.
Ocho-Siete
empezaba a comprender los derroteros de aquel relato. Phasma se volvió de
nuevo, esta vez con una mirada trastornada que heló la sangre del muchacho.
—Refrésqueme
la memoria, “soldado” —le dijo con un desquiciado murmullo antes de elevar la
voz—. ¿Cuáles eran sus órdenes?
—Yo…
No… —titubeaba Ocho-Siete sin lograr articular frase. El corazón se le había
disparado—. ¿Qué?
—¡Las
órdenes de su misión de examen, “soldado”! ¡¿Cuáles eran?! ¡Y diríjase a su
superior como es debido! —le gritó como un animal salvaje al que hubieran
desatado.
—¡Infiltrarse
en la base enemiga! ¡Alcanzar el reactor! ¡Colocar cargas de detonación y
solicitar extracción si era posible, señora! —alzó la voz Ocho-Siete con
desesperación.
—Bien...
—prosiguió Phasma regresando al tono calmado del principio—. Por lo visto,
entre sus órdenes no se encontraba la de salvar a un compañero de su propia
incompetencia.
—Mi
capitana —trató de excusarse Ocho-Siete—. Trataba de impedir que la misión
fracasara, señora. No podíamos permitirnos perder un hombre desde el principio
de la simulación.
—Vaya,
¿entonces actuó por puro egoísmo? Sólo quería asegurar su promoción, claro.
—Mi
intención era lograr cumplir con el objetivo de la misión, señora —Ocho-Siete
recuperó un tono de voz normal, no así la compostura—. Un hombre menos nos
habría dificultado mucho las cosas. Así se lo transmití al resto de la
escuadra.
—Claro,
sus compañeros... Dígame FN-2187, ¿por qué insinúa que FN-2000 y FN-2199 no
están capacitados para completar una misión con un hombre menos?
—No
he pretendido insinuar algo así señora, tuve una corazonada...
—¿La
Primera Orden le ha enseñado a aplacar las ofensivas del enemigo con
corazonadas, “soldado”? —le interrumpió Phasma de súbito, acabando con una
macabra risotada.
—No,
señora —un sudor frío comenzó a deslizarse por la frente de Ocho-Siete. Mirada
al frente. Tratando de concentrarse en la nada, las manchas de sangre del saco
se toparon en su trayectoria.
—¿Será
una corazonada la que le proteja de la explosión de un detonador termal? ¿Las
corazonadas derriban cazas y fragatas? Dígame, ¿sus corazonadas salvarán a su
compañero FN-2003 de un disparo certero en la cabeza?
—No,
señora —respondió Ocho-Siete sin poder ocultar por más tiempo su nerviosismo.
—Eso
ya lo sé… —hizo una pausa—. Quiero que sepa que si hubiera dependido de mí,
seguiría siendo recluta hasta que corrigiera su actitud errática. Y en lo que a
mí respecta, su querido amigo se iría de vuelta a algún mundo de las Regiones
Desconocidas a servir comidas en unos barracones el resto de su vida. Son los
eslabones débiles los que hacen que los imperios se desmoronen. —se lo quedó
mirando fijamente en silencio—. Dado que otros no comparten mi punto de vista
sobre la disciplina, me veo obligada a tomar otras medidas. Le recomiendo que
afile sus corazonadas, “soldado”. A partir de hoy, le hago responsable de las
acciones de FN-2003 —su voz se volvía a intensificar—. De ahora en adelante, si
su compañero vuelve a entorpecer a cualquier unidad de la compañía en el
transcurso de una misión, usted responderá por él. Si su compañero provoca la
muerte de otro soldado, será su nombre el que aparezca en el informe. Si la
misión es despedazar a un ronto con un vibrocuchillo de cocina y FN-2003
provoca que se ralentice cinco segundo más de lo esperado, será su presencia la
que requeriré para dar explicaciones. ¿Lo ha entendido?
—Entendido,
capitana —logró articular Ocho-Siete casi sin aliento e implorando que le
dejaran salir de allí cuanto antes.
Phasma
le contuvo la mirada fría y azul durante unos segundos más.
—Bien
—dijo al fin, calmada—. Quiero que entienda otra cosa, soldado. Soy una persona
perseverante. Tardé nueve años en encontrar a Zifron. Estaba en una lujosa
residencia en Abregado-Rae. Las últimas palabras que oyó fueron “el traidor
paga”.
—Entendido,
capitana —repitió Ocho-Siete. Un escalofrío le dijo que cada cosa que le había
contado era la verdad.
—Retírese
—dijo al fin y acto seguido comenzó a quitarse la armadura, sin importarle lo
más mínimo la presencia del nuevo soldado de su compañía.
Ocho-Siete
se dirigió a la puerta con paso ligero, y justo cuando estaba en el umbral su
capitana volvió a hablar.
—No
me malinterprete FN-2187—dijo sin mirarle mientras continuaba, esta vez,
quitándose la ropa que ocultaba la armadura metálica—. Lo ha hecho bien, tiene
habilidades. Sólo necesita creerse que es un soldado y que estamos en guerra.
—su curtido cuerpo era una enorme mole de músculos definidos hasta el límite—.
Muy pronto lo descubrirá.
La
nave parecía estabilizarse en el descenso a Jakku. FN-2187, soldado raso.
Destino inicial: Base de Investigación "Starkiller", Saneamiento y
Seguridad. Tercera misión de combate. Su cabeza daba vueltas cuando el vehículo
empezó a decelerar. Pudo percibirlo: disparos. El primer impacto láser se
sintió a través del visor de transpariacero de su casco, y automáticamente sus
compañeros y él retiraron el seguro de sus armas y volvieron a comprobar que el
modo de disparo estaba en posición de desintegración. Su adiestramiento surtía
efecto y todo su ser se concentró expectante en la rampa de despliegue.
FN-2187, soldado raso... Desde dentro se podía escuchar la respuesta al fuego
enemigo que escupía el cañón defensivo superior del transporte.
Había
llegado el momento. La rampa descendió y nada de lo que había visto en las
simulaciones tenía nada que ver con aquello. Una ráfaga de descargas láser les
dio la bienvenida. Uno de sus compañeros recibió un disparo en la cara y su
casco voló en pedazos, al igual que parte de su cara. Un disparo distinto
alcanzó a otro en el pecho y un fuerte impulso le hizo caer hacia atrás con
violencia, aunque no llegó a traspasar la armadura. La respuesta del fuego
amigo derribó a la primera línea de atacantes, los cuales se encontraban
incomprensiblemente desguarnecidos. Las tropas de asaltos se desplegaron frente
a los transportes y avanzaron en formación de línea, disparando de forma letal
a todo lo que se movía en el poblado. Les seguían los soldados con lanzallamas,
que no tardaron en escupir líquido inflamable en llamas. De pronto, todo era
fuego y confusión a su alrededor. Los breves instantes en los que no había un
intercambio de disparos láser, la oscuridad parecía engullirlos. «¿Dónde está
Slip?», se preguntaba Ocho-Siete. Pero no había tiempo para pensar, tenían que
asegurar la posición y encontrar el Ala-X antes de que su piloto pudiera
escapar. Una ametralladora láser protegida tras una trinchera surgió de la nada
para comenzar a acribillarlos y tres armaduras blancas cayeron abatidas antes
de que el resto pudiera echarse a tierra.
—¡Posiciones
defensivas! —gritó de pronto la capitana Phasma, que se encontraba a escasos
metros de Ocho-Siete.
Su
irrupción en la escaramuza fue decisiva tras los primeros momentos de confusión.
Tumbada boca arriba en el desnivel del terreno en el que se protegían, esperó
pacientemente a que el fuego enemigo cambiara de dirección y se levantó como un
rayo disparando con un lanzagranadas casi tan grande como ella. Hizo blanco a
la primera y la posición enemiga atrincherada saltó por los aires, destruyendo
la ametralladora. La visión de los cuerpos humanoides desintegrándose pareció
llevar al éxtasis a Phasma, que avanzó de forma suicida hacia el enemigo.
—¡Que
paguen su osadía con la vida! —anunció con un registro de voz enfervorecido que
Ocho-Siete no había escuchado antes y el resto de pelotones salieron
enaltecidos de sus improvisados refugios para seguirla.
Ocho-Siete
corrió junto a ellos, pero en lugar de devolver los disparos, buscaba instintivamente
un nuevo lugar en el que protegerse de los mismos, que volvían a surgir de
entre los oscuros rincones del poblado. Divisó una pila de chatarra lo
suficientemente alta como para cubrirlo y se dirigió hacia ella. A pocos metros,
una mujer ataviada para soportar las inclemencias del desierto caía tras
encajar una descarga láser en el hombro. Cuando Ocho-Siete estaba a diez pasos
de su objetivo sintió que algo tiró de su pie y cayó de bruces en mitad de su
esprint. El impacto le había dejado sin respiración y miró en rededor
desorientado. Pudo distinguir un vibrocuchillo en el suelo y, justo al lado, su
bláster, que había caído a escasos centímetros. Al extender el brazo para
alcanzarlo, un ser de cabeza alargada y grandes fosas nasales, probablemente el
mismo que le había derribado y el dueño del vibrocuchillo, se tiró encima de él
tratando de inmovilizarlo. Desconocía la raza del alienígena, pero era
definitivamente más fuerte que él. Forcejearon en el suelo, propinándose golpes
siempre que podían y rodando de un lado a otro. El ser consiguió reducirle.
Visto de cerca, su piel parecía pastosa y recubierta por una fina capa de
pelusa. Una vez se aseguró de que no pudiera moverse, colocó sus rodillas sobre
los brazos del joven soldado. Cruzando las piernas sobre su pecho, llevó sus
manos al cuello de Ocho-Siete para comenzar a presionar su tráquea.
Al
notar sus piernas liberadas, Ocho-Siete comenzó a patalear y propinar
rodillazos sin éxito contra la espalda de su rival. Debía de estar desesperado
para tratar de matar a un soldado de asalto así, pero si no conseguía zafarse
de él cuanto antes, a todas luces lo conseguiría. El intento de
estrangulamiento apenas había comenzado cuando el alienígena recibió un disparo
por la espalda que le atravesó el pecho. Cayó muerto con lo que parecía un
gesto atemorizado de sorpresa y los párpados abiertos de una forma físicamente
imposible para un ser humano.
Ocho-Siete
miró al soldado de asalto que estaba unos metro por delante, protegido por el
montón de escombros al que se dirigía, cogió su arma rápidamente y se abalanzó
junto a él. Sentado y apenas sin recobrar el aliento alzó la vista para
dirigirse a su salvador.
—Gracias
—dijo Ocho-Siete con voz entrecortada mientras cogía aire ansiosamente—
Gracias.
—Algún
día tenía que devolverte el favor —dijo Slip antes de asomarse al borde de los
escombros y unirse a la andanada de disparos láser.
Ocho-Siete
no pudo contener una carcajada nerviosa. Reencontrarse con Slip mejoró su ánimo
y volvió a ponerse en pie de un salto. Hubiera querido abrazarlo, pero un
disparo enemigo le contuvo. Ese había estado muy cerca.
La
escena parecía la obra holográfica de algún sombrío artista que hubiera
expuesto en un museo de Taris. Phasma disparaba sin cesar en el frente junto a
uno de los tenientes y un soldado que, por su constitución, sólo podía tratarse
de Nueves. Slip, agazapado como un felino que se disponía a cazar, esperaba el
momento idóneo para avanzar. Pudo ver como otros dos enemigos caían alcanzados
por dos diestros disparos lejanos, lo que significaba que Ceros había alcanzado
una posición idónea para su rifle.
Todo
parecía transcurrir a cámara lenta. Oía palabras inconexas en su
intercomunicador sin llegar a entender lo que decían realmente. Sólo pudo
escuchar una voz en ese momento. «Adelante, únete a ellos. Dispara y
conviértete en el asesino que han querido que seas toda tu vida», dijo la voz
del niño de ocho años cuyo verdadero nombre había olvidado. Sólo que, esta vez,
el niño hablaba con su voz de adulto.
Miró
atrás y contempló el desolador paisaje cubierto de cadáveres, escombros, llamas
y restos humeantes. Un alienígena como el que le había atacado se retorcía de
dolor a escasos metros emitiendo un sonido similar a un balido. Este era más
grande que el otro, lo que significaba que el de antes puede que hubiera muerto
sin llegar a la edad adulta.
Las
cosas no estaban yendo como él había esperado. Hace tiempo que no deberían ser
así. FN-2187 tomó una decisión: la de sobrevivir un día más.
No hay comentarios:
Publicar un comentario