viernes, 11 de mayo de 2018

[Reescribiendo El Despertar de la Fuerza]: Prólogo - Discípulo Oscuro


Sigo, a velocidad de tortuga, escribiendo. Llevo muchos meses amasando al personaje para el que más carga y trasfondo he destinado. Esto iba a ser una parte del tercer capítulo, un recuerdo.

El recuerdo se ha convertido en un relato corto de 70 páginas y tres partes de la caída al lado oscuro de este personaje. La acción sucede 8 años antes de la historia principal, por lo que pensé en incluirlo como prólogo. Pero como prólogo, es demasiado largo, no funcionaría si esto al final acaba convirtiéndose en una novela. El tamaño se me va a ir de las manos.

Mi solución final ha sido convertir en prólogo sólo la primera parte de este relato corto, la que me ha parecido más interesante y no depende de las otras dos.

Como veréis, no he nombrado al personaje, aunque es obvio a quién nos referimos. De hecho no nombro a ni un sólo personaje en este prólogo, aunque aparecen tres de la tercera trilogía cinematográfica.

Recuerdo una vez más, que esta es una libre interpretación de la trilogía (VII, VIII, IX) de Star Wars, en la que reutilizo los personajes y el punto de partida de El Despertar de la Fuerza, y se irá convirtiendo en una aventura diferente (con el tiempo).

Sin más, os adjunto el enlace al PDF con el prólogo completo, seguido de los capítulos 1 y 2, y a continuación las primeras líneas del prólogo.

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Prólogo (27 DBY)

Todas las miradas de la sala le atravesaron con expectación. Las miradas vigilantes de los guardias cubiertos con brillantes corazas de intenso color rojo. Las miradas inquisidoras de los altos mandos que se situaban en un palco a media altura, lejos del contacto directo con las audiencias. Y, por supuesto, la enigmática mirada del máximo dirigente de aquella supuesta autarquía militar. Sentado en un trono que se elevaba decenas de metros sobre una estructura de pilares metálicos tan negra como la noche, no llegaba a verse con detalle su siniestra figura. Sólo se distinguía un pálido y difuminado rostro y una silueta humanoide ataviada con una indumentaria de color verde oscuro. Y a pesar de la distancia interpuesta con sus súbditos, su presencia dominaba aquella alargada pero estrecha sala, cuyo techo no alcanzaba a vislumbrarse. Al fin, después de tanto esfuerzo y sacrificio, había llegado hasta él.

Sin importarle la naturaleza de aquellas miradas, se propuso a hacer aquello que le estaban reclamando indirectamente. Una muestra de confianza. Un gesto de compromiso. Una traición a todo lo que había sido hasta ese momento.

Se arrodilló y asió toscamente el arma desde el pomo con su mano derecha. Desde el momento en que la había desenfundado, los guardias rojos habían activado instintivamente sus armas electrovibrantes y esperaban impacientes a que cometiera alguna estupidez.

Pero no había llegado hasta allí para eso. No había malgastado un año tratando de llegar hasta aquel planeta secreto para seguir el falso y débil sendero de la luz.

«Es mi destino. No hay vuelta atrás», pensó.

Acto seguido alzó el brazó y golpeó la empuñadura contra el suelo de duracero con todas sus fuerzas. Lo golpeó como si de un rudimentario martillo se tratara. Aquello sólo sirvió para que un latigazo de dolor y vergüenza le recorriera todo el brazo hasta su hombro. El segundo golpe obtuvo el mismo resultado y hubo de ocultar un quejido lastimoso en su respiración. Después del quinto, el sonido de la aleación metálica vibró con una frecuencia diferente. Algún componente interno debía de haberse soltado de su fijación.

“Esta espada que has terminado en el día de hoy será tu vida. No te separes de ella. Sé fiel a ella y siempre te guiará en la oscuridad”.

Daba igual las veces que esa voz irrumpiera en el interior de su cabeza. Todas esas palabras ya no significaban nada para él.

Unos golpes más y la empuñadura comenzó a deformarse desde la sección central. La mano comenzaba a temblarle de los calambres y las punzadas de dolor. Cambió de mano para asestar un nuevo golpe en el extremo del haz de luz. En esa ocasión tuvo por seguro que algo se había quebrado irremediablemente en su interior. Era muy posible que si lo activara en ese momento, las células de energía provocarían una explosión que haría saltar por los aires cada centímetro de su mano. A pesar de ello, intuyó que un arma neutralizada no sería suficiente para contentar al hombre del trono ni a sus vasallos, que contemplaban aquella vejación. Siguió estrellando el arma una y otra vez, siguiendo el ritmo propio de un minero de Kessel en su matutina labor de extracción de especia.

Los minutos pasaban. El sonido del choque del metal contra el metal era lo único que se escuchaba y marcaba el compás de un público que comenzaban a aburrirse del espectáculo. Sin siquiera mirarles, sabía que los ojos de aquellos oficiales de alto rango estaban cargados de condescendencia. Sólo esperaba que hubieran visto bien su cara. Harían bien en recordar el rostro de aquel extraño al que se le había concedido el honor de comparecer ante su líder sin mayor mérito que el de presentarse ante sus puertas. Él sí sabía quiénes eran. Los “nueve insurgentes” de los Restos Imperiales. Los grandes almirantes y moffs que evadieron los consejos de guerra de la Nueva República. Muchos agentes de la antigua Alianza sospechaban dónde habían acabado. Matarían por confirmar esa información…

Ahora él lo sabía. Había llegado hasta el corazón de esa nueva facción que ya empezaba a conocerse como la Primera Orden, el planeta Logovo. Una ubicación indescifrable de las Regiones Desconocidas en un sistema protegido por una nebulosa oscura. Y sin embargo, el hecho de que él hubiera llegado hasta allí y accedido a toda esa información no importaba lo más mínimo. Su antigua vida, todo aquello a lo que podría haber pertenecido, se había esfumado. Su futuro estaba ante él.


[...]

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